Basada en la serie televisiva mexicana del mismo nombre, 'El juego de las llaves' era un proyecto que no pintaba mal del todo. Vicente Villanueva, a los mandos, ya llevaba tres comedias más que aceptables de un tirón: 'Nacida para ganar', 'Toc toc” y 'Sevillanas de Brooklyn'. El guion venía firmado por Marta Buchaca, autora del libreto de la interesante 'Litus' (Dani de la Orden), basado en su homónima obra de teatro y, sobre todo, de su muy singular acercamiento al tema de la violencia de género en la apreciable 'Solo una vez' (Guillermo Ríos Bordón).
Lo malo es que 'El juego de las llaves' decepciona todavía más teniendo en cuenta la valía (o, el cualquier caso, el oficio) de sus máximos responsables.
La coliflor y la zanahoria
La cosa va, sobre todo y de cara a la galería, a la cartelería y a los press books, de hacer un batiburrillo con referencias foráneas clásicas, como 'Bob, Carol, Ted y Alice' (Paul Mazursky), que nadie ha visto pero todo el mundo copia, y otras más actuales y reconocibles, como 'La tormenta de hielo' (Ang Lee) o 'Eyes wide shut' (Stanley Kubrick), cuyos préstamos son anecdóticos porque no hay presupuesto ni talento para que puedan hacerse de otra forma.
Pero la ausencia de la magia de los gigantes tampoco es el problema. Manuel Gómez Pereira, en la época de 'Salsa rosa' (1991), habría hecho de esto una comedia picante divertida. Aquí, por el contrario, no hay mucho que rascar: ni los personajes resultan interesantes, ni sus respectivas tramas son ingeniosas, ni el encaje de bolillos de las parejas guarda alguna sorpresa bien encajada, ni la batalla entre generaciones de mujeres implica algo más de lo que parece querer decir. Tampoco prácticamente hay gags, siquiera de diálogo.
En la línea de 'Donde caben dos' (Paco Caballero), de indigesto recuerdo, estamos ante una comedia erótica que no erotiza, enciende ni subyuga, que no muestra, que no enseña, tal vez por pacatería, quizá por recelo, quién sabe si por una aspiración imposible a la elegancia clásica, tal vez por pudor al linchamiento o al cuestionamiento, que prefiere contentarse con lo performativo: si hablo de ello ya parece que ocurre.
Lo malo es que nunca es lo mismo porque en términos de comedias de sexo las coliflores deben ser coliflores y las zanahorias, zanahorias. Y es que, me temo, para hacer una comedia sexual sin mostrar un milímetro de piel, masculina o femenina, hay que tener o mucho talento, o mucha caradura, y aquí el caso más bien es el miedo o la desidia, principales obstáculos para que el humor fluya con la presión suficiente. Y aunque el conjunto se mire, estrábicamente, en el cine de Blake Edwards y en los musicales de la MGM, 'El juego de las llaves' no es más que una de las flojas de Pedro Lazaga que hubiera recibido algún tijeretazo más de la cuenta.
'El juego de las llaves' no es lo que parece
Eva Ugarte compensa con dulzura y espontaneidad la falta de chicha de su personaje; algo que ya hacía en 'García y García' y que hará en la todavía más lamentable 'Por los pelos'; es decir, que la chica nos gusta pero no da ni una, y de momento se lo perdonamos pero nos duele. Miren Ibarguren está desaprovechada, después del torrente de humor que mostró en la estupenda 'Mamá o papá', aquí se contenta con lo mínimo, se nota demasiado que se quiere implicar poquito.
María Castro se muestra continuamente desubicada, con espíritu de miscasting de una noche de verano: ni ella ni su personaje se atreven a hacer comedia y, como más no hay, el intento se queda en eso, en nada. La neumática y pizpireta Justina Bustos, de jovencita y llamativa tentación argentina, cumple con margen, pero ni ella tiene suficientes minutos de pantalla ni su personaje el peso que requiere en la historia.
Los tipos, Fernando Guallar, Tamar Novas, Dani Tatay y Richard Farrés (alguno de ellos -Novas- más que válido), forman un todo uniforme, un único registro monocromático, como si solo estuvieran ahí para darle la réplica a su protagonista u ondear la bandera de la oportunista cuota de turno. Nada es lo que parece y, por tanto, esto no es comedia ni mucho menos comedia erótica de swingers. De alquilarla en un videoclub con doce años, uno, o una, tendría que hacer malabares para lograr excitarse. O recurrir a la memoria de una realidad que siempre va a ser mucho más atrevida y sugerente que lo que vemos en pantalla.
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