John Carpenter: 'La cosa', espeluznante y magistral

John Carpenter: 'La cosa', espeluznante y magistral

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John Carpenter: 'La cosa', espeluznante y magistral

“Sé que yo soy humano. Y si todos vosotros fuérais una de esas cosas, me atacaríais todos juntos ahora mismo, por lo que algunos aún sois humanos. Esa cosa no quiere mostrarse a sí misma. Quiere ocultarse dentro de una imitación. Luchará si tiene que hacerlo, pero es vulnerable al descubierto. Si nos captura, no tendrá más enemigos, no quedará nadie para matarla. Y entonces habrá vencido.”

- MacReady (Kurt Russell)

Los ochenta fueron una época de trabajo continuo para John Carpenter. En esa década filmaría alguna de sus mejores obras, conocería algunos grandes éxitos de taquilla y también sonoros fracasos. Pero sobre todo conocería su plenitud como cineasta, con filmes como la ya comentada ‘1997: Rescate en Nueva York’ (‘Escape from New York’, 1981) y la que hoy vamos a comentar, la nueva adaptación del relato ‘Who Goes There?’, de John W. Campbell, publicado en 1938 bajo el seudónimo Don A. Stuart. Un relato que ha sido votado varias veces como uno de los mejores de sci-fi del siglo XX, y que en 1951 conoció una célebre versión, admirada por Carpenter, titulada ‘El enigma de otro mundo’ (‘The Thing from Another World’), dirigida por Christian Nyby y por Howard Hawks no acreditado. Carpenter se propuso una adaptación más fiel del original literario (que he leído, y que me parece excelente), para regalar una experiencia inolvidable al espectador, que en muchos aspectos supera la primera película, la cual tampoco era desdeñable.

Hacía mucho tiempo que yo la había visto por primera vez. Y ahora, con motivo de este artículo, la he vuelto a ver varias veces más. Con total sinceridad: no la recordaba tan increíblemente espeluznante. Pero, al mismo tiempo, se trata de una narración de admirable elegancia, en la que Carpenter da lo mejor de sí mismo, sin perder jamás el control de lo que está contando, mostrando los sucesos con serenidad y sin énfasis, provocando un enorme aplastamiento anímico en el espectador, que queda conmocionado por el tono pesimista, siniestro, de una historia que no da lugar al mínimo resquicio de esperanza. Como debe ser, vaya. Pocas películas hay tan terroríficas en la historia del cine norteamericano, que casi treinta años después de haber visto la luz todavía conserva gran parte de su poder de fascinación, cuyos logros técnicos aún se sostienen pese al desarrollo de los efectos especiales, y cuyo estilo ha sido imitado cientos de veces en multitud de productos basura, que demuestran que no basta con un monstruo y una serie de personajes dispuestos a ser despellejados. Es necesario algo que a Carpenter le sobra a raudales: talento.

La película no fue precisamente un éxito de taquilla cuando se estrenó, aunque sucesivos reestrenos y su explotación en el mercado doméstico durante décadas la han hecho más que rentable. Algunos dijeron que la causa fue el reciente estreno de ‘E.T., el extraterrestre’ (‘E.T.: The Extra-Terrestrial, Steven Spielberg, 1982), apenas dos semanas antes, una película que también contaba la llegada de un alienígena, aunque benévolo. Otros adujeron que el recuerdo de la formidable ‘Alien’ (‘Alien’, Ridley Scott, 1979) era demasiado reciente, y que su sombra era alargada. Personalmente, creo que el filme de Carpenter no era tan vistoso escenográficamente como la película de Scott, ni tan abiertamente comercial como la de Spielberg (más bien tremendamente desesperanzada). Y a su modo no tiene nada que envidiar al de Scott, pues opino que está a una altura similar en cuanto a narrativa, ingenio visual, tensión, suspense y efectos especiales. Si se me apura, encuentro la puesta en escena de Carpenter bastante más elaborada, rica en matices, humilde y precisa que la de Scott, pero supongo que los innumerables fans del británico no estarán de acuerdo en este punto.

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El arranque: muestra del genio carpenteriano

Ya los primeros momentos de la película son cine de altísimo nivel. La persecución a un Malamute de Alaska (por cierto, un ejemplar precioso de una raza ya de por sí imponente) por parte de un helicóptero, imágenes puestas en paralelo a la vida de una estación científica estadounidense, certifican la buena forma, el pulso de Carpenter. A este, en apariencia, incomprensible suceso, le siguen una serie de inexplicables descubrimientos y la presencia de un cadáver semi-calcinado de horripilante desfiguración (o transfiguración interrumpida…). Han transcurrido apenas veinte minutos, no se nos ha contado nada de los personajes que residen en un ambiente tan extremo (ni falta que hace), y ya Carpenter ha hecho presa de nuestra atención con inusitada maestría. Es mérito suyo, y de sus actores, que a ese comienzo tan notable no le siga un gatillazo o una bajada de tensión. Al contrario, el relato sube más y más, sin el menor desmayo de ritmo, hasta una conclusión estremecedora que cualquier amante del cine de horror o de sci-fi, y por supuesto del cine en general, atesorará en su memoria creo yo de forma indeleble. Durante dos horas nos helaremos de frío, no sabremos en quién confiar y asistiremos a algunas de las transformaciones físicas más horripilantes que imaginar quepa.

