Está claro que encontrar la originalidad con un argumento de partida tan manido se convierte en un camino difícil de recorrer. En ‘La cruda realidad’ se explota, una vez más, el estereotipo del hombre y la mujer y su visión de las relaciones con motivos (y motivaciones) bien diferentes. Y, por supuesto, no aporta nada que ya antes no se haya visto.
Las dos estrellas protagonistas, que a pesar de la debilidad de un guión blando, logran imponer su fotogenia y algún esfuerzo loable por sacar adelante una historia con una relación, aparentemente, imposible, son lo más destacado. Tanto Katherine Heigl como Gerard Butler se encargan de darle cierto sentido a una comedia con tinte romántico que se permite el lujo de homenajear a una obra más conseguida como ‘Cuando Harry encontró a Sally’, pero que precisamente acaba quedando demasiado por debajo.
Las dos estrellas se ponen en la piel de dos tipos muy definidos de mujer y hombre. Ella, una productora exigente, correcta, educada y que sueña con encontrar algún día el amor en su príncipe azul, que no es otro que ese hombre perfecto que no existe (ella tiene un listado con diez puntos que exige a sus candidatos). Por su parte, Butler interpreta a Mike Chadway, un pícaro presentador de televisión que usa un lenguaje directo, soez y que con su actitud políticamente incorrecta (quizás el único atisbo sobre el que el film encuentra un poco de interés) se encarga de dar consejos en las relaciones de pareja. Parece un tipo experimentado, muy rotundo y claro y que representa todo lo opuesto que Abby Ritcher, la bella productora, idealiza y ansía.
El presentador se afana por aconsejar a la inocente productora en la conquista de un hombre, y será la causa por la que se aproximen, se comprendan mutuamente y se conozcan un poco más para generar una cierta atracción, a priori impensable. Y que viene a demostrar que en el amor nada se puede planificar y todo puede surgir.
La historia aboga por los tópicos, si bien el realizador Robert Luketic logra mantener un ritmo narrativo que no decae y logra convertir la historia en una comedia dulzona y entretenida, pero del montón. Y, también, contribuye a ello el dibujo de unos personajes que rayan la inverosimilitud, sobrepasándola y que no ofrecen algo de auténtica realidad. No parecen personajes actuales, son clichés artificiales para poder contar un nuevo capítulo (repetido) de la guerra de los sexos.
Hay una escena bien planificada que intenta ser una especie de homenaje a la famosa secuencia del orgasmo fingido que tan bien logró interpretar Meg Ryan en la clásica ‘Cuando Harry encontró a Sally’, y en la que Heigl se esfuerza sobremanera, sacando su mejor lado cómico, pero en absoluto logra alcanzar la comicidad de Ryan. Y es que la búsqueda del lado cómico es la constante, sin entrar ni por asomo en cualquier intento de profundizar en el dilema de las relaciones que se plantea desde un principio. Resulta superficial y la pimienta aportada por el personaje que interpreta Gerard Butler se va diluyendo para acabar con sobredosis de azúcar. Lo propio.
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