Hugh Jackman se ha convertido en una de las mayores estrellas del momento gracias a su papel de Lobezno en las películas de los ‘X-Men’, y esa imagen es la que se nos viene a la cabeza cuando hablamos del actor, pero el australiano ha participado en otras producciones donde dejaba claro que más allá del carisma y del encanto, había un profesional de talento, capaz de interpretar a un personaje de carne y hueso (y con eso no me refiero a lo opuesto de carne y adamantium, conste). Pienso en ‘La fuente de la vida’, de Darren Aronofski, y ‘El truco final (El prestigio)’, de Christopher Nolan.
Sin embargo, lo más cercano a un reconocimiento que Hugh Jackman ha logrado en Hollywood, por su trabajo como actor, es una nominación al Globo de Oro que logró en 2002 por su interpretación en ‘Kate & Leopold’ (2001), siendo candidato al mejor actor en el género de comedia o musical (lo ganó Gene Hackman por ‘Los Tenembaums’). Cuando le dediqué una entrada a Jackman recientemente, estando cerca el estreno de ‘X-Men orígenes: Lobezno’, fui benévolo mencionando aquella comedia romántica porque la verdad es que apenas la recordaba; la había visto en televisión años atrás, cenando y sin prestarle demasiada atención.
Fue “mon amour” quien me dijo, después de leer el artículo sobre Hugh Jackman, que le sorprendía que diera a entender que me había gustado ‘Kate & Leopold’. El ceño fruncido, la duda planteada, el recuerdo vago. Así que quise asegurarme y busqué la película para un segundo y más serio visionado. Efectivamente, mi querida compañera tenía razón. No, no me gusta ‘Kate & Leopold’. Pero nada de nada. Si acaso le perdono la (superficial) crítica a la sociedad actual y que sale el estupendo Liev Schreiber. Por lo demás, una película absolutamente mediocre, peor de lo que se puede esperar, y es que el género de la “rom-com” lleva años sirviendo para justificar todo tipo de atropellos cinematográficos.
El punto de partida, no obstante, resulta curioso, y parece que puede dar pie a una buena comedia. Se nos traslada a Nueva York a finales del XIX, durante la inauguración del puente de Brooklyn. Allí, entre la multitud, vemos a Lobezno… digo, a Leopold, el tercer Duque de Albany, con cara de aburrido mientras todas las señoritas que están a su lado le lanzan sonrisitas. Por el contrario, Leopold se fija más en un hombre, uno que no parece encajar allí, y que no puede evitar reírse durante un discurso que todos los demás aplauden con entusiasmo (sólo él pilla que el orador ha nombrado, sin querer, cierto fenómeno que sucede cuando un varón está “alegre”).
Después, el hombre saca una cámara y hace fotos a la construcción, lo que provoca que Leopold trate de interrogarlo. El extraño se escapa, pero habrá otra oportunidad. Durante la noche, cuando Leopold debe anunciar su matrimonio con alguna de las jóvenes que le pretenden, el hombre vuelve a aparecer, de nuevo haciendo fotos. El Duque se lanza a por él y se inicia una persecución por las calles de Nueva York, en medio de la oscuridad y de una repentina tormenta. Finalmente, ambos acaban en lo alto del puente, y poco después caen en el río.
Para sorpresa de Leopold, el salto lo ha trasladado en el tiempo, un siglo más tarde, hasta el presente del misterioso fotógrafo, que se presenta como Stuart y le explica lo ocurrido. Pronto aparece en escena Kate, la ex-novia de éste, que vive justo abajo, y como es una ejecutiva de una importante empresa y se está jugando un gran ascenso, se muestra malhumorada desde el principio. Por supuesto, toma a Leopold por un loco que se viste y habla como un tipo de otra época, un amigo excéntrico de Stuart. Gracias a una maniobra de lo más absurda, mandan a Stuart a un hospital hasta el último tramo de la película, y dejan la pantalla a Kate y Leopold, quien no tarda nada en enamorarse y cortejar a la mujer.
El cine comercial de Hollywood no destaca precisamente por desarrollar personajes femeninos fuertes, con autonomía y voluntad, así que basta con que el protagonista preste un poco de atención a la protagonista para que ésta caiga rendida a sus pies. Sin gran dificultad, Kate se enamora también de Leopold, y la cosa se vuelve realmente graciosa cuando éste decide que debe volver al siglo XIX, porque cada uno tiene que estar en su época y Dios en la de todos. Pero, ¿qué hará Kate, hasta entonces una mujer obsesionada con su promoción laboral? Pues lo que ya sabes. En realidad, no es más que la punta del iceberg, la guinda de una película aburrida, tontorrona y previsible, por no hablar de que Leopold es el viajero del tiempo más parado y poco curioso que he visto nunca.
Esa foto es de la película, sí. Ya me diréis qué necesidad tenía el director James Mangold, de mostrarnos algo así, a su pobre público que sólo quería pasar un rato agradable viendo una rom com supuestamente diferente. Pues nada, ahí la dejo, como símbolo del trabajo de este realizador, del que el año pasado pudimos ver su mejor película, el magnífico remake de ‘El tren de las 3:10’. De peor a mejor es una buena evolución. En definitiva, su ‘Kate & Leopold’ sólo me parece recomendable para los fans de Jackman, de Ryan (si queda alguien) o si eres de los que necesitan ver algo para poder dormir.