Lo cierto es que no me di cuenta mientras hacía la selección, pero si echáis un vistazo a las opciones de la encuesta que os hemos propuesto esta semana para elegir la mejor y peor película española de la historia abundan los títulos de los últimos 10-15 años entre mis propuestas para el segundo apartado, mientras que su presencia en el primero es mucho más reducida. Con esto ni mucho menos quería transmitir la idea de que entre el cine español del siglo XXI abundan más las tomaduras de pelo sin pies ni cabeza que los títulos realmente interesantes, ya que hay mucha calidad en las películas que se hacen en este país si se sabe buscar bien.
Uno de los realizadores que mejor ha sabido hacerse un nombre en la industria del cine español reciente es Daniel Sánchez Arévalo, quien tras foguearse como guionista en diversas series de televisión dio el salto con éxito a la dirección con varios cortometrajes con los que fue adquiriendo cierto prestigio. Fue en 2006 cuando nos llegó ‘Azuloscurocasinegro’, su notable primer largometraje con el que alcanzaba su cima particular con respecto a la evolución presente en su carrera como cortometrajista. Siete años y con dos películas entre medias nos llega ‘La gran familia española’ (2013), que a su manera podría verse como su cénit personal en su progresión hacia historias en las que bajo un disfraz de felicidad encontramos a personajes muy heridos en su interior.
La falsa felicidad de ‘La gran familia española’
Si echamos un ojo a la campaña promocional de la película —más trabajada de lo habitual en nuestro cine—, veremos que se destacan sus logros como comedia, incidiéndose especialmente en la apariencia idílica de la familia protagonista. Una astuta estrategia comercial que tampoco se aleja completamente de lo que es ‘La gran familia española’, pero sí que no es más que la superficie de una historia más ambiciosa en la que todos son problemas más o menos graves bajo una felicidad aparente. Eso sí, donde otros directores españoles hubiesen preferido una aproximación —exageradamente— dramática, Sánchez Arévalo acierta de pleno como guionista al apostar por un tono ligero, una decisión delicada de la que acaba saliendo airoso.
Las familias desestructuradas siempre ha tenido un peso importante en su cine, pero fue a partir de ‘Primos’ (2011) cuando terminaron por convertirse en el gran eje temático de la obra de Daniel Sánchez Arévalo, consiguiendo en ‘La gran familia española’ pulir pequeños defectos para ofrecernos un mosaico muy cuidado, ya que cada generación tiene una actitud diferente ante la vida. También fue en ‘Primos’ cuando abrazó por completo la ligereza, recurso con el que empezó a coquetear en ‘Gordos’ (2009), pero su relativa indecisión acabó impidiendo que ésta alcanzase todo su potencial. Aquí eso no pasa, y las miserias de todos ellos están matizadas a través de un toque ante todo agradable que hace que todo lo que suceda sea fácilmente digerible.
El compacto guión de Sánchez Arévalo mantiene su tendencia a incurrir en ciertos giros que uno podría fácilmente calificar como tramposos, pero aquí hay una preparación previa mayor para los mismos, consiguiendo un toque único al potenciar esa carga cinéfila que ya había gozado de cierta importancia en sus anteriores obras. También se agradece que no caiga en el error de asociar en exceso la evolución dramática de sus protagonistas, que ganan aún más interés gracias al estupendo trabajo de todo su elenco —no hay ninguna especialmente memorable, pero todos están entre a caballo entre lo convincente y lo inspirado—, a la progresión del partido de fútbol en el que España consiguió su primer Mundial para así conseguir una especie de doble catarsis, lo cual le hubiese obligado a forzarlo más de la cuenta. Todo fluye.
Una de las principales claves de la película es que tono ligero enmascara con brillantez una historia mayoritariamente dramática, llegando a quitar peso a acciones de sus personajes bastante más fuertes de lo que se no quiere hacer pensar. La auténtica comedia está reservada a momentos concretos —la prima de los protagonistas intentando ligar con uno de ellos o las efectivas apariciones de Raúl Arévalo—, mientras que no tiene problemas en abordar los grandes problemas familiares con una gran pericia narrativa, ya que las historias evolucionan en paralelo con naturalidad, sin en ningún momento quedarse una atrás o estando nosotros deseando que recupere otra.
El Sánchez Arévalo director se muestra particularmente cómodo e ingenioso cuando sus personajes no tienen que pronunciar diálogo alguno y la música adquiere un protagonismo especial, ya sea en la simpática previa a la boda entre dos de sus protagonistas o cuando toca recordar momentos del pasado a través de instantáneas mentales en movimiento. Ya en ‘Primos’ recurrió a un tema de Josh Rouse, músico americano que hace ya varios años que se afincó en nuestro país, para potenciar ese tono que adquirió su cine entonces y, sabedor de que aquí tocaba explorar todas sus posibilidades, en ‘La gran familia española’ directamente le ha encargado la composición de toda su banda sonora.
