Tras el éxito que supuso ‘Jungla de cristal. La venganza’ (‘Die Hard: With a Vengeance’, 1995) nadie esperaba que tardaríamos cuatro años en ver el siguiente trabajo del realizador John McTiernan. ‘El guerrero nº 13’ (‘The 13th Warrior’, 1999) tuvo tantos problemas en su postproducción que su estreno tuvo lugar posteriormente al del siguiente trabajo del director, ‘El secreto de Thomas Crown’ (‘The Thomas Crown Affair’, 1999). Las discrepancias entre su principal productor, el también escritor y director Michael Crichton, y McTiernan obligaron al primero a prescindir del segundo y tomar las riendas, realizando un montaje diferente al presentado por McTiernan, filmando alguna que otra escena adicional.
Nada que no suene a nuevo en la filmación de una película en Hollywood. Rodajes malditos, por llamarlos de alguna manera, remontajes y remontajes, desavenencias mil entre los que buscan el negocio —los productores— y aquellos que intentan hacer arte —los directores, se supone—; algo que la mayoría de las veces termina en catástrofe tanto comercial como crítica. El caso que nos ocupa creo que es una de esas maravillosas excepciones que confirman la regla. Crichton, que no tiene un pelo de tonto, intentó hacer una versión más comercial que la ideada por McTiernan, y aún así no fue capaz de erradicar la mirada del director, muy presente en cada uno de sus planos, y que de no ser por las mencionadas diferencias creativas, es muy probable que hubiésemos estado ante la mejor película de McTiernan.
La película adapta la novela de Michael Crichton ‘Eaters of the Dead’ (1976), y así era como se tituló el proyecto durante toda su filmación hasta que hubo que rodar nuevas escenas. Crichton decidió cambiar el título por el que conocemos todos, dando así protagonismo al personaje interpretado por un mediocre, pero entregado, Antonio Banderas, Ahmed Ibn Fahdlan, quien ingresa de lleno en la galería de antihéroes que caracterizan el cine de McTiernan. El décimo tercer guerrero del título es nuestro protagonista, aquel que se unirá a doce valerosos vikingos con los cuales viajará al reino del rey Hrothgar, acosado por los temibles y demoníacos Wendols, que tienen atemorizado el lugar. Una especie de grupo salvaje que vivirá la aventura de sus vidas, siendo para Fahdlan una experiencia totalmente catártica, al enfrentarse a sus propios miedos como hombre de fe que es. Y todo a través de un duro aprendizaje y sobre todo, el entendimiento de una cultura totalmente distinta a la suya, con otras creencias y otros dioses.
Una de las principales virtudes de ‘El guerrero nº 13’ es su tendencia a la síntesis, provocada muy probablemente por los recortes sufridos. Esto provoca por un lado cortes en subtramas inexplicables, pero por otro algunas secuencias conservan su esencia, sin que la brevedad riña con la eficacia o riqueza de matices. Para empezar, en los primeros minutos se nos cuenta rápidamente la historia personal de Fahdlan —un árabe de buen linaje exiliado por un tema de faldas— hasta llegar al punto en el que se ve abocado a una aventura que en principio no desea. En apenas doce minutos se nos narran multitud de cosas sin que el atropellamiento se apodere de la película, y justo en el minuto 13 del film Fahdlan es elegido por un oráculo como el guerrero nº 13. En ese tramo Banderas es acompañado por el mítico Omar Shariff —incuestionable guiño al cine de aventuras de la época de David Lean—, actor que quedó muy descontento con la película. A partir de ahí, McTiernan propone un viaje al mismísimo centro de la aventura, con elementos terroríficos, y en la que el primitivismo de su cine hace acto de presencia una vez más.
