Estaba jodido. Estaba más húmedo que Drew Barrymore en un bar de grunge.
El ladrón Harry Lockhart (Robert Downey Jr.) termina en Los Ángeles siendo actor tras ser confundido por uno en medio de uno de sus robos de poca monta. Asesorado por el detective Gay Perry (Val Kilmer) se verá en medio de un misterioso asesinato en el que también está implicada su antiguo amor de instituto, la actriz en ciernes Harmony Lane (Michelle Monaghan).
Guionista sobradamente talentoso y célebre por sus cheques millonarios, Shane Black regresó al cine más o menos mayoritario con esta película que tuvo la decencia de redescubrir la estrella de Robert Downey Jr. y de ponerla a disposición de unos estudios que no dudarían en convertirlo en el más carismático héroe de acción y aventuras que haya surgido en los últimos años.
'Kiss, Kiss, Bang, Bang' (id, 2005) es una delicia que he visto ya seis veces. Presumo de no cansarme jamás de ella. La película funciona en un registro casi excepcional en el cine contemporáneo: aquel en el que la ligereza y la mofa no renuncia ni un ápice a la sofisticación conceptual y argumental de la propuesta. Por su título, recordamos el verbo incendiado de Pauline Kael, que tituló un famoso libro de crítica de cine de los sesenta así y que empezó a defender, desde las páginas de New Yorker, el placer y el gusto propio para construir también grandes obras de arte.
No es casualidad que Black, viejo lobo y también hombre mayor a las puertas de convertirse en algo así como en un nombre clásico - su carrera comenzó en los ochenta con el guión fundamental de 'Arma Letal' (Lethal Weapon, 1987) - divida esta película en capítulos y las titule, como no podía ser de otra manera, como todas las grandes obras del escritor Raymond Chandler, célebre por su personaje, el detective Philip Marlowe.
¿Y por qué ese homenaje? En Black nada es casual o gratuito y gusta de ensanchar el juego lo suficiente como para hacer a cualquier espectador partícipe y que, además, lo sea en una trama tan ingeniosa como predecible, tan insólita como familiar. Este registro, entre la autoconciencia y la renovacion, es lo que hace de esta película algo que permite tantas revisiones.
Y es que en la propia película, se habla y se discute de un detective ficticio, Johnny Grossman y de unas novelas, en las que hay dos casos que terminan en uno y un tiroteo final. Pero esas novelas no son solamente un cariño que tiene Black al género: son también su manera de revelar la estructura de la película y de crear personajes al borde del quijotismo, dado que su héroe, el singular Lockhart, empieza a comportarse como un detective, aunque en ningún momento lo sea realmente, más allá del noble arte de recibir palizas.
Porque no es un seductor, no es, desde luego, un tipo duro y recibe todo tipo de humillantes torturas que harían parecer al maltratado detective Jake Gittes una especie de santurrón bendecido por los matones. Y es que Black construye su trama como un reflejo de nuestras expectativas, de nuestra memoria, de nuestro propio amor por el género.
A través de esa filiación, llegamos a un final que incluye sorpresas e incluye predicciones hechas ya, sin que el conjunto se resienta un ápice. Es un placer descubrir al mejor Val Kilmer y ver como Downey Jr. ha nacido para entender todas y cada una de las brillantes líneas de guión que su director y guionista le proporciona. Michelle Monaghan roba escenas como una versión más relajada y divertida de la mujer fatal.
Y es que la Los Ángeles que describe Black, toda al borde de una piscina lujosa y hollywoodiense, tiene mucho de autobiográfico y es un lugar superficial, lleno de ángeles caídos venidos del medio oeste a triunfar para darse de bruces con una realidad que les supera y de la que son personas non gratas. Solamente cuando la ficción - detectivesca, de la propia influencia de los libros del ficticio héroe Grossman - se interpne en sus vidas es cuando pueden sacar lo mejor de sí mismos.
Sabemos, como ya he dicho antes, lo cervantina y nuestra que es esta idea, la de transformar la realidad por un exceso de lectura y, además, Black añade capas de metaficción cinematográficas, con la voz en off-narrador jugando con las escenas y con la estructura de la película mientras que, al mismo tiempo, respeta sus tiempos de presentación, desarrollo y desenlace.
Ya digo, pocas películas hacen del ingenio una manera no de dar un paso adelante sino al costado y que eso mismo, ese paso al costado, no sea redundancia sino una película genuinamente valiosa, divertida e inteligente. En fin, en los años que vendrán se hablará de una película estupenda, de un clásico del género y no veo yo porque no podemos hacerlo ya: esta película es magnífica y merece el estatus más alto. El público la seguirá viendo, analizando y disfrutando por la mejor de las razones. Mi compañero Alberto, en cambio, la juzgó severamente y así lo explica en su crítica.
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