Cinco adolescentes pasan un fin de semana en una casa en los bosques donde encuentran un libro abandonado. Pronto empiezan a desaparecer y a afrontar peligros extraños, tal vez sobrenaturales. Pero la amenaza que les persigue no es la que ellos esperan, ni tampoco los espectadores, siendo un extraño entramado organizativo el que sigue sus pasos con oscuras y esotéricas intenciones.
No he dejado de oír las mismas defensas y categorizaciones de 'La cabaña en el bosque' (Cabin in the Woods, 2011) ya desde antes de su tardío y, al menos, afortunado estreno en este país. Parece que defensores y detractores se han puesto de acuerdo en las líneas del debate, lo cual es siempre un síntoma de la victoria de los segundos sobre los primeros. Se dice que la película es una deconstrucción de los tópicos del género y se dice que es más ingeniosa que brillante. Esas son, en líneas generales, las ideas de toda literatura vertida hasta el momento sobre la película con honrosas excepciones, claro está.
Lo cierto es que esta película de Drew Goddard, la primera que dirige, no es una parodia ni deconstrucción de los lugares comunes al uso puesto que ya hay películas que hicieron eso, en diversos grados de acierto pero con intenciones evidentes, mucho antes, si se me apura desde los años ochenta lleva el cine de terror mirando sobre su pasado y sobre sí mismo para convertir esta conciencia de su agotamiento en una excusa argumental más.
Sin ir más lejos, 'Una pandilla alucinante' (The Monster Squad, 1987) o 'Scream' (id, 1996) o la más olvidada e injustamente poco recordada 'Behind the Mask: The Rise of Leslie Vernon' (id, 2006) son ejemplos de un cine de terror que juguetea con el cliché, lo desmonta, lo tributa o lo cuestiona de un modo más o menos evidente para el aficionado.
Quien conozca la trayectoria de Goddard y de su coguionista y productor, Joss Whedon, sabrá que el terreno de la película no es nuevo para ellos. Hay episodios de la magnífica 'Buffy Cazavampiros' (1997-2003) en el que Halloween o las iniciativas gubernamentales que manejan con monstruos son explorados, proponiendo una mirada fresca sobre viejos y conocidos relatos de horror.
Desmentida la elemental literatura generada alrededor del estreno de la película, paso, por supuesto, a defenderla como uno de los estrenos más relevantes, punzantes y agudos de este año. ¿Cómo? Bien, lo que el film de Goddard propone, y de un modo vigoros, satírico y nada complaciente, es filmar una película realmente contemporánea de su tipo.
Por realmente contemporánea significa que ya nada nos da miedo, porque lo miedoso nos resulta familiar. Pero, y aquí es donde se aleja de las aventuras del Ghostface creado por Kevin Williamson, la falta de ese terror no se debe a que lo conozcamos mediante el consumo doméstico de nuestro pasado cinematográfico. En aquellas películas, Randy Meeks, un aficionado al género que había estudiado mediante videoclub los lugares comunes, era quien ejercía de sacerdote para la religión profana del terror.
Pero esta no es la idea, perversa, que manejan los creadores de esta película. El terror es una forma más del absurdo de la vida. Para salvar al mundo, tenemos que volver a nuestros adolescentes en estúpidos y celebrar la masacre. Hay una secuencia de la película brillantísima donde vemos el asesinato de uno de los jóvenes protagonistas celebrados por la extraña organización que los causa: después descubrimos que la razón es porque siempre hay un terror más temible, invencible y primario al que no podemos vencer.
Por eso, porque pese a que Whedon y Goddard quieren imaginar una heroína femenina e inteligente, encarnada por una estupenda Kristin Connolly, proactiva frente al clásico rol de virgen que le ha dado el terror no nos queda otra salida. Es Sigourney Weaver, precisamente la mujer que hizo de la mujer-víctima una posibilidad y no una norma al mostrarse superviviente feroz y guerrera poderosa frente a los monstruos (del espacio exterior), quien le recomienda a la protagonista, hacia el final de la cinta, que muera para perpetuar un sistema lleno de barbarie e injusticia. Grandiosa ironía y una muestra más del delicado conocimiento que muestra la película sobre cada uno de sus gestos.
Esta película, que estoy seguro que todo el mundo verá como la película entretenida, salvaje e imaginativa que es, debería ser también (vista, interpretada, aplaudida) como la mirada más pesimista, desoladora y existencial que ha dado el cine norteamericano comercial en las salas de este año. Ante salvar la tierra a costa de la muerte o la extinción total, Goddard y Whedon no tienen duda. No valemos la pena, somos también nuestro más infame destino. Y todo esto tras una poderosa película, dirigida con panorámicas inteligentes y un montaje menos efectista de lo acostumbrado, en la que nadie parecería advertir el poderoso terreno filosófico que se esconde tras su escritura.
Además de leer las reseñas de mi compañero Sergio Benítez, recomiendo también este excelente y didáctico artículo del citado Benítez sobre las complicaciones sufridas por esta película, un clásico, en su estreno en este país. También recomiendo que sean ustedes partícipes de la épica y vayan a las salas. Lo merece.
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