Unos dicen que es por una cuestión de equilibrio cósmico, mientras otros afirman que es una simple —y lógica— reacción a ponerse en pie y descubrir frente a nosotros una semana que superar a duras penas hasta poder disfrutar de un merecido descanso; pero, independientemente de cual sea vuestra postura al respecto, está claro que los lunes apestan.
Por si no ha sido suficiente mal trago levantarse de la cama esta mañana, la gente de HBO ha dinamitado por completo el único rayo de esperanza que invitaba a afrontar la jornada con optimismo, estrenando un nuevo episodio de ‘Juego de tronos’ soporífero, intrascendente y que deja un par de momentos que colindan los peligrosos terrenos de la vergüenza ajena.
100% fan service, 0% interés
Por primera vez en las siete temporadas y dos capítulos emitidos de ‘Juego de tronos’, los fieles seguidores de la serie de David Benioff y D.B. Weiss —entre los que me incluyo— hemos sufrido en nuestras carnes ese mal común que llevan padeciendo décadas, y con especial virulencia, los fans del anime: el aborrecible relleno.
‘El caballero de los Siete Reinos’, a pesar de contar con un prometedor arranque en el que Jaime Lannister continúa desarrollando su brillante arco de redención y reafirmándose como uno de los mejores personajes de la serie, confrontando a Daenerys en una escena mucho menos tensa de lo que podría haber sido, no tarda en desinflarse hasta convertirse en potente somnífero.
El director David Nutter, firmante del episodio de la semana pasada, vuelve a articular con solvencia un pasaje continuista que estira el chicle respecto a lo visto en ‘Invernalia’ en poco menos de una hora desperdiciada en reforzar innecesariamente la dinámica de grupo de los miembros de la alianza norteña.
Esto no supondría problema alguno si las interacciones entre personajes hiciesen avanzar la trama de algún modo, pero más allá de obvios reencuentros como los de Tormund, Beric y Edd con Jon y el de Sansa con Theon, o de un par de instantes puntuales en los que los guionistas se esfuerzan en recalcar que Daenerys no es más que una megalómana obsesionada con ocupar el Trono de Hierro, lo único que nos queda es cháchara innecesaria.
No negaré que ‘El caballero de los Siete Reinos’ me ha hecho reír con ese gran alivio cómico llamado Tormund Matagigantes —aunque a costa de destruir por completo el tono general del capítulo—, y me ha emocionado durante el gran momento en que Jamie hace caballero a Brienne —verla incapaz de contener las lágrimas ha sido maravilloso—; pero si esto (y la canción final) es lo único digno de mención en 56 minutos de ‘Juego de tronos’, es que algo no va bien.
La sensación de pérdida de tiempo se hace aún más intensa cuando uno se percata de que se está malgastando metraje en tener a un puñado de personajes haciendo chistes alrededor del fuego cuando se ha pasado de puntillas por subtramas, generando situaciones de lo más chocantes. Como muestra, sólo tenemos que echar un vistazo a cómo toda la élite de Invernalia acepta sin miramientos que Bran sea una entidad mística decisiva para plantear la gran batalla contra el Rey de la Noche.
El gran problema de este segundo episodio de la octava temporada de ‘Juego de tronos’ es la ausencia de conflicto. De hecho, podría afirmar que el mayor brete en que nos ha puesto ‘El caballero de los Siete Reinos’ ha sido obligarnos a digerir la bochornosa escena de sexo entre Arya y Gendry, a medio camino entre la comedia involuntaria y la vergüenza ajena.
Ni tan siquiera la gran revelación de Jon a su tía Daenerys en la cripta de Invernalia, forzadísima y planteada de un modo en absoluto inspirado ha supuesto un golpe de efecto suficiente como para dar cierre de un modo efectivo; aunque, por suerte, la semana que viene tendremos a Miguel Sapochnik de vuelta con una batalla de 82 minutos que promete ser antológica.
Aunque, visto de otro modo, si lo único que va a hacer interesante la temporada final de un fenómeno televisivo como ‘Juego de tronos’ van a ser sus secuencias de acción, y el único aliciente dramático saber quién vivirá y quién morirá durante la Gran Guerra, apaga y vámonos. Dan ganas de empezar a pensar que, como muchos han afirmado, no contar con los libros de George R.R. Martin como guía puede llegar a ser un auténtico peligro.
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