Modesto Pardo (Antonio Resines) ha perdido a su hija (Dafne Fernández) en un incendio y ahora, pasados siete años, vive en la Costa del Sol. Durante un violento atraco en el banco que dirige, Modesto descubre unas peligrosas documentaciones que implican a una serie de redes compuestas por policías y políticos corruptos que revelan que la muerte de su hija no fue un casual y trágico accidente. Dichas documentaciones salpican a un polícia corrupto, Rafael Mazas (José Coronado) que emprende una violenta carrera para recuperarlas y fugarse con su novia (Goya Toledo).
A Enrique Urbizu hay que amarlo, admirarlo. Pocos cineastas en España han hecho el ingente, a ratos ignorado y otras veces celebrado, trabajo de poner al día los códigos genéricos criminales, en principio americanos, para llevarlos a una geografía humana propia sin negar los elementos peculiares y nacionales que debe tener esta trama. Coescrita con su habitual Michel Gatzambide, 'La caja 507' (id, 2002) es una excelente muestra de buen cine y sobre todas las cosas de excelente narración.
Porque Urbizu es también un cineasta europeo, o lo suficientemente europeizado como para que escoja con especial tacto sus influencias más americanas. La más obvia es Michael Mann. Aunque a Urbizu, me atrevo a conjeturar, no le interesan las simetrías, pero sí se preocupa por la ironía, lo suficiente como para que este juego de gatos y ratones tenga un incómodo y cínico final feliz, algo que Mann, siempre un hombre en el desvelo de la melancolía existencial jamás se permitiría.
En las cloacas del capitalismo tardío, de la construcción del estado del bienestar, sucedió España y sucedió el llamado, como le gusta a este país la metáfora todavía católica y todavía ingenua para el encubrimiento mediático, milagro económico y hace diez años, en plena felicidad urbanizadora, expansora y de superávit anual, se permitió Urbizu un modesto, desdihado y terrible presentimiento: el de que urbanizar parcelitas se había hecho con métodos sucios, para gloria de unos pocos y en detrimento del bien común.
En su trama inmobiliaria resuenan los ecos fundacionales de Robert Towne en 'Chinatown' (id, 1973) pero no quiere este cineasta depender de las influencias autorales sino llevarlas a un puerto bien distinto, eso es lo que le distingue de la deriva y eso es lo que hace que su propio camino sea tan interesante como el que puede evocar en principio. Porque vemos como, por decirlo parafraseando otro título de otra magistral película de este hombre superdotado, que la vida mancha.
Usando elegantes movimientos laterales de camara, y una excelente composición y cuidadosa selección de localizaciones (Gibraltar y la Costa del Sol en su mayoría), lo que Urbizu pretende y logra y alcanza es una mirada cínica sobre como el más corrupto de los policías quería salvar una vida de la miseria y hacer la justicia y como la justicia de una persona, antes común, va a derivar en un nuevo chantaje. Por supuesto, hay algún que otro eco de Sam Peckinpah en la construcción de personajes cada vez más deshauciados de su existencia y que encuentran temporales, inútiles y al mismo tiempo memorables refugios en el amor ocasional y distante.
Todo termina con la muerte, con las manos llenas de sangre; es muy posible que al final el cansado antihéroe alcance a derribar algunas cabezas, no sin antes aficionarse a los métodos de quienes han sido destruidos. No quedan tiempos para otros heroísmos en esta película llena de tipos necios, de verdades envilecidas por el tiempo y el dinero y de brutales, contundentes imágenes y actuaciones. Queda el volverla a ver, siquiera para disfrutar de un Coronado casi inexpresivo y un Resines más humano, bajo control, aprovechado.
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