Cuatro años pasaron desde la aparición de aquella 'Point Break' (lo siento, me resisto a emplear el título español, el horrendo 'Le llaman Bodhi') y por fin la Bigelow, encumbrada como estaba por esa película como uno de los más grandes directores del cine de acción, pudo presentar nueva película, que en esta ocasión era una historia de ficción científica, género al que aportaría esta única película (de momento), producida por su ex-marido James Cameron, que a juicio de quien esto firma es el mejor director de cine de ficción científica de la historia, también co-autor del guión junto a Jay Cocks (responsable, por cierto, del libreto de 'La edad de la inocencia' o 'Gangs of New York').
La apuesta, llena de ambición, llevaría por título 'Días extraños', película que pasó sin pena ni gloria por las carteleras de todo el mundo, pero que ha perdurado como uno de esos filmes "agazapados", por llamarlos de alguna manera (me resisto también a emplear el absurdo término "de culto"), que algunos defienden a capa y espada como un filme importante. Y es que, siendo un buen filme a grandes rasgos, adolece de algunos defectos que la impiden comvertirse en ese gran título que sin duda estaba llamado a ser. Esta vez la adicción es la del amor, y para hablar de ella Bigelow se introduce en los meandros atormentados de una relación fracasada.
Hay dos historias que conviven en las tumultuosas, a veces irrespirables imágenes de esta película extrañísima. Una es una historia criminal, con el racismo como desencadenante, y la otra es un triángulo amoroso de aristas impredecibles y dolorosas. Ambos relatos se desarrollan plenamente, y es mérito de los guionistas y la directora que no sólo convivan sino que se alimenten mutuamente, en un todo bastante equilibrado. El principal problema es que tanto en el arranque como en la conclusión ambas tramas, ambos hilos, se molestan el uno al otro para establecerse y finalizarse, respectivamente, y la película se resiente verdaderamente de ello.
El cine tiene leyes inamovibles, que sólo grandes personalidades, grandes temperamentos visuales, artísticos, pueden desafiar. Con todo su poderío visual, Bigelow no parece uno de ellos. Así, en un drama criminal, es una temeridad que suele pagarse muy cara el presentar el motivo del crimen a la hora de metraje. Si hubieran ordenado los episodios de forma que el nudo, el meollo de la cuestión, se le presentara al espectador a la media hora, o como mucho a los cuarenta y cinco minutos, el espectador no se sentiría tan descolocado, y no desconectaría de una trama que le exige demasiado. A fin de cuentas, esto es cine de género, y el tema debe ser presentado lo más prontamente posible.
Por desgracia no es así. y de este simple error nacen otros, inevitables, que acaban lastrando un relato que sin duda posee el suficiente ingenio y destreza para atrapar al espectador. Así, nos vemos inmersos en la hipnótica realización de Bigelow, que una vez más está muy por encima del guión sobre el que trabaja, y que de nuevo es la causa última de que esta película funcione. Hay tres grandes razones para considerar su trabajo como muy notable: 1. el trabajo con los actores, 2. el ritmo interno de las secuencias y 3. la atmósfera que impregna todo el relato.
Muchos dijeron en su momento que 'Días Extraños' (como luego la excepcional 'Hijos de los hombres') estaban claramente influenciadas por una película tan menor (aunque objeto de un culto, esta sí, desmedido e incomprensible) como 'Blade Runner', que al ser una ficción científica mezclada con cierto tono de drama criminal, y dotadas de una atmósfera asfixiante, sin duda tenían a la película de Scott como referente. Nada más lejos. Tanto Bigelow como el propio Alfonso Cuarón presentan una auténtica ficción científica, muy en el polo opuesto del falso lirismo preciosista de una estampita futurista que va de desesperanzada pero que se queda en cómic plano.
Así, 'Días Extraños', enclavada en el cambio de siglo, del XX al XXI (a pesar de que en realidad el siglo comienza en el año 1 de cada centuria, aunque eso es lo de menos) intenta contar el futuro de ahora mismo, en una gran ciudad (de nuevo L.A), corrompida hasta el tuétano, un verdadero estado policial donde manda el más fuerte o el más pillo. No hay el menor rastro, por parte de Bigelow, de un intento de crear un futuro vanguardista o de diseño, como hiciera Scott, sino más bien una mucho más honrada descripción de un entorno urbano que reconocemos como nuestro, como cercano y real. La atmósfera de este largo es la de la violencia y el odio descontrolados, demenciales.
No hay lugar para la esperanza, sino tan solo, quizá, para el recuerdo de un pasado que nos ayude a evadirnos. La idea, estupenda en su concepto, de los clips de memoria (según la historia, desarrollados por el gobierno pero descartados por su escasa dignidad moral, y así convertidos en objeto de venta en el mercado negro), no es más que un necesario mcguffin que funciona en el relato tanto a nivel emocional como narrativo, y que por eso es capaz de aunar ambas tramas, la criminal y la romántica, de manera natural. Estos clips no son sólo una visualización de experiencias propias o ajenas, sino también capaces de generar una experiencia sensorial y física casi total.
Aquí está la metáfora de la adicción del amor, que Bigelow maneja tan bien como esa adicción a la adrenalina desarrollada en su anterior realización, como una dependencia que convierte a sus víctimas en meros peleles incapaces de comprender que la vida sigue. Lenny Nero, en su patetismo, resulta conmovedor y hasta podemos compadecerle, pero al mismo tiempo es un ciudadano ilustre de esa ciudad desquiciada, en su rol de vendedor de clips ilegales, negocio en el que quizá es el "camello" más importante. Todo comienza, además, con uno de esos clips, que nos hace partícipes, literalmente, de un atraco frustado y de la muerte del propio dueño de la vista subjetiva (que aquí alcanza una perfección técnica abrumadora). Con este clip se establece el tono visual y también la atmósfera.
De este modo, Bigelow funde el contenido y la forma de manera ejemplar. Respeta siempre el ritmo interno de cada secuencia, aunque esta sea una experiencia subjetiva y grabada en la memoria, lo que es signo de una artista superdotada capaz de otorgar su valor a cada momento, al contrario de la mayoría de directores que filman igual una escena de amor que una persecución. Atmósfera, ritmo y actores. Tanto Fiennes, como Basset, como una sensacional Lewis, como la totalidad de los secundarios, sorprenden por la convicción con que afrontan su trabajo. Si el guión o la construcción de la historia flaquean o resbalan, ellos no lo hacen en ningún momento. Bigelow los dirige con mano de hierro, les contiene o les da rienda suelta, dependiendo de la necesidad.
Pero ahí queda la irregularidad del relato, aunque también algunos momentos inolvidables, como uno de los asesinatos más brutales de la entera historia del cine. Una vez más Bigelow no conseguía firmar una obra completamente redonda, pero seguía aportando secuencias magistrales que nadie le podía robar. Fracaso rotundo en taquilla, iniciaría un periplo profesional lleno de baches.