'La caza', un telefilme venido a más

Actor de mirada inquietante y rudo semblante, el rostro del danés Mads Mikkelsen había quedado hasta ahora asociado al de Le Chiffre, el hierático villano que lloraba sangre y que traía de cabeza a James Bond en 'Casino royale' (id, Martin Campbell, 2006). Con las cosas a punto de cambiar si la serie de televisión 'Hannibal' (id, 2013) funciona como se espera —los dos episodios vistos hasta ahora desaprovechan una barbaridad el potencial de Mikkelsen en la contenida encarnación que está llevando a cabo del Dr. Lecter— resulta gratificante observar la voluntad del intérprete por no encasillarse en papeles ásperos, un esfuerzo que aquí se habría visto mejor recompensado de haber contado 'La caza' ('Jagten', Thomas Vinterberg, 2012) con un guión a la altura de las circunstancias.

Desafortunadamente, el libreto de la cinta del cineasta Thomas Vinterberg —escrito por el propio realizador en colaboración con Tobias Lindholm— trabaja a dos niveles muy diferentes con una misma premisa de partida que, dependiendo del ánimo del espectador, funcionará con toda su intensidad o se medirá por el mismo rasero por el que solemos calificar a los telefilmes con los que Antena 3 nos bombardea los fines de semana.

(Mínimos spoilers en este párrafo y el siguiente) Con el motor de un relato basado en la acusación de pederastia a un maestro de escuela infantil, Vinterberg se acerca peligrosamente a esas historias "basadas en hechos reales" que tanto y tan justificadamente tememos los cinéfilos, y si uno no acepta el sutilísimo establecimiento de la misma y las injerencias de otras ideas de menor importancia del guión durante el desarrollo del filme, es muy probable que perciba las casi dos horas de proyección como una agónica letanía apoyada en la gélida dirección del cineasta danés y en unas poco convincentes interpretaciones —las del mejor amigo del protagonista y el hijo de éste son risibles—, destacando sólo del conjunto el impresionante tour de force que Mikkelsen efectúa desde su primer minuto en pantalla, cargando el sólo sobre sus hombros todo el peso de la película.

Situado en la opción opuesta, la aceptación del núcleo que Vinterberg plantea, así como el abrazo al fresco que el cineasta dibuja sobre lo que en Dinamarca significa hacerse adulto, colocará al espectador en una incomodísima posición: la de de tener que hacer frente al discurso interno que le lleve a plantearse cuáles serían sus reacciones en caso de encontrarse, ya en la piel del personaje encarnado por Mikkelsen, ya en la de cualquiera de los padres que convierten al profesor en el blanco de sus iras, sus miedos, sus frustraciones y su notoria incapacidad para poder comunicarse con franqueza, rasgo este último que parece querer acercarnos a la idiosincrasia del país nórdico —tan opuesta como es al temperamento mediterráneo—.

Personalmente me quedo en tierra de nadie. De una parte me inclino a pensar que la extrema frialdad —antes hablaba de gélido— con la que Vinterberg trata el corpus central de la historia, desarropándola por completo de cualquier atisbo dramático que no sea el que nosotros queramos aportar, juega a favor de la implicación del espectador en el devenir de los acontecimientos, acercándonos por igual a las dos posturas que la cinta pone sobre el tablero aunque, por empatía con la grandeza de lo que Mikkelsen transmite, terminemos simpatizando más con su postura.

De la otra no soy capaz de entender, más allá de su obvia inclusión de cara al poco sorpresivo final, toda la subtrama que rodea al mundo de la caza y a lo que ello supone para un danés; y me cuesta aceptar —de nuevo, por las grandes diferencias de mentalidad— la singularísima parsimonia que caracteriza a las reacciones de todos los personajes durante buena parte del metraje —que no toda—, siendo claro ejemplo de ésta aquella que Mikkelsen matiza con maestría incomparable en su caracterización de Lucas.

Un personaje que se alza, en virtud del asombroso trabajo del actor —que fue galardonado con el premio al Mejor Intérprete en Cannes—, como lo mejor de una cinta que encuentra sus otras grandes bazas en la milimétrica realización de Vinterberg y en la espléndida fotografía de una Charlotte Bruus Christensen que saca inmejorable partido de los diversos ambientes exteriores e interiores por los que el cineasta mueve la acción.

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