He de reconocer que ‘La larga noche’, el intenso y espectacular tercer episodio de esta octava y última temporada de ‘Juego de tronos’ me dejó con un poso dominado por los sentimientos encontrados. Por una parte viví cada segundo de su metraje a flor de piel, sufrí por los protagonistas y celebré la espectacular muerte del Rey de la Noche a manos de Arya —cómo no hacerlo—.
Por otra, después de todos estos años escuchando agoreros “winter is coming” y viendo cómo la presunta gran amenaza venida de más allá del Muro cobraba fuerza, me resultó especialmente anticlimático que se marcase el punto y final a una subtrama tan trascendente después de un único gran enfrentamiento, resuelto, tal vez, de un modo un tanto abrupto.
Pero ‘El último de los Stark’ —así se titula el capítulo de esta semana— ha disipado ese leve sabor agridulce que dejó la derrota del ejército de los muertos devolviendo a la serie de HBO la verdadera esencia que la ha hecho grande: esa hermosa danza de conspiraciones, desconfianzas, confrontaciones dialécticas y personajes que tienden a abandonar la escala de grises para inclinarse peligrosamente hacia los extremos. ‘Juego de tronos’ ha vuelto. ¡Y de qué manera!
De duelos, celebraciones y despedidas
Como era de esperar, y más aún con David Nutter ocupando de nuevo el asiento del director, ‘El último de los Stark’ dedica el primer tercio de su holgado metraje para presentar las consecuencias que la Batalla de Invernalia ha tenido sobre unos personajes que continúan en constante evolución y sobre las dinámicas existentes entre ellos.
De este modo, y tras arrancar con el duelo de rigor por los caídos en la batalla contra las huestes del Rey de la Noche, el tono mortecino se disipa momentáneamente para dar pie a una necesaria celebración norteña en la que las tramas principales no dejan de avanzar, y que además nos dejan momentos que, sí, pueden ser tildados de fan service, pero que muchos estábamos esperando desde hace varias temporadas.
Y no, no me estoy refiriendo a la titulación de Gendry como Señor de Bastión de Tormentas en una nueva maniobra interesada de Daenerys, al rechazo que recibe el bastardo de Robert Baratheon por parte de Arya tras su petición de matrimonio, o a esa breve pero fantástica conversación entre Sansa y Sandor Clegane. El verdadero gran momento ha sido ver cómo Jaime y Brienne cierran su subtrama romántica en una escena ante la que ha sido imposible contener la sonrisa.
Desgraciadamente, la alegría dura poco en Poniente, y el amor y la confraternidad no tardan en convertirse en despedidas de lo más amargas; dejando a la de Tarth completamente destrozada en un pasaje inesperadamente triste, y llevando a Jon a un futuro incierto en Desembarco del Rey después de dar un —¿último?— adiós a Sam, Tormund e, incomprensiblemente, al pobre Fantasma —parece haber olvidado que Melisandre le advirtió que no se separase de su huargo—.
El gran conflicto
Si para algo ha servido la resolución del problema con los Caminantes Blancos, ha sido para dar todo el peso que merece al gran conflicto latente en la recta final de ‘Juego de tronos’: el enfrentamiento ya no entre Daenerys y Cersei, sino entre la Madre de Dragones y un Jon Snow —o Aegon Targaryen— que ven seriamente amenazada su relación y, en consecuencia, el futuro de los Siete Reinos.
Nunca he sido un gran admirador de la Khaleesi, y en ‘El último de los Stark’ todas mis animadversiones hacia ella se han multiplicado exponencialmente conforme su ego y ambiciones van dominándola progresivamente, coaccionando a Jon juegos emocionales e invitándole, no con poca desesperación, a guardar el gran secreto de su linaje incluso de sus seres queridos. Pero Nieve no deja de ser hijo —aunque sea adoptivo— de Ned Stark, y la familia y la verdad van, e irán siempre por delante.
La revelación de su verdadera condición como heredero legítimo al trono a sus hermanas no sólo ofrece a Sansa otra excusa para desconfiar de Daenerys, sino que invita tanto a Tyrion como a Varys —maravillosas sus escenas compartidas—, que no tardan en descubrir el pastel, a alimentar sus dudas frente a la validez de la Targaryen como reina, dejando abierta la vía de la traición tras comprobar cómo la Rompedora de Cadenas está virando hacia la tiranía peligrosamente, y cada vez parece estar más cerca de lo que fue en su momento su padre Aerys II, el Rey Loco.
El último duelo en Poniente
Con este inestable panorama, impulsados por el ansia megalómana de Daenerys y no sin la oposición de una Sansa que escala posiciones en el ranking de personajes más redondos de la serie, las mermadas fuerzas de la alianza norteña viajan hacia Desembarco del Rey para librar el último gran duelo de ‘Juego de tronos’, que enfrentará a las dos actuales reinas —una de ellas legítima, otra autoproclamada—, por la hegemonía.
Este viaje desencadena un último tercio en el que los showrunners David Benioff y D.B. Weiss, también guionistas del episodio, recuperan esa tensión no explícita, pero siempre permanente, y esa sensación de imprevisibilidad reinante en medio de una calma tensa que tan buenos —y deliciosamente malos— momentos nos ha dado a lo largo de estas ocho temporadas; algo que queda patente en la emboscada que Euron tiende a la minúscula flota Targaryen.
Ha sido complicado no llevarse las manos a la cabeza y ahogar algún que otro grito tras ver cómo Rhaegal fallece a manos del Greyjoy, equilibrando la balanza entre los dos bandos contendientes, para después terminar arruinando el plan de Daenerys, que acaba con sus fuerzas aún más mermadas, obligada a darse en retirada, y con Missandei capturada y utilizada por Cersei como moneda de cambio a la hora de buscar una rendición de sus enemgios.
Una situación que desemboca en un clímax sobrecogedor, en el que Missandei muere decapitada, que plantea un quinto episodio con el que pasaremos cerca de hora y media en vilo, y que ha sido anunciado por la propia Emilia Clarke como el más descomunal de la serie. Ahora sí, toda la carne está en el asador, y yo no pondría la mano en el fuego si me pidiesen hacer algún tipo de predicción sobre lo que va a suceder. Y no me quejaré, porque, después de todo, esta es la verdadera magia que nos ha hecho a muchos amar ‘Juego de tronos’.
Análisis del episodio 8x04 de 'Juego de tronos' en nuestro podcast 'Oh My GoT!'
También en formato podcast a través de este enlace.
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