Con la anterior película de Julian Schnabel, Antes de que anochezca, me ocurrió algo realmente inusual, y es que al contrario de lo que suele pasar, quedé mucho más impresionada con la adaptación a la gran pantalla, que con la novela de Reinaldo Arenas en la que estaba basada. Ese fue el motivo principal por el que desde que La Escafandra y la mariposa era sólo un proyecto, ya estuviera impaciente por verla. A esto se añadió después el éxito del film en Cannes, donde Schnabel ganó su primer premio al mejor director, el Globo de Oro, que le supuso el segundo y la posibildad de conseguir un Oscar, para el que también está nominado en la misma categoría.
Incomprensiblemente (para mí) La escafandra y la mariposa no está nominada a la mejor película, pero no importa porque decisiones (extrañas) de la Academia de Hollywood aparte, Schnabel nos ha ofrecido con su tercer trabajo una auténtica obra maestra, de esas que no sólo no te dejan indiferente, si no que como bien anuncian en el trailer, te puede cambiar la vida.
Como habíamos comentado, la película adapta el libro autobiográfico de Jean-Dominique Bauby, un periodista que en 1995 tuvo un accidente vascular brutal, que le sumió en un coma del que despertó totalmente paralizado. Aunque mentalmente alerta, estaba preso dentro de su cuerpo, sólo capaz de comunicarse con el mundo exterior parpadeando su ojo izquierdo. Forzado a adaptarse a esta perspectiva, Bauby creó un mundo nuevo, examinándose para encontrar las dos únicas cosas que no fueron paralizadas: su imaginación y su memoria.
Partiendo de esta situación, a mi parecer bastante difícil de desarrollar, el film nos sumerge por completo en el pensamiento del protagonista, situándonos desde su inicio en el interior de ese ojo todavía activo, que supone su única ventana y contacto con el exterior. Una voz en off, que principalmente le ha supuesto a Mathieu Almaric uno de sus mayores reconocimientos como actor, nos introduce en la mente de un hombre al que sólo le queda eso, su mente, y nos da una visión muy diferente de la situación de la que hubiéramos tenido si, como suele ser habitual, la perspectiva se hubiera tomado desde fuera del personaje.
Esto ha podido ser así porque Jean-Dominique Bauby dictó todos sus sentimientos y reflexiones a partir del accidente, utilizando un alfabeto con el que se comunicaba a través de un código de pestañeos. Así que gran parte de la magnitud de esta historia se debe a la valentia y voluntad de la persona que la inspiró, pero eso no resta mérito a Schnabel, que ha sabido trasladar sus palabras al lenguaje cinematográfico, transmitiendo todo el abanico de reflexiones y emociones contrastadas, con el que es fácil adivinar que fueron escritas.
Los contrastes son precisamente los que predominan en el film, por encima de todo. Momentos de una belleza sobrecogedora, cortados abrutamente para mostrar la cruda realidad. El cinismo y humor con el que muchas veces se toma las cosas el protagonista, y las caras de compasión, asombro o tristeza con las que le miran a su alrededor. La vida, en mayúsculas, con todo lo que eso conlleva, y la impotencia de no tener otra oportunidad para disfrutar plenamente de lo que se ha comprendido.
Porque la tragedia supuso para Bauby una auténtica lección de vida, que La Escafandra y la Mariposa traslada al espectador sin valerse del drama, el mensaje explícito o la moraleja. No hay tiempo para reflexionar durante el film, porque es imposible no permanecer totalmente atrapado dentro, mientras dura. Pero cuando termina, funciona como una especie de revulsivo, que no se puede explicar con palabras. Para saber de lo que hablo hay que ver la película, que sin lugar a dudas es lo mejor que ha pasado por nuestras carteleras (y seguramente pasará) en mucho tiempo.
Para finalizar iba a proponer que era imprescindible verla en versión original, ya que la voz de Mathieu Almaric es el hilo conductor de toda la historia, pero aún así, si no hay otra posibilidad, creo que lo importante es no dejar pasar la oportunidad de vivir la experiencia que supone dejarse llevar por ella. Sencillamente, inolvidable.