“La vida es cruel. Nos alimentamos de otros, los explotamos de alguna manera para poder sobrevivir”
Mara Schafee (Lindsey Haun)
Menos de dos meses después de su última película, ‘En la boca del miedo’ (‘In the Mouth of Madness’, 1994), que se estrenaba en Estados Unidos más tarde que en otros países (no por casualidad), llegaba a su país la siguiente película de Carpenter, filmada inmediatamente después de teminar aquella. Carpenter se había propuesto trabajar todo lo posible antes de que las fuerzas o los inversores le abandonaran de forma definitiva, algo que finalmente ocurrió hace ahora diez años. La mala suerte y el error de algunas decisiones le habían acorralado a un cine muy poco comercial, comparado con lo que hacían otros directores, pero muy gozoso para él. Este nuevo remake, sobre la película de 1960 dirigida por Wolf Rilla, era algo más que una película de encargo y que un nuevo filme de género para el cineasta de Nueva York. Se trataba, ante todo, de una declaración de intenciones, antes que de volver a contar una clásica historia de terror. Una vez más, en Carpenter era más importante el cómo que el qué.
De modo que, a mi modo de ver, se trata de otra de las películas más injustamente incomprendidas e infravaloradas de este director, y es posible que él tenga parte de culpa. Ya habíamos comentado la degradación de los gustos del espectador a partir de los años ochenta, decadencia que se prolongaría hacia niveles de epidérmico cine-impacto, más preocupado por lo escenográficamente vistoso y fulgurante que por otras cuestiones que a mí, por ejemplo, y no creo ser el único, nos interesan bastante más. Esto es, la construcción de una mirada personal, el estilo conque un director resuelve tal o cual secuencia, el fluir del tiempo a través de toda la secuencia. ‘El pueblo de los malditos’ (‘Village of the Damned’, 1995) jamás será una película impresionante, porque no busca serlo. Su verdadera razón de ser es la de crear una realidad tangible, casi palpable, a través de una puesta en escena de gran precisión pero también de gran humildad, que se preocupa en verdad de las criaturas que le dan vida. Carpenter tiene la culpa, por tanto, de ser fiel a sí mismo mientras el cine narrativo se vulgariza hasta niveles inenarrables.
Es decir, no estamos ante un gran Carpenter, pero como en ‘La niebla’ (‘The Fog’, 1980) o ‘El príncipe de las tinieblas’ (‘Prince of Darkness’, 1987), nos encontramos con una obra que puede, pese a su carácter menor, estudiarse con gran pasión por lo que en ella hay de composición, de forma, pues late en ella un gusto por lo gótico, una sensibilidad por lo fantástico y lo asombroso, realmente notables. No es poca cosa en los tiempos que corren, infestados de pegaplanos que luego son encumbrados hasta la náusea. Hablamos de un concepto del cine basado más en sensaciones que en impresiones, en el enigma y en lo misterioso, que en lo fastuoso y superficial. Una puesta al día del título de 1960 (que, visto hoy, pese a su ingenuidad, aún causa una angustia indescifrable), que mantiene, con fortaleza formal, el equilibrio entre lo antiguo y lo moderno y que, a su modo, es una declaración de amor hacia el suspense, lo extraño, lo que hace que el cine fantástico sea el verdadero placer que tantos nos morimos por degustar.
De nuevo el mal se apodera del mundo
La historia es harto conocida por todos: en un pueblo cualquiera de Estados Unidos, tiene lugar un desvanecimiento simultáneo de todos sus habitantes, cuando la llegada de una extraña fuerza oscura se apodera de ellos. Despiertan y parece que todo ha sido un sueño, pero diez mujeres del pueblo se han quedado misteriosamente embarazadas, entre ellas alguna que no podía concebir. Cuando llega el momento del parto, que por supuesto será casi a la vez, descubrirán que los diez niños son albinos, inquietantes y que poseen raros y peligrosos poderes psíquicos. Con este punto de partida, no es de extrañar que el siempre inquieto Carpenter, tan apasionado de todo lo que tenga que ver con poderes psíquicos, le dedique sus esfuerzos. Como en ‘La cosa’ (‘The Thing’, 1982), el ser humano se enfrenta a una sutil invasión y comprenderá su insignificancia frente a criaturas más allá de toda comprensión. Lo interesante para mí, más que la peripecia sobrenatural, es la experiencia vital de una serie de personajes que se antojan completamente reales, enésima prueba de la capacidad de Carpenter de dirigir y organizar una gran cantidad de caracteres con mano de hierro.
No creo, por lo tanto, que la intención de Carpenter sea la de asombrar o aterrorizar al espectador (esto cada vez es más difícil, lo único que nos aterrorizan son ciertas películas espantosas), pues es orgulloso y terco pero no bobo. Más bien, creo yo, busca una complicidad con ese espectador que sabe que hay muy pocos que empleen el scope como él, o que con apenas unas sombras y una fuente de luz sea capaz de alcanzar una atmósfera determinada. Un todo pequeño, quizá predecible y poco efectista, pero que te crees sin esfuerzo, diseñado como una película de los años cincuenta por Rodger Maus, pero fotografiado con total modernidad por el operador Gary B. Kibbe, quien ya hemos comentado con cuanta naturalidad recogió el testigo del gran Dean Cundey dentro de los rodajes de Carpenter. Porque es imposible maravillarse de la elegancia y el buen hacer de un equipo entregado a un cineasta, mal que les pese a algunos, tan querido como este.
Último papel del añorado Christopher Reeve antes de su fatal accidente, tanto él como el resto de los actores rebosan naturalidad y verosimilitud. El buen actor que siempre ha sido Mark Hamill es el cura pueblerino perfecto. La buena actriz de comedia Kirstie Alley parece haber nacido para este papel. El interesante y bastante desaprovechado Michael Paré no desmerece, y otros actores puramente carpenterianos, como Peter Jason, George ‘Buck’ Flower y otros, construyen un relevo de rostros sin fisura ninguna, formando una verdadera comunidad asediada por el horror más absurdo: el de unos adorables y silenciosos niños que, como una mente colmena, destruirá a su paso sin importarles a quién se lleven por delante y entre los que, como un Judas, existirá un leve traidor que, quizá, tenga la clave para detener el apocalipsis. Todo va raudo (es imposible aburrirse) hacia un final narrado con un crescendo perfecto, que vuelve a demostrar, como suele suceder en Carpenter, que ante los grandes poderes ocultos del mundo sólo cabe el sacrificio propio…y a lo mejor ni eso.
Conclusión
Menor pero muy disfrutable película de Carpenter, que ha envejecido bastante bien pese a lo arriesgado de su propuesta, que contiene algunas secuencias realmente muy logradas, y que, con la presencia de Reeve y de un Carpenter que ya empezaba a sufrir los estragos de su enfermedad cutánea, es hasta otoñal en su tono. No se encuentra, ni por asomo, entre los grandes logros estéticos de este hombre, pero creo que no puede defraudar a muchos de sus incondicionales.