“Primero de todo, no son románticos. No es una panda de colmillos merodeando con trajes caros y seduciendo a todo el mundo con su acento basura europeo, ¿de acuerdo? Olvida lo que has visto en las películas: no se convierten en murciélagos, las cruces no sirven. ¿El ajo? ¿Quieres probarlo? Puedes quedarte parado con un collar de ajo y uno de esos mamones vendrá y te dará por el culo mientras te chupa la sangre del cuello tan tranquilo. Y no duermen en ataúdes lacados. Si quieres matar a uno, clávale una estaca justo en el jodido corazón. La luz del sol les convierte en bichos a la brasa.”- Jack Crow (James Woods)
El discurso de Jack Crow, que el lector puede leer encima de estas líneas, lo he traducido directamente del inglés (nunca he visto esta película doblada, a Dios gracias) para el que no sea bilingüe, y lo he hecho consciente de que gran parte de su jerga, de su verborrea salvaje, es literalmente intraducible, marca de la casa del gran James Woods. En este discurso (hay otros igual de notables, aunque quizá no tan significativos) se comprime gran parte del ideario de John Carpenter acerca del tan estimulante como desigual cine vampírico, y mucho de su gamberrismo y su supuesto desprecio hacia un estilo europeo de concebir el cine (aunque él es muy consciente de que en este continente le respetamos mucho más que en su país). Leyendo este discurso, disfrutando de algunos de los buenos momentos de ‘Vampiros’ (‘Vampires’, 1998) uno siente la tentación de creer que estamos ante una gran película. Pero la realidad es muy otra. Nada me gustaría a mí más, bien lo saben algunos lectores, que calificar a esta película como una gran muestra del refinado arte carpenteriano. Pero cada vez que la veo (y ya van unas cuantas…) me reafirmo: esto es una película muy irregular, con un guión lamentable que desaprovecha un material magnífico. Una verdadera pena.
De modo que lo que sigue a continuación es una crítica muy difícil para quien esto firma, aunque creo que bastante meditada y lo más justa que puedo ofrecer desde el corazón. Cuando se anunció que Carpenter por fin llevaría a cabo una película de terror vampírico, basada en la novela (muy vendida en Estados Unidos) de John Steakly, prácticamente homónima (‘Vampire$’), muchos nos alegramos y esperamos con ilusión este proyecto, que podría cerrar de forma inmejorable una década que empezara de manera tan lamentable. Pero cada vez está más claro que ‘2013: Rescate en L.A.’ (‘Escape from L.A.’, 1996) es el último gran Carpenter (a ver si el maestro me contradice con una nueva gran película…), pues su aportación al mito adolece en ocasiones de una falta de ritmo sorprendente para un cineasta capaz de hacer maravillas con él, sometido a un guión absolutamente nefasto de Don Jacoby (el que tenga ganas, que repase su carrera como guionista) que el director es incapaz de trascender y de llevar a su terreno, salvo en pequeños detalles netamente carpenterianos.
Grupo salvaje
La película comienza con una secuencia magistral que se parece mucho a la que abre la novela, seguida de una masacre también muy parecida. No es intención del autor de estas líneas establecer una comparación constante con la soberbia novela de Steakly (una de mis novelas contemporáneas predilectas, por cierto), pero duele constatar que lo mejor de la película ya está en la novela, y que todo lo que han cambiado (más de un 75 %) es sensiblemente inferior, cuando no de una torpeza, de una desidia, y hasta de un infantilismo recalcitrante. Cuando leí la novela caí enamorado de la fuerza narrativa de Steakly, y cada vez que vuelvo a sus páginas pienso que he sido injusto con la película de Carpenter…para volver a verificar que no, que en realidad he sido bastante justo. Lo mejor de la película son sus quince o veinte minutos iniciales. A continuación Carpenter es incapaz de sostener la narración, pese a que pone en ello sus mejores esfuerzos y su habitual destreza visual. En la infiltración del grupo salvaje de Crow al caserón abandonado existe un dominio superlativo de la atmósfera, una planificación ejemplar, unos contraluces de gran profundidad, y en la carnicería posterior un gusto por lo gótico y una fascinación por el mal inolvidables. Ahí acaba todo, prácticamente.
