Cualquier película que se haya producido desde los inicios del medio y, en general, cualquier creación artística, pertenezca a la disciplina que pertenezca, es irremediablemente hija de su época. Limitándonos a nuestro adorado séptimo arte, no es complicado encontrar diversos ejemplos que ilustren esta afirmación, particularmente dentro del cine de género; y para muestra ahí está el terror de los 50 heredero de la paranoia anticomunista o el derivado de los atentados del 11-S de 2001.
En lo que respecta a 'Joker', podríamos concluir que su concepción es fruto de nuestro tiempo por dos motivos muy diferenciados: el aparentemente inagotable boom del cómic pijamero en la gran pantalla y una realidad sociopolítica representada por Todd Phillips en una Gotham más neoyorquina que nunca, dominada por el desencanto, la crispación el abandono de las altas esferas, y un abismo insalvable entre clases.
Estos dos niveles de conveniencia han terminado confluyendo en un par de inteligentes horas a través de las que se construye una auténtica joya, irónicamente atemporal, que deambula entre unos crudos años 70 crudos que parecen extraídos del puño y letra de Paul Schrader, y un 2019 que estaba pidiendo a gritos un largometraje valiente, que se negarse a dar explicaciones y que nos invitase a cabrearnos... pero siempre con una sonrisa en la boca.
Una joya que no entiende de épocas, hija de tiempos pasados y resultante de realidades presentes
Si nos centramos en el mundo de la viñeta de DC, no cabe duda de que los Elseworlds —historias que se ambientan fuera del canon oficial de sus personajes y que exploran diferentes orígenes y ambientaciones— siempre han destacado por ofrecer puntos de vista más lúcidos, atrayentes e, incluso, delicados —no hay más que echar un vistazo al 'Hijo Rojo' de Mark Millar—.
En este caso, Phillips y el guionista Scott Silver, huyendo de cualquier referente impreso, han dado forma a una nueva génesis para el Príncipe Payaso del Crimen gothamita más humana y terrenal que nunca. Un espléndido estudio de personaje y un sobrecogedor ejercicio de empatía con un villano de manual que acerca más que nunca el universo del hombre murciélago al nuestro.
Sobre la inmensa lista de virtudes que hacen de 'Joker' una de las mejores cintas del año —y que justifican plenamente su controvertido León de Oro—, es necesario reivindicar la osadía del gran estudio responsable para arriesgarse a dar luz verde a un proyecto de estas características, ya no sólo en cuanto a temática, sino también en lo referente a su estilizada forma. Estamos, pues, ante la única vía que tiene Warner para enfrentarse a su competencia directa, y ante un tipo de obra que muy pocos confiaban ver materializada a día de hoy.
Porque si algo define a 'Joker', eso es su libertad. Un concepto que abarca desde su descomunal trabajo de cámara y puesta en escena hasta un Joaquin Phoenix de Óscar, desatado y entregado a la improvisación; pasando por un tono y tratamiento de la violencia que no hacen concesiones y que se niega a doblar la rodilla —de hecho, esto se hace de forma explícita durante una escena— frente a esos discursos moralizantes y ruedas de la ofensa que tanto se estilan hoy día.
Es esta independencia, en este desparpajo para transmitir sin cortapisas mensajes controvertidos que tan sólo nos instan a ser conscientes de nuestro entorno, donde muchos están viendo algo peligroso; puede que, precisamente, por esa costumbre a la blancura, la pureza y el maniqueísmo a la que nos tienen acostumbrados las grandes producciones hollywoodienses.
Pero 'Joker' no es, ni mucho menos, una amenaza. Lo verdaderamente preocupante es que el público se encuentre en la comprometida situación de identificarse con actitudes tan atroces como las de su protagonista tras descubrir que el clima en Gotham no difiere demasiado del que vivimos al otro lado de la pantalla.
Y es que, como decía, estamos ante un filme de rabiosa actualidad que deberá luchar contra los injustos prejuicios por encontrar su origen en el noveno arte en tiempos de superpoderes y trajes de spandex por doquier, pero que, a su vez, es capaz de levantar ampollas. Y eso, más allá de cualquier bondad fílmica, es lo que termina elevando a un largometraje de la grandeza a la excelencia.
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