'La cosa (The Thing)': ¿quién anda ahí?

¡Eso no es un perro!

(Lars)

Cuando se anuncia un proyecto de remake, secuela, precuela, reboot..., relacionado con algún título que ha alcanzado la categoría de culto, que cuenta con su propia legión de fans, la respuesta inmediata suele ser de rechazo. Se disparan las alarmas. ¡No necesitamos esa película! Sin ver o saber nada del proyecto, y como si tuvieran que pedirnos permiso o algo así. Con ‘La cosa (The Thing)’ (‘The Thing’, 2011) volvió a ocurrir, de pronto era un crimen reinterpretar la historia que John Carpenter llevó a la gran pantalla en 1982, olvidando (o desconociendo) que esa película ya era un remake, concretamente de ‘El enigma de otro mundo’ (‘The Thing From Another World’, 1951). Y la jugada salió redonda, se ofreció una nueva perspectiva que, en mi opinión, mejoraba el film original. Así que, ¿por qué rechazar de antemano otra versión? Para aumentar el interés, se anunció que no se iba a rehacer el film de Carpenter, sino tomarlo como base para crear una precuela, esto es, para narrar algo nuevo. Que el guion lo escribiera Eric Heisserer (‘Pesadilla en Elm Street: El origen’, ‘Destino final 5’) y que usaran de nuevo el título de 1982 (según los productores, no encontraron un subtítulo potente) invitaba al pesimismo, pero no había motivo alguno para desconfiar del debutante Matthijs van Heijningen, el principal responsable de la película.

Me gustaría defender ‘La cosa’ (2011). Lo digo en serio, me encanta ir al cine y ver que tengo la oportunidad de adentrarme en una historia de terror y ciencia-ficción, con un grupo de personajes atrapados que deben luchar para sobrevivir a “algo” violento. Es un esquema muy simple que, precisamente por eso, puede dar mucho juego, permite numerosas variantes y conflictos con pocos elementos. Un puñado de actores, un lugar del que no pueden escapar y un enemigo. A partir de ahí, toca esforzarse un poco con el dibujo a los protagonistas (que no sean meros muñecos que se asustan y mueren), la coherencia del relato (si tu “monstruo” es un cazador, debe ocultarse y ser silencioso) y, sobre todo, la puesta en escena, la principal herramienta que tiene el autor de una historia de miedo. Es lo que marca la diferencia entre una escena aterradora que te deja sin respiración y la enésima situación tópica que te aburre. Por eso no puedo defender este trabajo de Van Heijningen, una mezcla de precuela y remake de ‘La cosa’ que desaprovecha todas las virtudes de la historia original.

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He dicho que ‘La cosa’ de 1982 era un remake. Así se originó y así se vendió, pero realmente era una readaptación del relato en el que se basaba la película del 51 (de la que Carpenter era admirador, incluyendo un homenaje en una escena de ‘Halloween’). En los créditos de ‘La cosa’ de 2011 se dice que la película está basada en la misma obra que las anteriores, ‘Who Goes There?’ (1938) de John W. Campbell, sin hacer ninguna referencia a los guiones de Charles Lederer y Bill Lancaster. Por tanto, se nos hace creer que efectivamente, a pesar del título, vamos a ver una versión diferente de la historia original, un enfoque nunca antes visto en otra película. Y a ratos lo es, hay situaciones nuevas, pero a grandes rasgos es una versión moderna de la película de Carpenter. Moderna y peor. Aún es pronto para perder la confianza en Van Heijningen, es su primer trabajo y puede que los productores no le dejasen mucho margen para reinventar el material, pero su puesta en escena deja mucho que desear y eso es imperdonable. Se queda en lo fácil, en la sorpresa y el impacto, en lugar de crear atmósfera y suspense. Un simple ejemplo. Si en una escena debemos sentir el pánico de alguien que está siendo acechado por la criatura, lo lógico es que el punto de vista se quedara con el personaje, pero en lugar de eso, nos intercalan primeros planos del monstruo caminando y buscando. Se rompe la tensión.

La película no arranca nada mal. Nos devuelven a los 80 (se está convirtiendo en una moda) y nos sitúan en la Antártida, donde unos investigadores noruegos descubren una gigantesca nave espacial atrapada en el hielo (muy bien insertado el chiste justo antes del hallazgo). Tras el rápido reclutamiento de una experta bióloga, cómo no, una atractiva joven norteamericana (Mary Elizabeth Winstead), en una escena rutinaria que se podría haber suprimido, y la típica situación de grupo en un helicóptero donde nos presentan al tipo que debe hacer olvidar a Kurt Russell (Joel Edgerton), volvemos a la estación noruega en el Polo Sur, y nos enseñan de nuevo el transporte alienígena. Por si llegamos tarde y no vimos el prólogo, quizá. Hablan de un superviviente, congelado fuera de la nave. Lo transportan a la base noruega dentro de un bloque de hielo, y toman una muestra para analizar el ADN, llegando a la obvia conclusión de que es un extraterrestre. Para su sorpresa, “la cosa” está viva y escapa. Lo que podría ser un estimulante cruce entre ‘Alien’ (1979) y ‘La invasión de los ladrones de cuerpos’ (‘Invasion of the Body Snatchers’, 1956), acaba resultando un plano relato de terror que se limita a evocar el film de Carpenter, entendiendo el homenaje como vagancia artística.

A la incapacidad de Van Heijningen para lucirse con la cámara (y me refiero a transmitir y crear sensaciones, no a lo que hace Michael Bay, que es marear) hay que sumar el esperado mediocre guion de ‘La cosa (The Thing)’, cuyas mejores escenas están sacadas de las versiones anteriores (menudo desastre el tramo de la nave espacial). Los personajes son exageradamente simples (Ulrich Thomsen encarna a un riguroso científico, y lo recalca cada vez que habla), tienen comportamientos ilógicos (la escena de los empastes, van protestando por turnos) y se abusa de las explicaciones, como si el espectador fuera idiota (el asunto del pendiente). Lo más ingenioso es que al ser concebida como una precuela, la película está regada de detalles que la enlazan con la versión del 82; aun así, me parece una torpeza incluir una escena adicional entre los créditos finales para mostrar al perro que aparece al principio de la película de Carpenter, prácticamente sacada de la manga. La música de Marco Beltrami cumple, pero está lejos del inquietante trabajo de Ennio Morricone. Lo mejor, sin duda, los excelentes efectos visuales (una habilidosa combinación de efectos tradicionales y CGI) con los que se crean unas turbadoras imágenes. Poco para una producción con tanto potencial.

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