‘La chispa de la vida’, de Álex de la Iglesia, se podría considerar como un remake de ‘El gran carnaval’, de Billy Wilder, con la salvedad de que en este caso es el protagonista, interpretado por José Mota, el que quiere sacar provecho de su propia desgracia, como indicaba Míkel Zorrilla o como aclara el propio director y co-guionista, que asegura que su film se parece más a ‘La cabina’, aquella opresiva tv-movie que dirigió Antonio Mercero sobre el guion de Garci. Acompañado en el reparto por Salma Hayek, Blanca Portillo, Juan Luis Galiardo, Fernando Tejero, Manuel Tallafé, Santiago Segura, Antonio Garrido, Carolina Bang y Joaquín Climent, entre muchos otros, el cómico encarna a un publicitario en paro que acude a Cartagena para reservar una habitación en el hotel donde pasó la luna de miel y darle así una sorpresa a su mujer, que tanto lo ha apoyado. Al llegar, descubre que en lugar del alojamiento se ha erigido un museo arqueológico y, por torpeza, sufre una mala caída que lo deja retenido de tal modo que ni los médicos pueden moverlo de allí.
Sin olvidar cuestiones de tono de la narración o de nivel de las interpretaciones, así como otros aspectos en los que se puede aplicar aquello de que las comparaciones son odiosas, aventuraría que existe un argumento extra-cinematográfico que supone la diferencia entre una película y otra. Decía un amigo que es imposible parodiar a la televisión del morbo. Y tenía razón, pues creo que, si ahora nos formásemos una tormenta de ideas para buscar lo más exagerado y desquiciado que pudiese elegirse como tema para un espectáculo, con la idea de parodiarlo y así demostrar su crueldad y absurdo; al día siguiente, haciendo zapping, nos encontraríamos la “promo” de algo todavía más descabellado y dañino. Por lo tanto, lo que en 1951 podía ser una crítica muy efectiva sobre la prensa y los medios, ahora mismo no pasa de suponer una obviedad y de quedarse corto sin remedio. De esta forma, es difícil sentir la indignación que tendría que producirnos la situación.
Un tono poco definido que dificulta el realismo
En algunos retratos, ‘La chispa de la vida’ puede considerarse muy realista. Se nota que de la Iglesia ha trabajado en publicidad y que ciertos tipos de los que aparecen por la película, en forma de cameos, como Nacho Vigalondo, han empezado de creativos publicitarios. Esa recreación del mundillo, en la que Mckenzie es McCann-Erickson –autores del eslogan en 1970–, resulta fidedigna, a pesar de lo estereotipada que pueda aparentar ser, pues algunas agencias se acomodan ellas mismas a lo que se puede esperar de un copy como si ya estuviesen interpretando papeles para el cine o la televisión.
Pero también hay otros aspectos que resultan artificiales y no me refiero solo a esa autopista entre Madrid y Cartagena que no les lleva más que cinco minutos –quizá en guion estaba escrito que fuese todo en la misma ciudad y una tardía inyección de dinero autonómico provocó este desajuste–. Hablo de la caricaturización exagerada de algunos arquetipos –especialmente el dueño de la cadena encarnado por Juanjo Puigcorbé–, que nos aleja del posible realismo. Asimismo de algunas actitudes que responden al tipo de interpretación semihumorística al que acostumbra de la Iglesia y que encaja muy bien en sus comedias negras de humor absurdo, pero que no va con una historia más próxima al naturalismo, como es esta. Así, el tono no termina de ser cómico, pero tampoco se decide por lo dramático y de esa manera, nos separa de la historia. De la Iglesia lleva el guion a su terreno, pero no por completo.
Donde sí detecto realismo es en una faceta de ‘La chispa de la vida’ que normalmente habría pasado por alto y que, a priori, me importaría menos que ninguna otra, pero a la que no por ello le resto importancia, ya que considero que no es nada fácil de reflejar. Me refiero al amor que se tienen los componentes de la familia. Un matrimonio que lleva veinte años casados y sus hijos adolescentes siempre nos harían creer que entre ellos hay hastío y, como mucho, costumbre de estar juntos y afecto. Pero el guion, los intérpretes y la dirección de ‘La chispa de la vida’ sí me hacen creer que estas personas todavía se quieren, quizá más que el día que celebraron esa poco glamourosa luna de miel.
Crítica
La crítica de la película no se dirige tanto a la publicidad, aunque sea este el mundillo donde el protagonista comienza, como a los programas basura de TV, ejemplificados en ese “Rumore, rumore”, en el que Roberto se empeña en aparecer por una mísera cantidad de euros. Pero es que la protesta ataca por tantos frentes que cuando el personaje de Mota llama a los banqueros “hijos de puta” es arduo determinar si se trata de una forma de plasmar como un cínico a ese protagonista o si no es más que una fórmula inmediata y garantizada para conectar con el público aprovechando el cabreo que nos invade por asuntos como el paro, la especulación inmobiliaria, la corrupción en cargos de los ayuntamientos… Al ser tantos los objetivos elegidos para el pataleo, se diluyen todos por igual.
Supongo que sería aventurar demasiado entender el cilindro de hierro que queda introducido en el cráneo del protagonista como símbolo de la lobotomía que ejercen las tertulias entre famosos sobre sus espectadores. E igual de lejano estará considerar que, cuando Roberto se aferra a la voluptuosa estatua femenina para salvar su vida, estamos viendo un paralelismo con el soporte que su espectacular fémina supone para su existencia –muy elocuente con respecto a la elección del reparto, que sonaba a broma, la frase de ella que le indica que no es un fracasado por tener ese pedazo de mujer–. El dedo que señala al personaje de Tejero no deja duda de sus intenciones. Pero no será la primera ni la última vez que se señalan metáforas allá donde los autores no han querido representar nada.
Conclusión
‘La chispa de la vida’ incluye un exceso de personajes y de elementos argumentales encajados dentro de una trama que apenas presenta giros o evolución a partir del momento en el que es planteada. Una situación en la que es imposible el cambio sirve como excusa para introducir ataques a casi todos los estamentos de la vida actual. Con tanta protesta y tanto revuelo se torna complejo aproximarse emocionalmente a lo mostrado, ya sea viviendo la indignación ante los aspectos negativos proyectados o sintiendo de cerca el sufrir de los protagonistas. La historia personal y, más concretamente, de amor marital, es, no obstante, la que mejor funciona y, gracias a ella y al despliegue de rostros célebres, que no dejan de aparecer como sorpresas durante todo el metraje, la película cumple y propicia un rato agradable. Sin embargo, dista de poseer esa chispa y ese gas del refresco que anunciaba el eslogan del título para quedarse en el jarabe dulzón que empezó siendo la bebida más célebre del planeta.
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