El mundo del cine mostró hace unos años un gran interés en los libros de Nick Hornby, algo que ha dado pie a películas tan estimables como ‘Fuera de juego’, ‘Alta fidelidad’ o ‘Un niño grande’. Durante los últimos años ha habido menos adaptaciones, aunque el propio Hornby ha escrito los guiones de cintas como ‘Alma salvaje’ o ‘Brooklyn’.
Ahora es el turno de ver qué han hecho otro con una de sus obras, pues ya ha llegado a los cines ‘Juliet, desnuda’, salto a la gran pantalla de una novela escrita por Hornby en 2009. En ella seguimos la sorprendente amistad que surge entre una mujer y el músico al que tanto adora su novio. El resultado es una cinta que se ve con cierto agrado, aunque sea más por el encanto de sus protagonistas que por su capacidad para sacar partido a lo que nos está contando.
Crisis de identidad
Los primeros minutos de ‘Juliet, desnuda’ no ofrecen nada particularmente memorable en su forma de abordar el desencanto vital del personaje interpretado por la siempre refrescante Rose Byrne, ya que el único elemento que realmente llama la atención es todo lo relacionado con la obsesión de su novio por el músico Tucker Crowe. Es ella la que eleva un material de base que simplemente va conectando los diferentes escenarios que uno esperaría ver en un relato de estas características.
Sí es cierto que el director Jesse Peretz intenta encontrar ese difícil equilibrio para reflejar el punto exacto de amargura sin que la película deje de resultar ligera, cayendo ocasionalmente en situaciones que coquetean con lo patético. La cuestión es que nunca termina de dar con la tecla adecuada para que trascender la familiaridad de los hechos.
Contaba con que eso cambiase con la entrada en la historia de un encantador Ethan Hawke, pero ‘Juliet, desnuda’ no aprovecha ese elemento distintivo más allá de algunas reacciones que provoca en el personaje interpretado por un divertido Chris O’Dowd. Por lo demás, parece que le interesa más plantear el posible inicio de una relación amorosa confiando más en lo que transmitan los actores que en cualquier otra cosa.
‘Juliet, desnuda’, para pasar el rato
A su favor tiene que nunca estira nada demasiado, dejando que todo fluya en una dirección clara y que no responde en absoluto al concepto de tradicional final feliz. Era ahí donde Peretz tenía la posibilidad de que esos diálogos y situaciones que buscan transmitir al espectador un mensaje de realización personal realmente consigan su objetivo, pero a la hora de la verdad es algo que solamente parece, pero nunca termina de ser.
Además, la funcional puesta en escena de Peretz tampoco aporta en ningún momento alguna solución para compensar las limitaciones del guion, reapareciendo de nuevo la necesidad de que sea el trío protagonista quien dote a la película de esa, por así llamarlo, verdad que busca con tanto ahínco. Ellos sí resultan genuinos y consiguen que algunas escenas concretas lo sean, pero tampoco hacen milagros y constantemente volvemos a ver las limitaciones de ‘Juliet, desnuda’, frustrándonos aún más por esos pequeños oasis en el "desierto".
En definitiva, ‘Juliet, desnuda’ es una película rescatable por el buen trabajo de Byrne, Hawke y O’Dowd, pero más allá de eso hay muy poco que rascar en una cinta que nunca termina de querer profundizar en las ideas interesantes que propone. Para ver, pasar el rato y olvidar poco después.
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