En este relato de acción física cobran especial importancia el grupo de doce vikingos observados por los atentos e inteligentes ojos de Fahdlan. Todos y cada uno de ellos están excelentemente retratados, sobresaliendo Bulywif, al que da vida un carismático Vladimir Kulich —visto recientemente en la floja ‘Templario’ (‘Ironclad’, Jonathan English, 2011)—, el jefe del grupo cuya fascinante presencia se erige como estandarte del coraje, el valor, la camaradería, la fuerza y la resignación a cumplir un destino —ecos de Peckinpah, cuyos personajes estaban cortados por el mismo patrón—; y Herger (Dennis Storhøi), personaje si cabe más típico, con puntos de humor pero que nunca cae en la chabacanería, e igual de carismático. Personajes secundarios como el de Diane Venora, que irrumpe abruptamente en el relato, están peor tratados debido quizá a esos mencionados recortes en el montaje. Cabe citar al respecto la historia de amor sugerida entre Fahdlan y Olga (Marie Bonnevie), que queda inconclusa, aunque nos brinda una bella escena justo cuando Fahdlan y sus compañeros vikingos partan en busca de los Wendols. También afecta a alguna subtrama, como la de la disputa de poder que surge a mitad de film.
Pero estos denunciables errores quedan subsanados por la valentía y arrojo de McTiernan en filmar una aventura llena de pasión y emoción, evitando siempre caer en el subrayado. Su cine se ha caracterizado por poseer personalidad propia más allá de las reglas impuestas por el mainstream. Uno de sus grandes logros ha sido el de insertar los escenarios en la acción de forma que éstos nunca sean mero adorno, y el personaje interactúe con ellos. Los espacios físicos son filmados con precisión por una cámara que nunca muestra más de lo que debe. El primer ataque de los Wendols está filmado como si de una película de terror se tratase; el suspense está bien dosificado y McTiernan no realiza concesiones en dicha escena. Es sangrienta, encarnizada y el enemigo nunca es visto con claridad. Más tarde en la guarida del enemigo, McTiernan saca un gran provecho del fuera de campo, logrando crear una gran tensión y una sensación de peligro que se palpa durante todo el film. Brevedad y sutileza. Como en el emocionante momento final en el que Bulywif, Fahdlan y el resto de vikingos recitan una especie de oración, citando a sus ancestros, justo antes del enfrentamiento final. McTiernan no se recrea en la escena, dando como resultado una mayor fuerza emotiva.
En ‘El guerrero nº 13’ queda patente el enfrentamiento cultural entre el personaje de Fahdlan, brillantemente dibujado en la espléndida secuencia del aprendizaje del idioma vikingo —prodigio de montaje y ritmo—, donde vemos que es un gran observador, con la razón como principal arma, además de un hombre de fe —el nombre de Alá surge varias veces en la narración—. Fahdlan queda impresionado ante el primer contacto con un enemigo que parece surgido de un mundo infernal. Lo desconocido como arma de terror. Y resulta curioso que sea precisamente un hombre de fe el que eche mano de la razón cuando descubra el engaño, que su enemigo no es más que un hombre, y no un diablo. Esa misma razón le lleva a entender a sus compañeros guerreros, enormemente fieros y supersticiosos. Nunca llegará a integrarse en su mundo, pero de la misma forma que cree que sólo hay un Dios, comprenderá que no todos servirán a ese Dios. La aventura, en la que pondrá a prueba su propio valor, compartida con sus compañeros vikingos será su catarsis personal.
Y con la ayuda de Jerry Goldsmith —llamado por Crichton para sustituir al inicialmente previsto Graeme Revell, que llegó a componer un score completo— dicha catarsis se traslada al espectador al menos al que esto firma. McTiernan fue injustamente tratado por este film, que gana enteros a cada nuevo visionado. No tardaría en volver al thriller de acción, género en el que es mejor recibido, con un excelente remake. De ello hablaremos en el próximo post mientras sueño con un director´s cut de ‘El guerrero nº 13’, ya de por sí una magnífica película.
Ver 46 comentarios