j
Uno de los factores por los que ‘Judy’ no es el biopic definitivo de la actriz Judy Garland puede ser el tratamiento que da a su infancia o adolescencia como una de las claves para entender la fase que realmente retrata, su ocaso. Pese a no incidir demasiado en su etapa dorada, la película comienza en el set de ‘El mago de Oz’ (The wizard of Oz,1938) donde una Judy adolescente (Darci Shaw) es condicionada por Louis B. Mayer (Richard Cordery).
Más allá de una conexión latente y relevante con las consecuencias del Me Too, este hecho es una de las señales de las carencias del film, cuando los elementos del pasado no acaban de condensar ninguna idea sólida en el presente. Durante unas cuatro veces a lo largo de la película, aprendemos cosas terribles sobre su adolescencia, desde cómo el estudio la enganchó a las píldoras o le provocó un trastorno alimentario y disfunción sexual, hasta dejar implícito que Mayer posiblemente la violó, pero la película solo da fugaces miradas en esa dirección.
La decadencia de una estrella
El hecho de tener poco espacio en la duración total no es tanto un problema como el hecho de que nada de lo presentado aporta una resonancia emocional que justifique su inclusión. Judy es adicta a las pastillas y hay una línea de diálogo para establecerlo. Igual con la problemática de comer tarta, la infancia perdida, la excursión a la piscina, la falta de amigos, la confusión entre la joven pubescente y la preadolescente sin edad… el poder de estos elementos desaparece en el momento en el que son presentados de forma desnuda.
El habitual freudianismo biográfico, convertido en el mantra de que sufrió cuando era niña y esto destruyó su capacidad de ser un adulto, se trasforma en que tuvo una infancia difícil y eso le llevó a cantar algunas canciones borracha. No hay una base sólida para hacer más interesante el drama que cuenta ‘Judy’ porque no se sabe si es un estudio del personaje o una mirada a la cantante con lástima, sin siquiera trabajar en el desarrollo de la causa y efecto de las razones.
La Judy Garland de 1968 y 1969, es interpretada por una entregada y creíble Renée Zellweger que debe lidiar con su ex marido (Rufus Sewell), que se afana en buscar evidencias para demostrar que no es una madre apta para sus dos hijos. Esto es el revulsivo que hace que, para reunir algo de dinero, acepte un trabajo de cantante en Londres, que es el hilo conductor del grueso de la trama. La deriva de una actuación a la siguiente, de una actriz y cantante incapaz de afrontar más trabajo de cara al público por causa de sus traumas y problemas.
Un desarrollo plomizo y gris
El tema central es perturbador y triste. El asidero emocional que mueve a la actriz es la necesidad de reconocimiento y entusiasmo del público para sentirse bien consigo misma y encontrar la fortaleza de una forma alternativa a su habitual dieta de píldoras y alcohol, pero aparte de este estatus deprimente, no hay un escenario dramático suficientemente poderoso. La lucha por sus hijos aparece pero no acaba impregnando los conflictos de escena a escena.
Hay un retrato de la época crepuscular de Judy Garland con momentos mejores y peores para ella, pero no da vueltas a nada en particular. Los temas que va tratando se convierten en una nebulosa que podría ser cine experimental si no tuviera una factura de filme televisivo con clara intención de entrar en competición para los Óscars, una revisión de una vida famosa con otra persona famosa representándola sin ninguna idea potente que defienda el armazón, salvo la propia interpretación, al servicio de un guion que ya no solo no brilla, sino que aburre.
El director Rupert Goold hace algo de esfuerzo en representar los números musicales con un estilo diferente, y pensados claramente en cómo el estado de ánimo de Judy en ese momento podría literalizarse en la energía de la propia cámara, las coreografías y el ritmo de edición. Pero quitando esto, la puesta en escena es vaga y no ayuda a quitar la sensación de película anacrónica, un poquito encorsetada y fría hasta no acabar de hacernos conectar con el personaje, más allá de sus miserias y anhelos.
Zellweger y poco más
El desarrollo toca temas como el incipiente nacimiento de Garland como icono gay, pero para ello establece un episodio en el que la cantante va a comer con dos fans que resulta un poco viejuna y complaciente en el tratamiento de la homosexualidad, como una especie de peculiaridad de la especie humana que se manifiesta como ser fanático de Judy Garland. Otra serie de episodios amorosos y de traiciones resultan insípidos, predecibles, o todo a la vez por lo que, lo único interesante es la actuación de Zellweger.
Aunque no se parece mucho a Judy Garland ni cuando habla, se cree su papel de adicta desesperada que se da cuenta de que su vida está hecha polvo sin que pueda hacer mucho para remediarlo. También sabe reflejar a la profesional que adora cantar pero que es consciente de que el público tiene una visión idealizada de ella, de cuando tenía una voz más firme y muchos años menos. Zellweger refleja bien el pánico y el orgullo de una mujer de 47 años expuesta, la duda y la sensación de alegría que se mezclan constantemente en sus actuaciones.
La ganadora del Globo de Oro ** pone al servicio de la interpretación todo su cuerpo**, más allá de sus variaciones faciales y vocales, dando mucho más de lo que se merece el guion, que zozobra en la búsqueda de sus demonios y culpabilizar por estos a ella misma o a Hollywood. No es fácil afirmar que Zellweger haga que merezca la pena ver ‘Judy’, pero al menos la hace digerible y eso es un mérito bastante más grande de lo que parece, pero por mucho que la historia de la actriz merezca ser contada, el personaje es más grande que lo que puede aportar tan solo una actriz frente a un proyecto errático.
Ver todos los comentarios en https://www.espinof.com
VER 3 Comentarios