Ocupando los primeros minutos de proyección, la secuencia que sirve a David O. Russell para abrir 'La gran estafa americana' ('American Hustle', 2013) es, sin lugar a dudas, toda una declaración de principios acerca de lo que el filme pretende, al menos sobre el papel. En dicha secuencia asistimos a cómo el personaje de Christian Bale —un actor que supera con creces gracias a este papel todo lo que le hemos podido ver hasta la fecha, que no es poco— se coloca con suma paciencia su peluquín, un proceso lento y trabajoso que habla casi mejor que cualquiera de las muchas conversaciones que se dan a lo largo y ancho del filme de aquello en torno a lo que gira el mismo: que el engaño comienza y termina en uno mismo.
Unido a este momento, que configura a la perfección el arranque del personaje que más evoluciona a lo largo del filme, encontramos otro que, complementado a la perfección con él, perfila el que será el motor que impulse la práctica totalidad de la trama, un motor que basa su espléndido funcionamiento en la relación que se establece entre Bale y una Amy Adams que saca aquí un partido inaudito a su sexualidad, mostrándose como nunca la habíamos visto antes en la gran pantalla y alejando de un plumazo el halo de inocencia que siempre ha parecido acompañar a su angelical rostro.
Dicha escena es aquella en la que la voz en off de Bale nos narra lo que la relación que establece con Adams supone para alguien que ha vivido siempre desde la mentira y el engaño, pudiendo liberarse de las ataduras de tales lastres gracias a una mujer que no sólo lo acepta como es, sino que se une a él en las diversas estafas de poca monta que éste lleva a cabo, ayudándolo con la creación de un alter ego británico —brillante el acento que esgrime la actriz— a lograr medrar en lo que hasta entonces había supuesto una actividad casi secundaria en los negocios de ese Irving Rosenfeld al que, como decíamos, insufla vida de espectacular manera el mejor Batman que ha tenido la gran pantalla.
Con un primer tramo pletórico en ritmo, en recursos narrativos y en la perfecta imbricación que dimana de los dos citados personajes, la introducción de los otros dos vértices que completan el cuarteto de principales actores del filme, desequilibran en cierto modo lo que la cinta había logrado casi sin planteárselo hasta entonces, y ni un Bradley Cooper histriónico, ni una Jennifer Lawrence muy metida en su papel de mujer de armas tomar, consiguen estar a la altura de las circunstancias: por mucho que lo intenten, las constantes salidas de tono de ambos, sus careos con Bale y Adams —de los que siempre salen "perdiendo"— y el hecho de ser dos personajes cuya función es la desequilibrar la balanza que establece la pareja principal, consigue en última instancia que la cinta evite perder fuelle conforme va avanzando el metraje.
Un metraje que, a todas luces, resulta excesivamente prolongado y peca de coquetear, a veces de forma descarada —atención al cameo—, tanto con 'Uno de los nuestros' ('Goodfellas', 1990) como con 'Casino' (id, 1995), los dos mejores títulos de Martin Scorsese —por más que uno sea una suerte de reivención del otro—; bebiendo de forma indistinta de ambos filmes las bases primordiales que cimentan en el guión redactado por Ervin Warren Singer y el propio Russell. Tanto es así, tanto se aproximan las formulaciones de 'La gran estafa americana' a lo que podíamos ver hace dos décadas de la mano del realizador neoyorquino, que en no pocas ocasiones, ya sea por mor de los diálogos o por esporádicos momentos de gran energía en la dirección de Russell, parezca que éste no está haciendo otra cosa que emular en la medida de sus capacidades los modos narrativos del director de 'Taxi Driver' (id, 1976).
Y así, entre lo que mejor funciona de la cinta y lo que no termina de convencer, llegamos a un final hacia el que el que esto suscribe tiene sentimientos encontrados. De una parte su semblante de "happy ending" es completamente consecuente con el transcurso de la acción, y lo que atañe a cada personaje está perfectamente justificado en los dos primeros actos. Sin embargo, es éste uno de esos filmes que a mi parecer habría necesitado tanto de un final menos conformista como de una exposición del momento de giro algo más efectista que la elegida por Russell, que resta impacto a lo que propone y, a la postre, no consigue rubricar como hubiera sido deseable una producción a la que —si es que sois de esos que siguen haciendo caso a los Oscar— es más que probable que le "levanten" la estatuilla correspondiente a la Mejor Película...sin que haya estafas de por medio, claro...
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