La historia nos cuenta (como en la novela) a un grupo de mercenarios contratados por la iglesia católica y liderados por un ex-agente de la CIA llamado Jack Crow, cuya misión es destruir nidos de vampiros. De ahí viene el signo del dólar ($) del título original. Pero terminan encontrando a un vampiro increíblemente poderoso que les aniquila. Los supervivientes, entre ellos Crow, averiguan que ese vampiro es el primer vampiro de todos (esto no es de la novela, y es tan tópico que tira de espaldas), un cura de la época medieval que ahora busca una cruz negra (!) que le permita caminar de día (!!!). Valek, que así se llama el vampiro, deja infectada a una puta que servirá de guía a Crow y lo que queda de su grupo, intentando darle caza. Sobre el papel, la historia no está tan mal, pero el que espere una trepidante caza al vampiro jefe va a quedar muy defraudado, porque en el guión lo trepidante queda reducido a la mínima expresión y sólo resta aferrarnos a los chispazos de genio de Carpenter, capaz de crear fugaces pero muy poderosas imágenes (el vampiro viajando en el techo de un tren, las cámaras de vigilancia siguiendo a los vampiros, los planos subjetivos del vampiro…).
El desarrollo de la trama es absolutamente anémico, con la previsible y muy forzada infección sanguínea del lugarteniente de Crow, Montoya, y con un climax chapucero que más que miedo da un poco de risa, sin la menor intensidad, ni fuerza expresiva. ¿Donde está el gran relato vampírico prometido? Sólo cuando a Carpenter le da un respiro ese guión puede armar secuencias como la de las cámaras de vigilancia, y percibimos un algo de eso tan poderoso que nos maravilló en ‘La cosa’ (‘The Thing’, 1982) o en ‘Están vivos’ (‘They Live’, 1988). No basta con esa crítica (esta vez nada sutil) a la iglesia, que dio lugar al primer vampiro, ni con los rasgos chuletas de Jack Crow. El gran Carpenter, el que construye a sus personajes a machetazos de ingenio, necesita de un andamiaje más robusto para dar lo mejor de sí, y para que su refinamiento estilístico sea algo más: la expresión de una concepción del mundo, del ser humano y del cine. El final resulta demasiado fácil, así como la victoria final, absolutamente increíble y fuera de tono. Realmente, Carpenter ha tenido muy mala suerte con los guiones que le han entregado, o él no ha sabido reconducirlos debidamente.
Sin duda, a pesar de un cierto desdibujamiento, James Woods clava sin problemas a Jack Crow. Él es personaje que en la novela amamos y odiamos y tememos y admiramos. Es otro de los anti-héroes típicamente carpenterianos: un hombre que posee su propio código moral y que, más por el bien de la humanidad, actúa por principios muchas veces inextricables. Probablemente, Woods podría haber llevado más lejos el personaje de la novela, pero no fue posible. A su vez, Thomas Ian Griffith, un actor muy infrautilizado, está impresionante como el vampiro Valek. Su presencia es espeluznante siempre, así como su voz. Lamentablemente, no podemos decir lo mismo del resto del reparto. Creo que Daniel Baldwin es un actor muy limitado y no da la talla para interpretar a Montoya (un sosias del maravilloso Cherry Cat de la novela…un carácter opuesto), mientras que una guapa Sheryl Lee (Laura Palmer en ‘Twin Peaks’), Maximilian Schell o Tim Guinee hacen lo que pueden con la birria de personajes (inconsecuentes, incoherentes, sin interés, sin sentido) que les ha tocado en suerte.
Conclusión e imagen predilecta
Da mucha rabia decirlo, pero esto es un Carpenter menor. De nada sirve dejarse llevar por la admiración. Yo, que no soy fanático de ningún director (ni un purista), no puedo dejar de lamentar que esta película ofrezca tan poco cine. Carpenter anda por ahí, en la imagen, agazapado, y de cuando en cuando salta con una imagen genial, pero está muy lejos de los logros de su mejor etapa. Tenía cincuenta años cuando hizo esta película, y parece prematuramente agotado. Queda maravillarse con imágenes como la ya comentada de Valek viajando sobre el tren o con la fascinación de momentos como el rastreo de la cruz negra por parte del vampiro. Poca cosa, me temo.