‘La florecilla escarlata’, la versión rusa de 'La bella y la bestia': una hipnótica obra de arte

El estreno de ‘La Bella y la Bestia’ ('The Beauty and the Beast') de Disney, una versión de acción real de su propia cinta de animación previa, remueve los fosos de versiones del cuento de hadas anteriores. Si en la época dorada de animación de la casa hicieron unos cuantos relatos populares en maravillas animadas, probablemente, el hueco que dejo la bella y la bestia en aquella época lo llenaría esta ‘Florecilla escarlata’.

Esta película de animación soviética de 1952 se basa en un libro del mismo nombre de Sergey Aksakov que es una adaptación del cuento de hadas primigenio, que originó el resto de visiones occidentales. La obra es un ejemplo del período del realismo socialista en la animación rusa, que duró de los años 30 a los años 50 y se destacó por el uso intensivo del rotoscopio y una fijación por la adaptación de los cuentos populares tradicionales rusos.

Belleza absorbente

Casi toda la animación de personajes era realizada previamente por actores o animales en vivo y luego era rastreada por los lápices de los animadores. Un proceso minucioso que da un resultado espectacular en el movimiento, superior, incluso, a algunos de los esfuerzos Disney de esos años. Por no hablar del manejo del color y los escenarios. Un festín visual que va más allá de ser una obra infantil.

Fue restaurada en el Estudio de Cine Gorky en 1987 y, aunque es similar al cuento mencionado, tiene algunas diferencias de estructura que tienen que ver, principalmente, con la forma en que los personajes principales se reúnen o se separan y la forma en que actúan entre ellos. Por ejemplo, la bella no llega a ver a la bestia en la mayoría del transcurso de su estancia. Esta, temerosa se comunica con su voz hasta que la bella le ve se asusta.

Teniendo en cuenta que ‘La Bella y la Bestia’ es una historia tan atemporal, la sorpresa en el argumento es lo de menos y en este caso, el espectáculo visual es el mayor atractivo. Una concepción formal rica y elegante, con una descripción minuciosa de las maravillas de la isla, que contrastan maravillosamente con los colores oscuros del primer encuentro con el monstruo. La música es hermosa y conmovedora, con puntos de influencia de Rimsky-Korsakov y en general, todo tiene un sabor ruso muy distintivo.

‘La florecilla escarlata’: una joya oculta a reivindicar

Resulta doblemente exótico para los que no estamos acostumbraos a este tipo de largometrajes, muy populares y abundantes allí. Uno de los aspectos más sorprendentes es el diseño de la criatura. Si no fuera por su expresión trágica podría ser un ente de pesadilla, una especie de cosa del pantano, verde y siempre entre sombras. Las partes en las que se muestran su palacio y su riqueza es un caleidoscópico juego de brillos y fractales fascinante.

Otro detalle es la importancia de la flor. No es una rosa roja cualquiera sino una flor escarlata con la que sueña la muchacha y que hace a su padre ir a buscarla. Esta misión del padre, buscando los regalos para sus hijas, llena bastante más espacio de la trama que en las versiones que conocemos. Pero, con todo, sus escasos cincuenta minutos son un esquema de otras versiones y su experiencia es parecida a la que proporciona la lectura de un cuento ilustrado.

Hay otra versión de la misma historia, en acción real, también visualmente espléndida pero mucho más oscura e incluso terrorífica por momentos, realizada en 1977. Pero esta visión de Lev Atamanov es sencillamente, imprescindible para cualquier amante de la animación clásica o para quien quiera adentrarse en un universo de cine infantil completamente nuevo y puro. Una obra maestra.

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