El regreso de Pedro Almodóvar por los fueros del drama protagonizado por mujeres era una noticia recibida de buen agrado por cuanto, como ya comenté el otro día en las líneas que le dedicamos a 'Todo sobre mi madre' (id, 1999), es en este cine tan suyo donde el manchego mejores muestras ha dado de los niveles que puede alcanzar tras el objetivo.
Debido a ello, a la esperanza de reencontrarme con la mejor versión del cineasta español después del chasco que fue su última incursión en la gran pantalla, podría achacarle a las expectativas que la experiencia de 'Julieta' (id, 2016) haya resultado tan decepcionante. Pero nada tienen que ver éstas en la decisión de calificar a la cinta como una de las más anodinas que ha firmado Almodóvar.
Ausencia de implicación
Seguro que estoy equivocado, pero cuando voy al cine a ver un drama, lo primero que le exijo al título que sea es que consiga que me implique con alguno —o todos, por qué no— de sus personajes, importando muy poco en este sentido que, aplicada dicha exigencia a Almodóvar, dicho personaje sea del sexo opuesto; que ahí están la citada 'Todo sobre mi madre' o la fabulosa 'Volver' (id, 2006) para demostrar el alcance de los mejores protagonistas femeninos del cineasta.
Desafortunadamente, 'Julieta' no cuenta con esa ventaja debido a lo esquivo que se muestran todos sin excepción a la hora de hacerse depositarios, aunque sólo sea un ápice, de nuestra capacidad de identificación con sus grandes o pequeñas idiosincrasias: completamente yermo en este sentido, el filme de Almodóvar queda puesto en manos de personajes que se antojan lejanos, impostados, desvaídos por completo de interés y desnaturalizados hasta decir basta.
A ello no son ajenas, obviamente, las asépticas interpretaciones que ofrecen Emma Suárez y Adriana Ugarte —por no hablar de Inma Cuesta, Darío Grandinetti o Daniel Grao — bajo la batuta del manchego, porque a él y no a otro es a quién creo debemos hacer responsable de esos hieráticos rostros, incapaces de expresar emociones y de tender puentes hacia este lado de la platea en el que nos encontramos los espectadores.
'Julieta', viaje a ninguna parte
Al no hacerlo, los personajes denotan las graves carencias que detenta un guión deshilvanado, estirado en exceso —y eso que la película sólo dura 96 minutos...¡pero que 96 minutos más largos!—, que se apoya en excusas para convertirlas en ejes argumentales, que confunde insinuación con ausencias y con el que Almodóvar no encuentra la misma voz con la que nos cautivó en el pasado.
Dichas carencias contaminan sobremanera una puesta en escena lacónica, sin ritmo, que resuelve las elipsis a golpe de "porque sí" y no parece interesada más que en la artificiosa construcción de unos planos "bonitos" que, fotografiados de forma exquisita por Jean-Claude Larrieu, no son más que el pálido y vacuo reflejo de aquellos, cargados de contenido, que siempre han hecho tan característicos el cine del realizador español.
Desprovista de carga dramática por cuenta de todo lo que hemos comentado con anterioridad, resulta muy indicativo de lo poco acertado de las decisiones que rodean al filme el hecho de que hasta la partitura de Alberto Iglesias, que siempre ha sabido leer a la perfección las producciones de su viejo amigo, o bien no encuentre el tono adecuado o pretenda recoger con sus notas un drama que, como digo, es inexistente.
Es en esos instantes en los que el trabajo de Iglesias puntualiza la ausencia más evidente de la cinta donde más patente queda lo desorientado, casual y poco trabajado de un filme que, lamentablemente, no ha servido como se deseaba, para reencontrar el mejor Almodóvar. Habrá que esperar a su próxima producción para descubrir si sus dos últimos trabajos han sido sólo un mal sueño pasajero o si esta mal entendida madurez en la que parece andar inmerso comenzó de facto con su esperpéntica y alocada comedia aérea.
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