El año que John McTiernan estrenó por fin ‘El guerrero nº 13’ (‘The 13th Warrior’, 1999) —para el que suscribe una de sus mejores películas— tuvo la oportunidad de estrenar antes el film que rodó después del mencionado. Curiosamente se trata de una puesta al día de ‘El caso Thomas Crown’ (‘The Thomas Crown Affair’, Norman Jewison, 1968), film de enorme éxito a finales de los 60, sobre todo por lo popular que se hizo el tema central de la banda sonora compuesta por el entonces muy de moda, y más que lo estaría, Michel Legrand. ‘The Windmills of your Mind’, interpretada por Noel Harrison, se convirtió en todo un hit musical, siendo recordada como una de las más míticas canciones que han formado parte de una banda sonora original. En el remake de McTiernan hay más canciones —muy bien elegidas— y el mencionado tema consta de dos versiones, una de ellas a cargo del conocido Sting. No hay color con la original.
Es en la canción y en alguna que otra secuencia, como una muy sensual partida de ajedrez, donde ‘El secreto de Thomas Crown’ (‘The Thomas Crow Affair, 1999) pierde en comparación. El film de Jewison era demasiado deudor del lenguaje televisivo de entonces —Jewison pertenece a ese grupo de realizadores provenientes de la televisión, al lado de gente como Arthur Penn, Sidney Lumet, Frankenheimer, Ashby, etc—, y abusaba en exceso del split screen —fragmentación de la pantalla para ofrecer al mismo tiempo distintos puntos de vista o acciones paralelas—, además de una trama poco interesante, subsanada por la excelente química que había entre Steve McQueen y Faye Dunaway. McTiernan logra sacar un mayor partido del material, sobre todo en lo que respecta a su parte de thriller. Estamos ante la última prueba del talento de un director cuya carrera caería en picado con sus siguientes trabajos.
Pierce Brosnan, que también ejerce tareas de producción, y recordemos protagonizó la ópera prima de McTiernan, ‘Nómadas’ (‘Nomads’, 1985), da vida al Thomas Crown del título, importante hombre de negocios en la ciudad de New York, con una habilidad especial para cerrar negocios millonarios. Crown posee además un curioso pasatiempo: robar obras de arte. El ingenioso robo de un Monet le pondrá en el punto de mira de la policía gracias al olfato de Catherine Benning (Rene Russo), agente de seguros encargada del caso. Benning y Crown llegarán a intimar lo suficiente como para, llegado el momento de la verdad, tendrán que decidir entre el deber y el querer. Y al igual que en la original, la química entre la pareja protagonista es de lo mejor del film. Pierce Borsnan, que demuestra una vez más lo bien que le sientan los personajes cínicos, y Rene Russo, que por primera vez en su carrera hace escenas de desnudo, provocan que salten chispas en la pantalla. Su feeling es innegable.
La película empieza y termina con un robo. Dos prodigiosas set pieces en las que McTiernan demuestra su mano para crear suspense, ritmo y emoción. Al igual que en la tercera entrega de las aventuras de John McClane, la película sigue la máxima de Cecil B. DeMille —uno de los pocos realizadores de la historia que sabían como sacar provecho de un gran espectáculo—, la que reza que una película debe empezar con un terremoto y de ahí hacia arriba, con la sana intención de atrapar al espectador y no soltarle. El robo llevado a cabo justo después de la presentación del personaje de Crown durante los títulos de crédito, nos devuelve al McTiernan de sus inicios. La planificación, de una precisión admirable, y sobre todo un montaje soberbio obra de John Wright —‘Convoy’ (id, Sam Peckinpah, 1978)—, introducen enseguida al espectador en la trama. Mínima, todo hay que decirlo —no dejamos de hablar de un ladrón, una agente de seguros, y un robo, sin más—, pero que la cámara de McTiernan la hace lo suficientemente atractiva.
Y es que al igual que Thomas Crown, un millonario cuya aburrida vida de negocios y pasta a doquier le llevan a divertirse robando obras de arte como si de un juego se tratase, McTiernan plantea su película como un juego. La relación entre la pareja protagonista, basada en una atracción sexual más que evidente, provocada por la seducción del poder, y necesitada de una gran confianza, está planteada de idéntica forma. Un juego por demostrar quién es el mejor, y en el que se desvelará qué importa realmente a los personajes. Al espectador le resulta tan interesante el juego de seducción que Banning y Crown se traen entre manos, como la forma en la que éste último se las ingenia para robar —o devolver—, obras de arte que se suponen intocables. McTiernan maneja con inteligencia ambas tramas, llevándolas en pareja, y consiguiendo que una sea la respuesta a la otra. Sí es cierto que el film pierde fuelle en su mitad, cuando los dos tortolitos pasan tiempo juntos y el film parece no avanzar. Ni siquiera el enorme magnetismo de René Russo, probablemente en el mejor papel de su carrera, llega para aliviar el débil aburrimiento que asoma en ese tramo.
Pero McTiernan es un hombre de acción, siempre lo ha sido, a pesar de que en esta película intenta mezclar sus mejores cintas de acción con el clasicismo al que se enfrentó en la estupenda ‘Los últimos días del edén’ (‘Medicine Man’, 1992), con la que tiene más de un punto en común. El tramo final de ‘El secreto de Thomas Crown’ recupera la vitalidad de su inicio, y al son de una muy cuidada banda sonora del veterano Bill Conti, el director nos regala una segunda set piece descomunal y llena de energía. Pocas veces un robo estuvo perpetrado con tanta clase y buen humor. A un lado queda la presencia del soso Deanis Leary, como débil contrapunto a la pareja protagonista, o la presencia a modo de homenaje, de Faye Dunaway, dando vida a la psicólogo de Crown, mujeriego y hasta cierto punto misógino. Y es que ‘El secreto de Thomas Crown’ no puede evitar cierto machismo en su mensaje, lo suficiente para ser notado, pero que no llega a estropear la función. Y es que eso no es nada comparado con la vulgaridad en la que McTiernan caería tres años después.