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Por cierto que el guión de Bill Lancaster (hijo del mítico Burt Lancaster) era realmente bueno, pero Carpenter tiene los redaños de llevarlo hasta sus últimas consecuencias, sin preocuparse de destacar. Es decir, carente de todo divismo, algo que suele caracterizarle. Una criatura alienígena, capaz de transformarse a voluntad, imitando a la perfección a otros seres vivos no solamente en apariencia, también en conducta y personalidad, será la pesadilla del cada vez más mermado grupo de compañeros, que se verá impotente ante la capacidad de supervivencia, ante la hostilidad de un ser implacable, en el que hasta una muestra de su sangre lucha por vivir y mutar. Nunca veremos la verdadera forma de la criatura, porque siempre está en constante transformación, o es capaz de esculpir la materia orgánica para crear armas defensivas o extremidades para su movimiento. En esa capacidad de transformación se encuentran los grandes momentos, los epicentros de suspense de la película: nunca sabremos quien se va a transformar en quien, y por eso el breve episodio en que se duda de MacReady es tan formidable y tan elegante.

La secuencia de los perros le pone los pelos de punta al más curtido, y está fenomenalmente dirigida. En ‘La cosa’ la materia orgánica es repulsiva, maleable: vehículo para la supervivencia en el que lo bonito o bello queda proscrito. Ver a un perro aterrorizado por la cercanía de la cosa, arrancando con sus dientes pedazos metálicos de la verja porque quiere huir, es algo impresionante. Pero quizá la transformación antológica de la película es la de Norris (Charles Hallahan) con la que sospecho que más de uno ha tenido pesadillas. Los efectos especiales de Rob Bottin asombran hoy día, a pesar de su tosquedad. Es decir, son creíbles al cien por cien, dedicados a situar al espectador en un estado de incontestable pavor, indefenso ante las imágenes, asqueado y conmocionado por la lucha de un ser despiadado por quedarse sin enemigos y poder así colonizar la tierra. En ese sentido me parece ejemplar la secuencia en la que el doctor Blair (un gran Wilford Brimley) averigua en el ordenador la capacidad asimilativa de las células alienígenas, la alta probabilidad de contagio entre alguien del grupo, y las pocas horas necesarias para infectar toda la Tierra. Conociendo el final de la historia, la ambigüedad de esa secuencia es enorme, como de numerosos gestos o detalles, porque ‘La cosa’ gana con sucesivos visionados. ¿Cuándo se infectó este personaje, o aquel, y qué estrategia siguió para sobrevivir una vez infectado?

Rasgos de la puesta en escena

De nuevo en colaboración con Dean Cundey (¿hace falta volver a decir lo buen operador que aún es, a sus sesenta y cinco años?) y por primera vez con el diseñador de producción John J. Lloyd, Carpenter exprime al máximo la limitada colorimetría del ambiente helado, puntuada por estallidos de color provocados por el fuego destructor o por bengalas, todo ello diseñado para producir un desasosiego y un tono sombrío admirables. Así mismo, el empleo magistral (una vez más…) del scope (en un aspect ratio de 2.20:1), se combina con una planificación especialmente inspirada, con planos muy sobrios pero muy elaborados, y con transiciones como fundidos o encadenados que solo emplea en momentos puntuales, pero siempre con gran criterio. Reseñar también el uso de la steady-cam, aunque solamente en el pasillo de la instalación, que adquirirá connotaciones pesadillescas. Todo ello se beneficia de una gran dirección artística, bastante minimalista, pero que dota de vida, y por tanto de verosimilitud, las instalaciones, y que en colaboración con los claroscuros de Cundey, sabe atemorizar con pocos elementos.

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Carpenter no abusa, sin embargo, del (lógico) sentimiento creciente de paranoia de sus personajes para crear una parábola política o social al estilo ‘La invasión de los ladrones de cuerpos’ (‘Invasion of the Body Snatchers’, Don Siegel, 1956), entre otras cosas porque a él lo que le interesa es una aventura, no una idea susceptible de lecturas. Pero dirigirá con mano maestra a su grupito de actores (algunos desconocidos, otros secundarios de carácter que hemos visto muchos años en el cine americano) y no se privará de crear para todos ellos una forma única de enfrentarse a ese horror, de convencer a los demás de que son humanos, o de engañar cuando no lo son. Al horror de la presencia ubicua de la criatura se une el desconcierto para terminar de desquiciar al pobre espectador. No hay respiro, y ni siquiera las eventuales notas de humor permiten una mínima relajación, porque sabemos que no podemos relajarnos. Sólo podemos preseciar, trémulos, a un más que probable apocalipsis.

Conclusión e imagen favorita

Uno de los filmes más redondos de Carpenter, y seguramente una joya imperecedera del horror y la sci-fi. A todo lo ya dicho hay que sumar el ejemplar protagonismo de Kurt Russell y la música (bastante a lo Carpenter) de Ennio Morricone, que se ajusta como un guante a la historia. Mi imagen favorita es la final, o las imágens, como creo será la de muchos amantes de Carpenter y de esta película. Mayor épica, mayor ambigüedad, mayor tenebrismo, imposible.

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