John McTiernan y Sean Connery quedaron tan contentos con su colaboración en ‘La caza del octubre rojo’ (‘The Hunt for Red October’, 1990) que decidieron participar en otra producción, esta vez más personal que el film citado. Estamos probablemente ante el punto de inflexión en la carrera de McTiernan como realizador. Tras encontrar un merecido éxito con sus tres films previos, el director se atreve con una historia de corte clásico, íntima, aunque sin renegar a ciertos toques de espectacularidad, que en contra de lo esperado, visten muy adecuadamente la película. El actor escocés puso de su parte al producir el film, tomando incluso decisiones creativas, reservándose además el derecho a elegir a su compañera de reparto.
‘Los últimos días del edén’ (‘Medicine Man’, 1992) —otra de esas absurdas traducciones de título a las que nos tienen acostumbradas en nuestro queridísimo país, que esta vez provocó que la película en algunos sitios figure con el título en inglés ‘The Last Days of Eden’, tan acertado como el original, aunque erróneamente más trascendental— puede parecer a simple vista un film-isla dentro de la filmografía de McTiernan, pero si nos fijamos bien, posee todos y cada uno de los elementos que le caracterizan como director, y supone en cierto modo, un paso lógico en su evolución como cineasta. Para ello se sirvió de un excelente y conciso guión de Tom Schulman —ganador de un Oscar por la extraordinaria ‘El club de los poetas muertos’ (‘Dead Poets Society’, Peter Weir, 1989)—, por el que se pagó la friolera de 3 millones de dólares.
La película narra la historia del doctor Robert Campbell (Sean Connery), un excéntrico científico que está en la selva amazónica realizando una investigación médica. Tras tres años sin dar señales de vida, le envían una ayuda que ha pedido porque ha descubierto algo importante. Pero la ayuda que recibe no es la esperada, hasta allí llega la doctora Rae Crane (Lorraine Bracco), que además es la persona que decidirá si Campbell continua o no con sus investigaciones. Pero la preocupación más importante del científico es la deforestación del Amazonas se está acercando a la zona en la que trabaja, único lugar en el que crece una planta que curiosamente posee la cura contra el cáncer. Ante tal descubrimiento, Crane pondrá todo de su parte para ayudar a su colega.
Otra vez la vuelta al primitivismo vuelve a hacer acto de presencia en el cine de McTiernan. Se aleja del cine de acción y se adentra en el drama romántico de corte aventurero. Y dado lo bien que se lo había pasado el director filmando en la selva en su primer éxito, ‘Depredador’ (‘Predator’, 1987), parece coherente el volver a dicho marco, aunque integrado en distinto contexto. Ahora la amenaza no consiste en un enemigo procedente del espacio exterior, sino en alguien mucho más cercano, el propio hombre. Nuestro lado oscuro, marcado por la ignorancia y el amor a lo material, representado en unas rápidas excavadoras que asolan la selva amazónica, poniendo en peligro el único lugar en el que parece encontrarse una cura para el cáncer.
Pero esa sería la parte convencional del relato, la más evidente, aquella en la que quizá se caiga en alguna que otra concesión al espectador. Hay otros instantes en el film, que afortunadamente son mayoría, en el que se nos desvela un McTiernan más íntimo y sutil. Con claras reminiscencias de películas como ‘La reina de África’ (‘The African Queen’, John Huston, 1951), el director se muestra como un cineasta de tintes clásicos, prácticamente inesperados en el hombre que revolucionó por completo el injustamente infravalorado cine de acción. Así pues establece la relación entre Campbell y Crane como si de una comedia sobre guerra de sexos se tratase. A ello contribuye la excelente química que hay entre sus dos actores principales, Sean Connery y Lorraine Bracco, excelente actriz muy pocas veces aprovechada.
Llama la atención el aspecto de Connery, que en realidad responde a un capricho personal del actor con el compositor Jerry Goldsmith, por aquel entonces con un aspecto idéntico al del personaje del doctor Campbell. Connery había quedado encantado con el físico de Goldsmith y bromeando con él le dijo que quería dar vida a alguien con esa pinta. Ni que decir tiene que le queda de miedo al personaje, un hombre que lleva tanto tiempo alejado de la civilización que ya no recuerda lo que era un pijama, detalle éste muy inteligente, pues Campbell no se refiere en realidad al pijama, sino a Crane. El enfado inicial de Campbell ante su nueva compañera no se debe tanto a que no es la ayuda que pidió, sino que además esperaba a un hombre. El doctor además fue abandonado por su esposa por ser un hombre demasiado entregado a su trabajo.
La relación entre Campbell y Crane —apodada Bronx por el doctor— es lo más interesante del relato. La evolución de la misma posee estimulantes puntos de inflexión en secuencias como la del viaje a través de la selva colgados ambos de unas cuerdas que les sirven de transporte. Nunca McTiernan estuvo tan inspirado en cuanto al uso de la cámara, que se mueve con envidiable elegancia entre los árboles, marcando la belleza del instante, apoyado no sólo en los fascinantes paisajes, sino en una extraordinaria banda sonora, obra del antes mencionado Jerry Goldsmith, quien realiza para la ocasión uno de sus mejores trabajos, aunque parezca difícil creerlo. Instante éste que culmina en lo alto del árbol, en el que Bronx advierte de la proximidad de las excavadoras —la civilización que avanza sin compasión—, y Campbell responde con un sutil gesto de indiferencia, que en realidad es decepción.
‘Los últimos días del edén’ fue un éxito moderado, y pocos aceptaron una cinta que revelaba a un McTiernan más tranquilo, pero igual de emocionante. Como pocos aceptarían la siguiente propuesta del director, que arriesgándose aún más realiza un salto mortal en su filmografía que le saldría bastante caro.