La sorpresa que supuso en 2014 la película de Matthew Vaughn 'Kingsman: Servicio secreto' pilló desprevenidos hasta a los fans más entregados de 'Kick-Ass', una película moderadamente interesante pero que palidecía comparada el comic original. O a los de 'X-Men: Primera generación', cada vez más afirmada en su trono de mejor película del grupo de mutantes
Se trataba de un film de espías que modernizaba por completo el estilo James Bond. Era muy consciente de sus raíces pero le sumaba a la vez una vibrante y agresiva puesta en escena en las secuencias de acción, un subtexto corrosivo y un equilibrio muy singular entre los tres protagonistas: el veterano y algo estirado Galahad (Colin Firth), el novato Eggsy (Taron Egerton) y el hilarante villano de la función, el millonario Valentine (Samuel L. Jackson).
Ellos eran los tres vértices perfectos para una película que pese a discurrir por caminos muy transitados (la herencia desconocida de Eggsy, el villano multimillonario más accionista de Apple que de SPECTRA, el choque entre la distinguida clase alta británica y la juventud cockney, bases secretas en el interior de montañas, despliegue de gadgets...), se revelaba como una propuesta distinta gracias a su irreverencia y un guión muy inteligente.
Un batiburrillo de elementos muy complicados de equilibrar que se sostenían en pie gracias a un elenco especialmente bien dirigido, unas secuencias de acción impecables (modernas e imaginativas, pero no confusas o avasalladoras) y un humor en el que la zafiedad paródica se daba la mano con una bilis altamente británica. Bilis que procedía en buena parte del estupendo comic escrito por Mark Millar, muy bien entendido en su esencia.
En esta secuela, todo parece haber vuelto, y de forma casi matemática: humor con una capa satírica, parodia de las convenciones bondianas, secuencias de acción gloriosamente planificadas, una villana de concepto envenenado (gloriosa Julianne Moore)... y sin embargo, las piezas no están tan bien engrasadas. Sigue siendo 'Kingsman', todo está en su sitio, pero con la inevitable pérdida del factor sorpresa se ha perdido algo de la frescura y, también, parte de la energía original.
¿Más de lo mismo es suficiente?
Fiel a la filosofía de cualquier secuela de superar las expectativas de sus predecesoras, 'Kingsman: El círculo de oro' arranca con unas cuantas explosiones, y desde ahí hacia arriba. Empieza con la destrucción de toda la organización Kingsman (un principio altamente Millar, muy fan del borrón y cuenta nueva como resorte narrativo). Los supervivientes encuentran una salida al descubrir una agencia paralela a Kingsman, pero ubicada en Estados Unidos.
Se trata de un recurso que 'Mission: Impossible' ha explotado no en cada secuela, pero casi: todos son traidores menos Tom Cruise y su grupo de afines; o bien todo el mundo aísla a Cruise con falsas evidencias de que es un traidor; o hay que prescindir de los recursos de los jefes para espiar en modo freelance. La destrucción de la agencia y el empezar desde cero es un tópico recurrente del cine de espías, y en esta ocasión parece que encaja con el Universo Kingsman.
Sin embargo, Vaughn se muestra perezoso a la hora de desplegar este nuevo escenario: falsos culpables, amigos dudosos, muertes inesperadas, resurrecciones muy, muy poco sorprendentes (sale en los carteles), todo se va desarrollando a velocidad de crucero y, lo que es peor, sin acción. En la primera 'Kingsman' cada acto se explicaba a través de un conflicto físico: hasta salir o entrar de una casa conducía a una miniexhibición de parkour o a media docena de derrapes en un callejón o a una cabeza (como mínimo) explotando.
En este caso, Vaughn no despliega la acción con tanta generosidad y hay demasiadas secuencias de transición. Demasiados planos de gente poniéndose o quitándose esposas, pidiéndose disculpas, cambiando de actitud o recordando tiempos pasados. No es que 'Kingsman: El círculo de oro' sea precisamente un melodrama reflexivo, pero la pérdida de desvergüenza barriobajera de Eggsy parece haberse contagiado al descaro de la franquicia, parcialmente desvanecido.
Eso no quiere decir que las marcas de fábrica 'Kingsman' no sean reconocibles: hay algun momento de humor deliciosamente zafio que encantará a los exploradores del "esto no se había visto nunca en pantalla". Los cameos (los esperados y uno, concretamente, inesperado) son divertidos aunque pecan de robóticos. Y la crítica soterrada, que esta vez pasa de las altas clases británicas al choque de culturas entre Europa y Estados Unidos, no es especialmente ácida -pero funciona, sobre todo gracias a unos Channing Tatum y Jeff Bridges divertidísimos-.
Pero todo parece discurrir con el piloto automático: Julianne Moore, desconcertantemente encantadora a causa de su devoción por la nostalgia pop americana, es divertida, pero no llega a la altura del nerd con fobia a la violencia de Samuel L. Jackson; su secuaz de brazo biónico es una variante de la Gazelle de la primera 'Kingsman' -y es menos sugerente-; y todo lo relativo a la Princesa, incluso los ridículos ataques de celos, desactivan lo que de parodia del donjuanismo bondiano tenía la primera entrega.
Eso no hace de este 'Kingsman' una entrega desdeñable. Las secuencias de acción que abren y cierran la función son soberbias -aunque, de nuevo, derivativas y con un CGI algo menos cuidado-, y hay espacio para la sorpresa y la risotada. Pero si la trilogía se cierra (Vaughn quiere que sea con The Rock como villano), esperemos que entre tanto fuego de artificio quede algo de espacio para recuperar algo de aquella generosa devoción por la sorpresa pura.
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