El género, además de ser una herramienta indispensable para catalogar con mayor o menor rigor —el debate sobre el tema podría ser eterno— todas las piezas cinematográficas habidas y por haber, en ocasiones actúa como una suerte de prisión que limita el contenido de un filme entre restricciones temáticas, tonales y argumentales; acentuando así la sensación de que toda historia que podamos disfrutar ya ha sido contada de un modo u otro, innovaciones puntuales —y atípicas— aparte.
El cine de atracos no es, ni mucho menos, una excepción dentro de esta tónica generalizada, bebiendo irremediablemente cualquier producción de este corte de grandes clásicos como 'La jungla de asfalto' de John Huston o 'Atraco perfecto' de Stanley Kubrick, y de ejercicios contemporáneos que van de la soberbia 'Heat' de Michael Mann a la estimable 'The Town: Ciudad de ladrones' dirigida por Ben Affleck.
Dentro de esta dinámica de repetición, 'Juego de ladrones', el debut del guionista Cristian Gudegast —'Objetivo: Londres'—, se las apaña para ofrecer al respetable un producto fresco —que no renovador— que replica estrictamente los elementos canónicos del subgénero con el suficiente oficio como para conformar una grata sorpresa que va un paso más allá de lo simplemente correcto.
A la hora de planificar y llevar a cabo un atraco a gran escala como el que planean los protagónicos de 'Juego de ladrones', la precisión a la hora de ejecutar todos y cada uno de los movimientos y de calcular milimétricamente el tiempo empleado para cada uno de ellos debe ser digna del mejor reloj suizo; siendo precisamente en la gestión del tempo y el ritmo de la película donde radica su mayor virtud.
Las dos horas y veinte minutos de metraje de la cinta resultan tan abrumadoras en primera instancia como satisfactorias en cómputo global. Gudegast consigue que nos olvidemos de la existencia del reloj en nuestras muñecas, absorbiéndonos en un relato que avanza sin prisa, pero sin pausa; haciendo que cada minuto cuente y salpimentando la intriga con unas secuencias de acción fantásticamente rodadas, secas, crudas y contundentes, que actúan como puntos de inflexión en una trama manida y conocida de sobra por todos.
El director emplea gran parte del tiempo en perfilar y aportar profundidad a la verdadera esencia de la película, que como en toda producción que se precie recae en su nutrido surtido de personajes. De este modo, 'Juego de ladrones' se dedica en cuerpo y alma a dibujar a sus protagónicos, humanizándolos y empleándolos como engranajes para mover una tesis en la que la línea que separa el bien y del mal se diluye por completo, presentando a criminales y policías como dos caras de una misma moneda en la que, entre claroscuros, no hay demasiada cabida para la moral y la ética.
Una vez todas las piezas están sobre la mesa, 'Juego de ladrones' las hace confluir en un extenso, enervante y estimulante clímax que, dentro de su evidente rutina y sus limitaciones, deja el mejor sabor posible. Y es que una buena dirección, unas interpretaciones notables —fantástico el despreciable Big Nick de Gerard Butler— y una historia narrada con solvencia son factores que no entienden de géneros, capaces de convertir al enésimo déjà vu en una pieza a la que dedicar toda nuestra atención sin arrepentimiento alguno.
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