Viendo las actuales trayectorias cinematográficas de Robert DeNiro y Sylvester Stallone, lo primero que se le viene a uno a la cabeza al finalizar de visionar este ridículo y olvidable filme que es 'La gran revancha' ('Grudge Match', Peter Segal, 2013) es que, si bien no cabe duda de que el otrora grande del cine estadounidense está falto —muy falto si me apuran— de volver a encontrar su camino y dejarse de estultas intervenciones en insípidas comedietas de tres al cuarto, no así sucede con su compañero, revitalizado en los últimos años gracias a esos actioners de adrenalina pura que han sido 'John Rambo' (id, Sylvester Stallone, 2008) y las dos entregas de 'Los mercenarios' ('The Expendables', Sylvester Stallone', 2010).
Con tamaña diferencia en los rumbos de las carreras de ambos artistas, queda muy claro que 'La gran revancha' es un paso atrás para el segundo y la confirmación de que DeNiro tiene que cambiar de agente sí o sí si quiere que la industria Hollywoodiense vuelva a tomarse en serio a un actor cuyas cualidades están muy por encima de tener que someterse a chistes soeces —y de ventosidades gastrointestinales— y a un guión cuya cuota de originalidad comienza y termina en su premisa de partida, esa que lleva a dos antiguos rivales en el ring a volver a enfrentarse 30 años después sobre la lona.
A partir de los mínimos mimbres sobre los que se construye el libreto, que no es más que una ínfima variación aditiva de lo que pudimos ver en 'Rocky Balboa' (id, Sylvester Stallone, 2006), lo que ofrece 'La gran revancha' es un cúmulo continuo de lugares comunes tan visitados por Stallone en particular y el cine deportivo en general que la sensación que impera sobre todas las demás a lo largo de las casi ¡dos horas! de metraje es la de estar delante de un desgastado engranaje de una desvencijada maquinaria al que le han dado algo de brillo pretendiendo que funcione como lo habría hecho antaño.
Lamentablemente, el chirriar de dicha pieza es constante y poco importa aquí a quien queramos hacer responsables de las carencias del filme cuando hay para repartir desde el estamento más visible hasta el menos aparente, llevándose la palma en cuanto a disfuncionalidad el citado guión de Tim Kelleher y Rodney Rothman, la dirección de un Peter Segal que hace temer lo peor de cara a ese innecesario —¿acaso alguno no lo es?— remake de 'El invisible Harvey' ('Harvey', Henry Koster, 1950) que supuestamente firmará el cineasta, y las interpretaciones de las tres caras más visibles del reparto, uniéndose al monolítico Stallone y al desubicado DeNiro una Kim Basinger que pasaba por allí después de su último estiramiento facial.
De tal desaguisado, lo único estimable que podría ser salvado de la quema segura es, de una parte, la siempre agradecida intervención de Alan Arkin, un genio de la comedia cuyas intervenciones elevan la producción bastantes enteros y, de la otra, el acelerado histrionismo de Kevin Hart, que construye un personaje simpático y al que le debemos lo mejor de la cinta, una escena post-créditos que atesora más sarcasmo y humor que todo el conjunto que le precede considerado en su totalidad.
Con un tramo final carente de la emoción que siempre se asocia a este tipo de filmes —vamos, que un sólo minuto del combate final de 'Acero puro' ('Real Steel', Shawn Levy, 2011) tenía más emoción que la media hora en la que se prolonga aquí el inevitable cruce de guantes— y una inequívoca sensación de haber perdido un tiempo que podría haberse dedicado al revisionado de cualquiera de los filmes de la saga del "Potro italiano" —y sí, hasta la fascistoide 'Rocky IV' (id, Sylvester Stallone, 1985) es más soportable—, aunque dicho ejercicio sólo se hubiera centrado en los combates finales.
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