En el texto sobre ‘Terminator Génesis’ (‘Terminator Genysis’, Alan Taylor, 2015) que hizo Pablo Muñoz, el mismo asegura que su trama, o su amenaza, está en las mentes de los mitómanos de la cultura de masas. Una frase acertada que resume la esencia de ‘Jurassic World’ (id, Colin Trevorrow, 2015), el nuevo intento de resucitar la franquicia creada por Steven Spielberg en 1993 con su popular ‘Parque jurásico' (‘Jurassic Park’), para el que suscribe un film interesante pero alejado de la genialidad que el Rey Midas ha demostrado en numerosas ocasiones.
De esta forma, teniendo en cuenta que se toma como principal referencia –entre otras muchas que parecen olvidadas por las mentes vagas− el film original, lo que ofrece el film de Trevorrow –mucho más inspirado con mucho menos presupuesto en su simpática ‘Seguridad no garantizada’ (Safety Not Guaranteed, 2012) y cuyo nombre suena para dirigir ‘Star Wars: Episode IX’− es NADA. Asume además el mal extendido que Marvel hace con sus filigranas, llenar la pantalla de cosas para producir aturdimiento enviando el sentido del buen espectáculo a dormir el sueño de los justos.
Hasta el excelente Michael Giacchino se pasa toda la banda sonora rememorando las ya clásica notas de John Williams, que cada año que pasa emocionan más cada vez que se tararean, hurgando así en el subconsciente del respetable en una operación similar a la efectuada en la famosa serie ‘Lost’ (2004-2010) en la que la banda sonora era más del 50% de la serie. También tenemos a la preciosa Bryce Dallas Howard en un trasunto del personaje de Sam Neill de la primera entrega, intentando demostrar que se puede correr perseguida por dinosaurios genéticos de toda índole en tacones.
Chris Patt, el nuevo héroe
Como contrapunto el cada vez más solvente Chris Pratt anima la función con su innegable carisma, el cual le reserva un futuro lleno de éxitos, y aceptación popular como nuevo héroe en el cine maisntream –no somos pocos lo que deseamos verle recogiendo el testigo del arqueólogo cinematográfico más famoso de todos los tiempos−. Su Owen es, con mucho, lo mejor de un función llena de personajes insípidos, algunos fugaces a modo de presentación para las más que seguras entregas que la saga tendrá –otra vez el virus de Marvel−.
Nada menos que cuatro guionistas, el formado por el dúo Rick Jaffa/Amanda Silver con el propio director y uno de sus colaboradores, Derek Connolly, construyen la historia del film, llena de necedades de toda índole, y en la que el “todo vale” es lo que más importa, sin tener en cuenta la inteligencia de un público al que cada año que pasa se le trata como a un completo sandio. Con la excusa de la genética, de la que se echa mano cuando más conviene, la pantalla de llena de animales con comportamientos perversos, y los temidos velociraptores son convertidos en animalillos simpáticos con mentalidad Disney, que en un alarde de ingenio incluso darán la vida por un amigo humano. Olé.
‘Jurassic World’ demuestra que los dinosaurios en el cine han ido a menos según este noble arte ¿evoluciona? desde que D. W.Griffith nos mostró por primera vez a uno en una película. Ya no resultan fascinantes, al menos en esta película, o temibles como sí lo eran en el film de Spielberg, sobre el que pesa la friolera de 22 años y cuyos efectos visuales no han sido superados en un film que se supone tiene todo el avance tecnológico conseguido en este tiempo a su favor. Se prefiere aturdir a ofrecer espectáculo, marear en lugar de entretener. Una vez más el cine MacDonald’s a nuestro servicio: consumo rápido y olvido instantáneo.
Un desastre
Ni siquiera el visible tratamiento de las “disaster movies” setenteras es aprovechado. A ese moderno parque, en el que hay cabida para más de 20.000 visitantes, con acuario, esferas móviles –idea de Spielberg− y kilómetros de fauna animal y vegetal, no se le saca todo el jugo que podría, limitándose a una floja secuencia de masas con aves prehistóricas llevándose consigo todo lo que pueden. No hay drama verdadero palpable, incluso la apología de la familia, tan del gusto de su productor, se queda en algo de una simpleza que asusta. Como el villano al que da vida Vincent D'Onofrio, de risa.
Las limitaciones de Trevorrow como narrador quedan expuestas en esas lamentables panorámicas, que repite una y otra vez, ayudado de los efectos digitales, o en algo tan sencillo como mostrar una conversación, alternando planos cercanos y lejanos sabe dios con qué intención, o en los ya cansinos falsos plano secuencia alrededor del coche o en el clímax, que imita el de la primera entrega y en el que el mítico T-Rex es engullido, formalmente, por una filigrana digital en lo que parece una declaración de intenciones, ya no sólo de reverdecer viejos laureles momentáneamente, sino de mandarlos a paseo.
Menos mal que tenemos a Chris Patt –y unos niños más creíbles que los insoportables de la primera entrega, todo hay que decirlo− creyéndose lo que hace; y un gag genial que sobresale por encima del resto de intentos cómicos, aquél que protagoniza uno de los técnicos del parque, interpretado por un perdido Jake Johnson, cuando decide quedarse y su ímpetu le lleva a intentar besar a su compañera. Un coitus interruptus en toda regla que parece querer decir “no te emociones demasiado que las cosas no son lo que parecen”. Como la película.
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