‘El último gran héroe’ (‘Last Action Hero’, John McTiernan, 1993) fue un rotundo fracaso cuando se estrenó en los cines yanquis una semana después del estreno de ‘Parque jurásico’ (‘Jurassic Park’, Steven Spielberg, 1993), cinta que arrasó en el planeta entero y cuyo riesgo de batacazo era mínimo en comparación con el trabajo de McTiernan. Los dinosaurios del Rey Midas eclipsaron sin dificultad alguna al musculoso Arnold Schwarzenegger, que en esta película demostraba su peculiar sentido del humor al reírse de sí mismo como nunca lo había hecho. El público pareció no entender el arriesgado ejercicio de metalingüismo protagonizado por el actor austriaco, y que servía en bandeja a McTiernan la posibilidad de homenajear/parodiar un tipo de cine —injustamente infravalorado, nunca me cansaré de decirlo— que él mismo había revolucionado con cintas como la magistral ‘Jungla de cristal’ (‘Die Hard’, 1988).
Aún a día de hoy, casi 20 años después de su estreno, parece que sigue sin entenderse qué es ‘El último gran héroe’, y un servidor lo ha comprobado en su reciente revisado, cuando mi acompañante me espetaba, a los dos minutos del inicio, un sincero “¿y tú crees que esta película me va a gustar?”. Si uno no sabe muy bien de qué va la película, es muy probable que en sus primeros minutos se sienta la necesidad casi imperiosa de dejar de verla, pues sus imágenes retrotraen hacia el peor cine de acción, al que el propio Schwarzenegger interpretó en films de dudosa calidad como ‘Commando’ (id, Mark L. Lester, 1985) o ‘Perseguido’ (‘The Running Man’, Paul Michael Glaser, 1987). Hay que esperar un poco para comprobar que todo se trata de una grandísima broma cinéfila.
De esta forma me llama poderosamente la atención que una de las reglas fundamentales a la hora de ver cine, esto es, saber lo mínimo posible sobre el film en cuestión con el propósito de dejarse sorprender por el mismo, paradójicamente juega en contra de la película. Mucha gente no ha visto, o no quiere ver, ‘El último gran héroe’ porque creen que se trata del típico producto de acción lleno de explosiones, tiros y persecuciones, amén de otra oda al machismo. Pero en realidad lo que hace McTiernan es reírse de todo eso, mostrando de forma exagerada todos los clichés y tópicos del género. En un principio la película estaba destinada a ser dirigida por nada y nada menos que Steven Spìelberg —no en vano, en la película se le rinde homenaje a su film más popular—, quien rechazó la oferta en beneficio de ‘La lista de Schindler’ (‘Schindler´s List’, 1993), decisión con la que evidentemente salimos ganando todos.
La historia, obra de Zak Penn y Adam Leff, no fue del agrado de casi nadie, incluido Arnold Schwarzenegger, quien sugirió cambios en el guión, sobre todo en la parte final para reforzar los lazos de amistad entre los dos personajes centrales. Por eso mismo se echó mano de los guionistas Shane Black y David Arnott, que pulieron la historia, cargando las tintas en los aspectos humorísticos. Y he ahí el que considero el mayor problema de la película, su excesivo humor, tanto que en todo momento no existe otra sensación que la de la ridiculez por cuanto se está parodiando continuamente el cine de acción con autohomenajes del propio director a su cine. No estamos ante el mismo tipo de película que es por ejemplo, ‘La rosa púrpura del Cairo’ (‘The Purple Rose of Cairo’, Woody Allen, 1985), en la que se propone algo parecido.
Mientras en el trabajo de Allen se parte de la modestia y se realiza un canto a la cinefilia de lo más sentido, con su parte melodramática y todo, ‘El último gran héroe’ es un continuo chiste que no siempre está a la altura de lo planteado. Pero el error no está en la labor de McTiernan, quien siempre se muestra seguro en la puesta en escena, sino en el guión en el que se cae demasiadas veces en lo banal y zafio, alargando demasiado las situaciones como si los responsables estuviesen enamorados del material que tienen entre manos. Por supuesto hay chistes geniales, todos aquellos que hacen referencia a los “fallos” del cine de acción, y los intencionados errores que posee el film en cuestión, como todos los fallos de racord que hay, o los múltiples homenajes que hay al cine en general. Desde un Humphrey Bogart digitalizado, algo que parece profético, hasta el cartel de ‘Terminator 2’ en un videoclub, o la mismísima muerte, interpretada por Ian McKellen, salida de uno de los mejores films de Ingmar Bergman, hasta la presencia de F. Murray Abraham en el reparto, lo cual hace sospechar a Danny (Austin O´Brien) de que es el topo infiltrado en la policía, pues al fin y al cabo él mató a Mozart.
Aunque pueda dar la sensación de que ‘El último gran héroe’ no posee los elementos más característicos del cine de McTiernan más allá de su excelente planificación y puesta en escena, no es así. Muy sutilmente la vuelta al primitivismo vuelve a hacer acto de presencia en su cine, una de sus señas de identidad, pero esta vez riza el rizo de forma muy inteligente. Realidad y ficción se entremezclan en la película. Los Ángeles representa la espectacularidad de Hollywood, siempre lleno de tías buenas y todos los teléfonos empiezan por 555, mientras que Nueva York, con su oscuridad, suciedad y lluvia, representa la realidad. El más grande héroe de ficción dentro de la ficción, Jack Slater, invencible en todos los aspectos, tendrá que viajar al mundo real —la idea de que la puerta entre los dos mundos proviene del poder de una entrada de cine que perteneció a Houdini es simplemente genial, por coherente— donde no hay explosiones espectaculares, los malos suelen vencer, la policía no aparece enseguida, y si se revienta la ventanilla de un coche con el puño, éste termina doliendo. Slater ha de despojarse de todo aquello que le hace fuerte, la imaginación de un guionista, para vencer a lo que más teme.
Con sus fallos y sus virtudes, ‘El último gran héroe’ es una digna película que rinde tributo en forma de comedia, de otra forma no podría ser, a un tipo de cine que avivó muchas horas de nuestra adolescencia. Con una perfecta química entre un jovencito Austin O´Brien, del que poco más se supo, y Arnold Schwarzenegger, que consciente de sus limitaciones como actor, se presta a una parodia doble, la de su imagen en el cine y su imagen pública, se ofrece la más original de las buddymovies del cine actual —lógico, teniendo en cuenta la presencia de Shane Black en los créditos—, y se muestra un gran cariño y respeto hacia el cine en general, incluido el negocio de exhibición, con la inolvidable presencia, que sabe a poco, de un entrañable Robert Prosky, en el papel de proyeccionista. Se propone además la idea de que la fantasía debe continuar más allá de la tiranía de los guionistas, dejando la puerta abierta que une realidad y ficción.
El rotundo fracaso de la película, que con los años ha ido ganando adeptos, hizo que John McTiernan reconsiderase volver al personaje que le había lanzado a la cima de los directores de cine de acción, y siguiendo una de las máximas del gran Cecil B. DeMille, lo hizo a lo grande.