A falta de ver 'Brooklyn' (id, John Crowley, 2015), y habiendo hecho ya lo propio con el resto de nominadas al Oscar a Mejor Película que se entregará la noche del próximo domingo al lunes en el Dolby Theatre de Los Ángeles, creo que quien debería alzarse con la estatuilla es la magnífica 'Marte' ('The Martian', Ridley Scott, 2015). Y puntualizo que creo, que no significa que tenga claras las pocas o nulas posibilidades que alberga la cinta de ciencia-ficción de alzarse con la codiciada estatuilla dado el género al que pertenece.
No sucede así con el drama al que se adscriben cuatro de las siete nominadas, un grupo en el que se cuentan dos de las tres favoritas y del que forman parte la citada 'Brooklyn' y 'La habitación' ('Room', Lenny Abrahamson, 2015), sendos filmes de esos "chiquitos" que siempre se cuelan, sin que uno sepa muy bien por qué, entre las elegidas para optar por el galardón. No es ese el caso de la cinta que hoy nos ocupa, una producción que se ha ganado a pulso el poder competir por el Oscar.
El mito de la caverna
En este conmovedor y por momentos crudo relato que es la adaptación de la novela homónima Emma Donoghue —y que gira en torno a un niño de cinco años que, después de haber vivido toda su vida secuestrado junto a su madre, sale de su cautiverio y empieza a conocer el mundo— conviven dos cintas bien diferentes que la dirección de Lenny Abrahamson se encarga a la perfección de retratar.
De una parte tenemos el primer acto, un prolongado tramo de casi una hora de metraje en el que se nos acerca al escueto y opresivo mundo de "habitación", una caseta de poco más de diez metros cuadrados que ha sido el único sitio del mundo que ha conocido Jack, nacido de las constantes violaciones a las que su padre biológico lleva siete años sometiendo a su madre tras haberla secuestrado.
El mundo de Jack —impresionante Jacob Tremblay, IMPRESIONANTE— se limita a las cuatro paredes de esa estancia y al contacto con un mundo, el real, que sólo lleva a cabo a través de la televisión. Un mundo éste que su madre, para protegerlo, siempre le ha contado que es imaginario, que la única realidad es la que encierran los muros verticales de "habitación" y el pequeño tragaluz que en su cubierta permite la tímida entrada de luz solar.
Al haberse criado en esa suerte de caverna en la que sólo conoce las sombras de la realidad que su progenitora le muestra, el personaje de Jack se convierte en la perfecta encarnación del protagonista del mito de Platón. Y como él, una vez fuera del único hábitat que ha conocido, el niño es cegado por la luminosidad y lo ruidoso de un mundo al que siempre ha permanecido ajeno.
'La habitación', fábula desgarradora
Es a partir de la "salida de la caverna", cuando Abrahamson, que hasta entonces se ha mostrado opresivo, con planos muy cerrados que nunca dejan percibir en su totalidad el espacio en el que viven Jack y su madre —atención a la espectacular fotografía de Danny Cohen—, se transforma por completo y se abre a la luz del exterior de "habitación", planteando un segundo tramo de la proyección que poco o nada tiene que ver con el primero.
Haciéndonos partícipes de ese mundo nuevo al que Jack accede y que comienza a descubrir cinco años más tarde, el cineasta da con ideas visuales certeras —el momento en que le llevan ese primer desayuno de tortitas y fruta— al tiempo que aumenta las cualidades de fábula de una historia que de principio a fin se apoya sobremanera tanto en lo veraz, enternecedor y cautivador que trasciende de la mirada del niño, como en lo que respecta a Brie Larson, la joven madre.
Ésta, que bien podría aventajar a sus cuatro compañeras y agarrar la estatuilla dorada, ofrece un recital interpretativo sobrecogedor, construyendo un personaje que ora se muestra frágil e incapaz de hacer frente al reto que supone volver a la realidad que fue forzada a abandonar siete años atrás, ora determinada y firme en su voluntad de salvaguardar hasta lo indecible la inocencia de su vástago.
Quizás hubiera sido de agradecer un pequeño esfuerzo por parte de cineasta y guionista a la hora de trazar mejor los mimbres que sustentan la premisa de partida —nunca queda claro por qué la joven terminó "acomodándose" a su cautiverio y no intentó escapar— pero lo cierto es que su talante fabulado sirve como perfecta excusa para no haberse volcado más en ese sentido, dejando descansar en el espectador la responsabilidad de llenar a su manera los huecos de una historia tan incómoda como cautivadora.
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