‘L’amante del vampiro’ (id, Renato Polselli, 1960) pertenece a aquella maravillosa, y muy desconocida, época, del fanta terror italiano que surgió a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, y que precedió al conocido y exitoso giallo. El film de Polselli tiene además el honor de ser la primera película italiana que narra la historia de un vampiro propiamente dicho, en su sentido más tradicional, algo por lo que no puede considerarse como tal la previa, y más conocida, ‘I Vampiri’ (id, Riccardo Freda y Mario Bava, 1957).
Al igual que en el citado film, una de esas pequeñas joyas que todo amante del fantástico saborea de vez en cuando, el trabajo de Polselli anticipa, dentro del contexto de film fantástico sobre vampiros, algunos de los elementos característicos del giallo, entre otros el enfrentamiento locura/cordura, aquí a través de la superstición y la tradición, o cómo no, erotismo de alto nivel, sobre todo en unos años en los que no era lo normal, como evidente hall a una moda que en los setenta tocaría prácticamente todos los géneros con claras intenciones comerciales.
‘L’amante del vampiro’ mezcla, sin ningún tipo de rubor, el mito del viejo vampiro, necesitado de sangre, que pasea su alma atormentada desde hace más de 400 años, con la juventud radiante y desenfadada de los años sesenta, presente en una sorprendente escuela de danza en la que un numeroso grupo de jovencitas, al mando de un sabio profesor y un deseado bailarín, muestran sus encantos y dotes para la música más libre que pueda sonar. Dos son los números de baile que “interrumpen” la narración, como mero, aunque agradable de ver, adorno estético.
Erotismo y golpes de originalidad
Dicho erotismo alcanza su cénit en alguna de las secuencias en las que una de las protagonistas espera la nueva mordida en el cuello de su nuevo amo y señor, un vampiro que irá rejuveneciendo según vaya vaciando de sangre a sus víctimas. Connotaciones lésbicas, sutilmente mostradas entre los dos personajes femeninos, y también algo de sadomasoquismo, explorado con mayor amplitud en las posteriores ‘Il mostro dell’opera’ (id, 1964) y ‘Delirio caldo’ (id, 1972), por supuesto sólo sugerido, lo cual resulta mucho más efectivo.
Entre las secuencias de un film que en realidad está filmado de forma torpe en muchos de sus tramos, se encuentra la originalidad de mostrar al vampiro como el monstruo que es, pero receloso de dos cosas, primero su compañera fiel, la condesa, de igual condición vampírica y a la que se siente atado por nada menos que amor, un amor posesivo y mortal que desemboca en lo segundo, querer ser el rey de su mundo, como él lo llama, eliminado para siempre a todo aquel que vampiriza, antes de que tenga una legión de seguidores sedientos de sangre.
Así pues, secuencias como la del vampiro clavando una estaca a una de sus víctimas dentro del ataúd, es una imagen portentosa por todo lo que significa, y que sirve a Polselli para ahondar en la más evidente de las características de todo vampiro, la soledad. Esa eterna soledad, especie de maldición, que le hace vagar por el mundo sin tener amigos, el precio a pagar, con la ironía de enamorarse locamente de su única compañera. Sin duda, los aciertos más visibles de un film pobre en ciertos aspectos, cutre en otros, pero simpático y hasta eficiente en las secuencias que transcurren en el castillo.
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