La historia real que cuenta la película comenzó en realidad hace más de un siglo. En diciembre de 1900, tres fareros de la isla, en la costa de las Hébridas, al oeste de Escocia, desaparecieron sin dejar rastro. El destino de estos hombres, viviendo en completa soledad y aislamiento en el fin del mundo, sigue siendo un misterio en la actualidad.
El faro del fin del mundo
'Keepers: el misterio del faro', es una película de combustión lenta y ritmo peculiar. Apenas finalizan los créditos y ya hemos conocido a los tres personajes principales presentados y en la localización donde se desarrollarán los acontecimientos.
El veterano Kristoffer Nyholm, curtido en mil y un batallas televisivas de todo tipo, salta al largometraje con una pequeña y muy artesanal escenificación (más o menos) racional de un misterio que jamás fue resuelto. 'Keepers: el misterio del faro', es un thriller psicológico basado en una verdadera leyenda sin resolver: el misterio de las Islas de Flannan. Para recrear dicho suceso, el director danés se rodea de las excelentes interpretaciones de Gerard Butler, Peter Mullan y Connor Swindells.
El montaje de Morten Højbjerg y la banda sonora del cada vez más presente Benjamin Wallfisch, que tendrá tres películas en cartel este mes ('¡Shazam!', 'Hellboy' y la que ahora nos ocupa) se apoyan en la estupenda fotografía de un veterano de la televisión danesa, Jørgen Johansson, y dejan que la trama fluya con un interés creciente durante buena parte de su metraje.
Y es que la película arranca de manera brillante. El entorno isleño aislado es una localización extraordinaria, algo más elaborada que la de la interesante 'La piel fría' de Xavier Gens, pero también menos arriesgada y mucho más terrenal y hermosa. Esa atmósfera, junto al siempre eficaz recordatorio de que estamos viendo una historia real, cumplen su función: el espectador está listo para el misterio.
Mercurio y locura
Durante todos estos años de teorías e hipótesis sobre lo sucedido, los guionistas han optado por obviar las versiones más “marcianas” y apostado por misterios más racionales, razonables y, por qué no decirlo, peligrosos. Desde las primeras relaciones entre los tres personajes, cada uno presa de su pasado y víctima de las circunstancias, queda claro que incluso sin la intervención de agentes externos no podrían sobrellevar la situación.
Esa sensación, como de muerte lenta que se arrastra hacia los protagonistas, es en parte el mayor acierto de una película que no olvida que además debe impactar al espectador. Cuando la violencia estalla de manera inevitable, será brusca, sangrienta y desagradable.
El tratamiento de la misma es similar al realismo de algunos trabajos de directores actuales que, como Jeremy Saulnier, buscan el impacto a través de lo cotidiano: esto será la más brutal violencia a la que pueden llegar personas que no están acostumbradas ni tampoco preparadas para cometer este tipo de actos. Cada golpe, cada hueso roto, cada corte, duele y corta la respiración.
La puesta en escena, 100% artesanal, sin condimentos externos, ayuda a que nos asomemos al acantilado de estas tres grandes interpretaciones llenas de intensidad en un ambiente idílico… para una buena pesadilla.
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