Entre las últimas películas falsamente etiquetadas como independientes, nos ha llegado 'La familia Savages' (debería ser 'La familia Savage') y nos depara una pequeña y cotidiana historia pero enorme en su intento de retratar el individualismo, la familia y los sentimientos ahogados.
Camuflada como una comedia finalmente resulta más trágica y profunda sin permitir apenas algún sutil esbozo de sonrisa en los momentos más duros. Tamara Jenkins logra un relato muy realista, lleno de mordacidad de dos hermanos que llevan vidas separadas con tintes de fracaso en lo sentimental, que se ven obligados a reunirse para hacerse cargo del padre, ahora solo y demente, del que se encontraban totalmente alejados (y no sólo espacialmente).
El padre (Philip Bosco), verdadero catalizador del relato, es trasladado a una residencia de ancianos próxima a Buffalo, lugar donde vive Jon Savage (Philip Seymour Hoffman), que acoge en su casa a su hermana Wendy (Laura Linney), para afrontar esta nueva y catártica situación para ambos. Jenkins deja todo el peso de la historia sobre sus dos protagonistas que nos van dibujando sus vidas, sentimientos y fracasos con espléndidos diálogos, pero también a través de sus miradas y sus silencios. Jon es pragmático y asume la nueva situación como mejor sabe, para que le afecte lo menos posible en su vida (dramaturgo y profesor de teatro en la universidad). Es desordenado en su apartamento y desastroso con su vida sentimental, que relega a un segundo plano en pos de su ocupación, con el realismo social de Bretch de fondo. Su hermana Wendy es algo neurótica, vulnerable e insegura, y lleva su vida soltera pero manteniendo una relación (básicamente sexual) con un hombre mayor que ella y casado. Vuelca sus emociones en su planta y su gato, pero se ve sobrepasada con la situación de su padre y se siente culpable por tener que dejarlo en una residencia. Lucha por redimir ese sentimiento de culpabilidad buscando la comodidad de su padre, pero en el fondo sólo quiere ocultar la dura realidad.
Jenkins no deja que la narración caiga en el fácil sentimentalismo y otorga a sus perdedores protagonistas el poder de llevar semejante drama con cierta frialdad, y evidenciando un cierto egoísmo. Huye de la lágrima y consigue arrancar alguna sonrisa de situaciones trágicas y cotidianas que van encontrando los dos hermanos. Sobresaliente película, a la par triste y optimista, en la que sus dos protagonistas están retratados de forma sublime, y en cuyas interpretaciones consigue su mayor valor. Dos de los mejores actores de su generación que convierten a los hermanos Savage en dos espejos de la infelicidad y del fracaso que emana de la sociedad individualista actual, sin por ello dejarnos el regusto trágico.