En uno de los momentos más intensos del férreo documental ‘De Palma’ (2016), el cineasta se refiere a los efectos sobre la vida cotidiana, las consecuencias, de elegir la vocación de ser director de cine. En pocas palabras el autor, cansado, se muestra melancólico y honesto, explicando que el trabajo que exige esa tarea te roba años de vida, y limita tus posibilidades familiares, tu posible éxito sentimental. Un sacrificio total que dibuja a los creadores como una especie de parias, solitarios, personajes apartados del mundo por su voluntad creativa.
El guionista y director de 31 años Damien Chazelle, con tres películas a sus espaldas, parece resistirse a esa dicotomía de la profesión y su vida sentimental y plantea un relato arquetípico de chico conoce chica como una comedia romántica cualquiera, en la que realmente se esconde un mensaje más amargo que ya apuntaba en su anterior obra. Las formas resultan exquisitas, y su papel mucho más que el del esteta de turno: en ‘La La Land’ apreciamos a un autor que nos invita a repasar obras como ‘Grand Piano’ (2013), cuyo guion lleva su marca indeleble.
(Posibles spoilers a continuación)
Entusiasmo luminoso
Chazelle honra los grandes musicales de Hollywood de los años 40 y 50 pero en donde encuentra el nexo es con los clásicos de Jacques Demy, en especial ‘Las chicas de Rochefort’(Les demoiselles de Rochefor,1967) en que las escenas de danza y coreografía y el jazz tenían mucha presencia, aunque no se puede obviar los detalles de los grandes musicales. La escena más icónica de la película, el baile en el aparcamiento, con las farolas, recuerda muchísimo en tono y paleta cromática al ‘Dancing in the dark’ de ‘Melodías de Broadway 155’ (The Band Wagon, 1953), con sus bancos y cielo de color malva.
Quizá para ser un musical, las canciones de Justin Hurwitz no sean demasiado memorables (más bien lo contrario) pero se compensa con la labor de puesta en escena de Chazelle, que realmente sabe enmarcar la danza y el movimiento lírico en ella, transitando suavemente entre las piezas convencionales a las musicales, convirtiendo escenarios naturales en fondos de fantasía, cálidos y preciosistas, idóneos para darle una nueva vida a decorados para huir de los clichés de los últimos musicales que reciclan obras de Broadway.
Los dos factores por los que ‘La ciudad de las estrellas’ logra sobreponerse a su inicio (sí, incluido ese número musical coral, fresco pero algo forzado) son, en primer lugar, los personajes, cercanos, espontáneos y con una pareja de actores en estado de gracia creando el magnetismo necesario. Por otra, el guion. Sencillamente muy bien escrito. Cuando todo empieza a animarse y funcionar, ese estado de sueño acaba con un fundido a negro de esa primera mitad: un apasionado beso, sirve de ‘The End’ provisional.
'La La Land', en busca de redención
Cuando la parte animada, el ‘La la land’, al que hace referencia el título, se desvanece, disminuyen los saltitos, el baile, la música, la alegría y las buenas intenciones. El futuro va tomando color sobre las vidas de la pareja y, efectivamente, no es la imagen idealizada de un baile entre estrellas. Las distintas dificultades a las que cada uno debe de enfrentarse para conseguir sus sueños se entrecruzan con el que, a priori, es su anhelo oculto. La vida en pareja, el romanticismo ingenuo, los momentos memorables, los recuerdos. El amor verdadero.
En esa segunda parte , Chazelle regresa a Jacques Demy, esta vez a la melancolía de ‘Los paraguas de Cherburgo’(Les parapluies de Cherbourg, 1964) y borra casi por completo los pasajes musicales. En su lugar, se despliega un dominio del lenguaje secuencial inspiradísimo, lleno de detalles sutiles, con gran carga simbólica, como ese tocadiscos que deja de sonar cuando la pareja se da cuenta de que es el principio del fin. El director sustituye los bailes por un sentido del ritmo a negras, aplicando la matemática musical con precisión a la narrativa cinematográfica, su imágenes, los diálogos, llevan un compás musical oculto.
Lo que recuerda a la gramática vibrante de ‘Whiplash’(2014), en la que, por cierto, su plano final confirmaba que la única vía hacia la excelencia era el sacrificio total. No sabemos a qué novia tuvo que dejar para ser músico o director de cine, pero parece que le sigue doliendo suficiente como para pedir algo de comprensión, por lo que se reafirma en su tesis con una historia que reparte culpas, pero, en esencia, busca la misma redención a través de esa sonrisa final, de tabula rasa. En esencia, ambas cintas son una bella pero inquietante disculpa por creer que los sueños valen más que el amor.
- Otra crítica en Blogdecine | 'La ciudad de las estrellas - La La Land', fantástica y emocionante (de Mikel Zorrilla)
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