Se trata de una osadía arriesgadísima en los tiempos que corren llevar a cabo una producción como 'La Antena' del argentino Esteban Sapir. Es una de esas cintas que escapan tangencialmente del cine popular y mediático con el que coincide en la cartelera. Por ello, merece la pena que no pase desapercibida, puesto que, dentro de su experimentalismo, nos logra embaucar con un espectáculo visual de primera categoría, que sin embargo queda muy por encima de una historia que se mueve entre la fábula, la metáfora y la crítica sociopolítica, aunque algo insípida y descafeinada.
A pesar de ello, la película no deja indiferente y consigue que el espectador más escéptico caiga en las redes de un producto visualmente impactante, con imágenes cautivadoras e hipnóticas que visten a una narración, con abundantes altibajos, que peca de simplona, además de intentar, tenuemente, aplicar un mensaje moralizante. Una trama estirada, que con una duración de cortometraje hubiese logrado mayor consideración.
Se trata de un cuento fantástico que nos traslada al escenario formado por una ciudad donde las voces han sido robadas y el silencio se torna habitual, en un paisaje urbano (en riguroso blanco y negro) con una nieve permanente. Allí, la televisión juego un importante papel, ya que todos los habitantes se encuentran, en cierto modo, sometidos al único medio de comunicación, repetitivo y machacante, que envuelve la vida de todos. El propietario de la cadena es el malvado Sr. TV, un totalitario y dictatorial personaje, que trama un siniestro plan para apoderarse de la única voz de la ciudad. Esa voz es la de una atractiva mujer, rubia y cantante de rostro desconocido, que ameniza el silencio de la ciudad. Ella, a cambio de entregarse a un experimento con su voz, le exige al villano que su hijo recupere la vista. Pero El Inventor, testigo de la trama malvada decide actuar usando una antena para transmitir la voz del hijo, virtud que ha heredado, y que supone la clave para solventar el entuerto.
La historia está contada como el mismísimo cine mudo, donde los rótulos que subtitulan los escasos diálogos se integran con la historia y los personajes, dotados de dinamismo, formando parte tangible de la trama, casi como un personaje más. Junto con la obvia referencia al clásico cine mudo, no sólo por su planteamiento narrativo, la película está repleta de referencias y símbolos (que acaban siendo un batiburrillo que despista). Por una parte al nazismo, encarnado por el villano de turno, y por otra al cine de animación, e incluso al más puro expresionismo alemán. El director se muestra entusiasmado con estas referencias y símbolos, que pueblan el metraje de la película, como son 'Metrópolis' de Fritz Lang, 'Viaje a la Luna' de George Méliès o 'Luces de la ciudad' de Charles Chaplin. Pero también sabe integrar elementos del cine negro clásico, como los escenarios urbanos, la cantante y el sórdido plan del maquiavélico Sr. TV.
Todo este universo multirreferencial, próximo a la ciencia ficción, está acompañado de forma magistral por las partituras de Leo Sujatovich (prolífico y prestigioso compositor), que están integradas en las imágenes y en la historia de un modo impactante, resultando uno de los más destacables aciertos.
Sin embargo, Sapir no mantiene el pulso firme a la hora de narrar la historia, de enorme simpleza, y cae en constantes altibajos, donde la sucesión de fantásticas imágenes nos hacen perder algo el hilo de la misma. Es más, en ciertas escenas el relato queda supeditado al aspecto visual. También, dilata en exceso alguna trama secundaria que provoca que la llegada de la resolución de la película se prolongue en exceso. Las interpretaciones, ante la dificultad de restarles la voz, resultan en algunos casos excesivas y casi caricaturescas, restando verosimilitud a la historia.
En cualquier caso, no se puede restar valor al interesante trabajo plástico, próxima a lo experimental, con unos elementos que poco o nada tienen que ver con el tipo de cine al que estamos acostumbrados en la actualidad. Sapir, habitual director de fotografía, demuestra un afinado talento para la narración con imágenes, algo que queda patente con cada plano, cuidado al extremo. Y con un trabajo de edición espléndido que otorga algo de brío y fuerza al relato, que además se pierde en una diversa ramificación de referencias, una especie de collage que peca de pretencioso.
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