Un mes después de su estreno, todavía puede encontrarse en algunas salas la última película del realizador alemán Michael Haneke, la aclamada ‘La cinta blanca’, ganadora de la Palma de Oro en Cannes, elegida mejor película del año pasado por la Academia de Cine Europeo, ganadora del premio Fipresci, del Globo de Oro a la mejor película de habla no inglesa y clara favorita para llevarse el Oscar en la misma categoría. Con la crítica rendida a sus pies, y tantos galardones, parece complicado buscar una razón para no ir a ver esta película. Es decir, ¿puede uno quejarse de las malas películas que se hacen hoy en día, y al mismo tiempo no ir a ver la película mejor valorada del 2009?
Y la respuesta es que sí, por supuesto. No tengo datos concretos, ni falta que hace, pero sé que muchos de vosotros no habéis ido a ver ‘La cinta blanca’. Nótese que no he dicho que os debe gustar o una tontería similar. Cada uno verá la película a su modo y dará su veredicto (sin ir más lejos, en este mismo blog, Jesús la catalogó de brillante, Adrián de fascinante y Alberto de aburrida), no me refiero a eso. Hablo de salir de tu casa y en lugar de ir a ver otra cursilada con motivo de San Valentín o la nueva y fracasada versión del hombre lobo, optar por la magistral película de Haneke. Para echaros una mano, que sé que a veces cuesta atreverse a dar este tipo de pasos, aquí os dejo mi valoración de ‘La cinta blanca’, uno de los títulos imprescindibles de la década.
Un relato precioso y brutal
‘La cinta blanca’, o ‘Das Weiss Band: Eine Deutsche Kindergeschichte’ (el subtítulo significa ‘Una historia infantil alemana’), que antes de película iba a ser una miniserie, nos traslada a la Alemania de principios del siglo XX, poco antes del inicio de la I Guerra Mundial. Una voz en off nos aclara, desde el principio, que lo que vamos a ver sucedió en el pueblo donde ejercía de profesor cuando era más joven. Adelanta que se trata de una serie de misteriosos y terribles sucesos que, por supuesto, sorprendieron a todos, y que a día de hoy siguen sin tener una explicación. Con la intención de aclararlos, por si tuviera utilidad, este hombre nos contará lo que él vio, oyó y pensó. Así que desde el mismo inicio (y también desde el título completo original) se nos aclara algo importante, que no entiendo cómo hay quien lo olvida: vamos a asistir a un relato inconcluso, o al menos, sin respuestas concretas que aclaren lo ocurrido.
Claro que esto es algo que los que ya hemos visto otras películas de Michael Haneke podíamos adelantar. Las películas de este peculiar cineasta no suelen tener principios ni finales convencionales, sino que lo que nos muestra es algo así como un trozo de la realidad completa que él quiere mostrar. Tampoco le gusta usar música (lo que se conoce como música extradiegética), por lo que me sorprende (y me divierte) mucho que algunos, que evidentemente no se habían enfrentado antes a una obra de este cineasta, hayan creído que en ‘La cinta blanca’ no la había para subrayar la dureza del retrato. No, él dice que en la vida no hay música, salvo cuando alguien enciende una radio o toca un instrumento, así que en sus películas también funciona así (al principio de ‘Funny Games’ rompe esta norma, pero es que la película entera es un juego, más o menos divertido). Más o menos discutible, pero es su forma de hacer cine.
En cuanto al (precioso) blanco y negro, que por cierto tuvo que arreglarse durante la post-producción (la película se rodó en color), aclara el director que tomó esta decisión no sólo porque le encanta sino porque son los colores que asociamos a la época en la que transcurre la película, por las imágenes que nos han llegado. A Haneke le preocupaba situar al público en 1914, de tal forma que no dudara nunca que lo que se le está narrando es un trozo del pasado, recuperado para ser visto hoy, desde nuestras butacas, de una forma seca y clara; un relato de desnuda verdad. En este sentido, el director logra su propósito, y como en anteriores trabajos, no vemos actores sino personas, no asistimos a melodramas adornados sino a acontecimientos cercanos e implacables. Los personajes cobran vida y sus vivencias traspasan la pantalla.
Me resulta difícilmente comprensible que haya quien diga que ‘La cinta blanca’ es una película fría o que deja indiferente. A mí me parece imposible no dejarse llevar por las imágenes de este brutal cuento de horror cotidiano. ¿Es posible asistir con indiferencia al trato del sacerdote con sus hijos? ¿O al del médico con su amante (he visto dos veces la película y soy incapaz de mirar la pantalla en la escena cumbre)? ¿O no sentirse indignado ante los numerosos actos de injusticia llevados a cabo por los “padres de familia”? Es una película violenta (realmente violenta, no como las que van de ello pero sólo ofrecen trucos de gore barato) y agobiante, asfixiante. Haneke nos sumerge en la vida de un pueblo que asiste con sorpresa a una serie de hechos aislados que parecen actos de terrorismo, “endemoniados crímenes” fruto de una mente perturbada. Pero en realidad, y nosotros que estamos fuera lo vemos clara e inmediatamente, el verdadero terror no reside en esos “ataques” aparentemente sin sentido, sino en la forma de vida del propio pueblo. Las gentes de aquel lugar están dominadas por el miedo (ojo a la escena de Eva cuando su novio le habla de hacer un picnic en el bosque), lo llevan en la sangre y de una u otra forma, tarde o temprano, eso va a explotar.