Lo más curioso del tema es que seguramente ninguna de sus nuevas canciones se ajuste tan bien a ‘La gran familia española’ como sucedía con Quiet Town en el caso de ‘Primos’, pero su efecto global es mucho más enriquecedor, ya que pasamos de un tema tan perfecto como aislado para sus intenciones a un conjunto coherente. Vamos, de un pico de interés a un nivel constante ligeramente inferior. Vamos, no es perfecto, pero la música de Rouse —o al menos su obra en los últimos tiempos, ya que, dentro del mismo estilo, ha variado respecto a sus inicios— y el cine de Sánchez Arévalo son increíblemente compatibles. Eso sí, Sánchez Arévalo no duda en echar mano de otras canciones con el objetivo de potenciar determinados momentos, y lo hace con bastante acierto.
La cómoda madurez de Daniel Sánchez Arévalo
Mi primera reacción al terminar de ver ‘La gran familia española’ fue pensar que Daniel Sánchez Arévalo había vuelto a rodar una película muy estimable, pero que su obra mantenía su tendencia bajista, ya que hasta ese momento todos sus trabajos me habían gustado un poquito menos que el anterior, pero la cosa ha cambiado según pasaban los días —hace ya una semana de su visionado—. Lo más habitual es que me vaya olvidando de muchos detalles de las películas o que a medida que piense en ellas, encuentre nuevas fragilidades que me hagan replantearme, pero en el caso que nos ocupa ha ido mejorando con el paso del tiempo, igual que los buenos vinos. Eso sí, tengo bastante claro que sus posibilidades de cara a los Oscar son prácticamente nulas.
Mencionar el nombre de Luis García Berlanga son palabras mayores a la hora de establecer una comparación con cualquier cineasta español, pero Sánchez Arévalo confirma aquí que es el mejor situado para conseguir que no añoremos tanto al responsable de joyas del séptimo arte como ‘Plácido’ (1961) —mi película española favorita de todos los tiempos— o ‘El verdugo’ (1963). En el plano formal ya se detectan en ‘La gran familia española’ pequeños detalles que perfilan la posibilidad de que se aficione en el futuro por los extensos planos secuencia propios de Berlanga —y otros detalles más concretos como ciertas reacciones de una de las abuelas que nos remiten a delirantes réplicas como ésta—, pero éstos nunca terminan de despegar aquí y puede deberse a pura comodidad o la necesidad de que alguien lleve un paso más allá su talento.
La asociación entre Berlanga y Rafael Azcona fue decisiva para que el primero crease no pocas películas que a día de hoy mantienen toda su genialidad y vigencia, pero la tendencia actual es que los directores españoles que también escriban sus propios guiones prefieran no recurrir a ayudas externas. Como en todo, hay excepciones, pero no es el caso que nos ocupa y es ahí donde reside la gran fortaleza y la principal debilidad de ‘La gran familia española’. Dejando de lado pequeños detalles de guión —minúsculos en comparación con sus muchos aciertos—, estamos ante una película en la que difícilmente podremos encontrar algo reprochable y que además funcionara muy bien para corregir estados de ánimo de ligero decaimiento, pero también se queda a un paso —o dos, según la trama, que, siendo todas interesantes, no todas están al mismo nivel— de explotar todas sus posibilidades.
No esperéis ver ni gota de la mala leche propia de Berlanga y Azcona, ya que Sánchez Arévalo bastante consigue con equilibrar un peligroso castillo de naipes en el que una subtrama fallida o incluso un personaje que no encajase bien en el conjunto podrían haber hecho mucho daño a todas sus virtudes, pero todo encaja, y eso es algo muy meritorio en una cinta con niños —odiosos normalmente, pero no aquí—, adolescentes —molestamente lelos, demasiado idealistas o salvajes de pacotilla por lo general— y un personaje con tantas opciones de salir mal como el interpretado con solvencia por Roberto Álamo. Con todo, el cine de Sánchez Arévalo necesita un último empujón, ya que por sí solo puede conseguir cosas muy buenas, pero en ningún caso brillantes.
‘La gran familia española’ es una nueva demostración del talento de Daniel Sánchez Arévalo y de la capacidad que tiene el cine español de seguir dándonos buenas películas. Además, es una cinta que consigue evolucionar en nuestra cabeza tiempo después de haberla visto, aunque, justo es reconocerlo, le falta ese imprescindible chispazo de genialidad para ser una obra memorable. Eso sí, quizá sea pedirles peras al olmo, ya que lo que nos ofrece es más que suficiente para aplaudir y disfrutar sus logros.
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