Terror contra terror
Ante este dominio del miedo, apoyado en la religión, la nobleza y el machismo, se levanta(n) un(os) rebelde(s) y protesta con un golpe doloroso e imprevisto a lo establecido. Terror contra terror. El cable que casi mata al médico, el incendio del granero, las agresiones a dos de los niños (los dos que los demás chicos no aceptan). Estas tres acciones son las que impactan al pueblo y las que carecen de explicación para sus gentes, si bien (para nosotros) es fácil encontrar a los culpables. Haneke no da explicaciones concretas, porque quiere un público pensante, pero deja claras las respuestas; por ejemplo, hay que estar muy poco atento para no descubrir quién quitó el cable, y por tanto, quién lo puso ahí.
Pero no son los únicos actos de terrorismo que suceden en la película. Un bebé casi muere de frío porque la ventana de su cuarto estaba inexplicablemente abierta. Una mujer muere porque se la pone a trabajar en un lugar inapropiado, en ruinas; su marido no hace nada, porque teme la reacción del barón, pero su hijo sí, destrozando la cosecha del noble. El médico insulta y desprecia a su amante, y la sustituye por su hija, ¿es casual que al final (tras una amenaza de la mujer) desaparezca sin dejar rastro?
Mucho menos llamativo y poderoso es el acto de rebeldía de otro de los niños, porque todavía es demasiado pequeño para concebir y hacer algo más grande. Pero lo suyo es muy significativo. El hijo pequeño del médico interroga a su hermana en la cocina sobre la muerte. Cuando descubre que ella y todos los demás adultos le han mentido, siendo muy posible que lo sigan haciendo (teme que su padre también haya muerto), el chico se enfada y lanza su plato contra el suelo. Para él, tirar la comida y romper el plato es una respuesta vengativa suficientemente dura. Con unos años más, y ante otro acto de los adultos que no acepte (por ejemplo, atarle a la cama por si se le ocurre tocarse), ¿creéis que no hará algo más contundente?
Es igualmente simbólico que el otro niño de su edad, también demasiado pequeño para unirse a los otros chavales, sea el único de toda la película que parece bondadoso. Recoge un pájaro herido y pide permiso a sus padres para cuidarlo; lo hace y en lugar de quedárselo, se lo regala a su padre porque lo ve triste. No recibe las gracias, ni un trato especial por ello, y a él le da igual. Todavía es muy joven.
Es irónico que haya quien acuse a Haneke de plantear interrogantes y no dar respuestas, o quien se moleste porque le hablaron de germen del nazismo y aquí no hay esvásticas, cuando su película es la mayor, la más firme y lúcida, respuesta a muchos de los problemas y “misteriosos” crímenes que vienen manchando nuestra Historia desde el siglo pasado. No se puede pretender que todo nos lo den mascadito. Todavía vivimos en una sociedad incapaz de reflexionar, de debatir y encontrar soluciones verdaderas, de darse cuenta de los cuervos que está creando, y que se sorprende de las atrocidades que se cometen a diario en todas las partes del mundo, cuando no es más que el fruto de lo sembrado. Todos los días hay alguna muerte impactante no muy lejos de donde vivimos. Y mañana habrá otra. No pararán. Por no hablar de las humillaciones o las palizas. Por no hablar de la pobreza (económica y cultural), la represión y el fundamentalismo.
Como parece señalar la película al final, hasta que no haya otro gran enfrentamiento entre naciones y nos matemos los unos a los otros como perros sin correa, por la bandera o alguna estupidez similar, no nos daremos cuenta de la gravedad de la situación, de que el agua está hirviendo y estamos dentro de la olla. ¿Seguiremos diciendo que no lo vimos venir, que no sabemos la causa? No queremos mirar, y estamos demasiados cómodos como para cambiar las cosas. Desgraciadamente, hasta que no nos toque a nosotros, directamente, no abriremos los ojos. Por eso me parece tan grave que se limite ‘La cinta blanca’ comparándola con ‘El pueblo de los malditos’ (1960) o con un título más culto como ‘El cuervo’ (1943), cuando tienen tanto que ver con ella como ‘Los comulgantes’ (1963). Vale como broma, como parte de un charla informal, pero dicho en serio revela una torpeza escandalosa. Eso es quedarse en la superficie, no saber ver más allá. Y con Haneke hay que ir más allá.