En el momento de ponerse manos a la obra con su quinta película, con el reciente exitazo de su ‘La niebla’ (‘The Fog’, 1980), Carpenter lo tuvo más que claro: ahora que por fin gozaba de cierta capacidad de maniobra, llevaría a cabo una vieja idea que hacía varios años que le rondaba la cabeza y que incluso le llevó a terminar varios borradores de un guión, inicialmente rechazados por casi todas las productoras. Pero, claro, la tremebunda cantidad de dinero obtenido con ‘Halloween’ (id, 1978), una de las películas más rentables de la historia, convenció a los de la Avco-Embassy (ahora llamada Embassy Pictures Corporation) de firmar un acuerdo con Carpenter y su colaboradora Debra Hill por dos películas, la primera de las cuales sería la ya citada ‘La niebla’, y la segunda una que no llegó a dirigir, ‘El experimento Filadelfia’ (‘The Philadelphia Experiment’, Stewart Raffill), en favor de su propio proyecto, que ahora podía hacer realidad con todas las garantías de producción a su alcance. Un proyecto que se convertiría en una de sus más míticas películas por derecho propio y que confirmaba el excelente estado de forma de un narrador superdotado.
El cine apocalíptico, o post-apocalíptico, conoció unos cuantos títulos imperecederos en la década de los ochenta, y a menudo levantado con presupuestos medios o directamente irrisorios. No me parece casualidad. Con los últimos coletazos, los más terribles, de la Guerra Fría, con la amenaza nuclear más presente que nunca, con el belicismo encubierto de la administración Reagan, en definitiva, con el mundo dibujándose lo más pesimista posible (y de hecho, se quedaron cortos…) los más grandes narradores de cine de aventuras (George Miller, James Cameron, John Carpenter, Hayao Miyazaki...) proponían un negro futuro en el que el ser humano, por fin, habría vuelto a sus orígenes bárbaros o directamente se enfrentaría a su extinción como sociedad y como raza. Pocas películas existen más puramente divertidas y trepidantes que ’1997: Rescate en Nueva York’ (‘Escape From New York’, 1981), definida por Carpenter como “la historia más lineal y rotunda que pude imaginar”, en la que el maestro volvía a indagar en su serena crítica a una sociedad demente, construyendo una parábola del militarismo y del estado policial en que se estaba convirtiendo Estados Unidos. No puede, como no puede Plissken, perdonar al ser humano.
Al parecer, la inspiración inicial de Carpenter para esta película fue el clima de cinismo y de desencanto salvaje que sobrevino al caso Watergate. Pocas historias han sido tan duras con la figura del presidente de los Estados Unidos, no solo como figura institucional, sino como ser humano podrido y sin libertad de redención, como la que escribió Carpenter en colaboración final con Nick Castle. Sobre el papel, la historia es insuperable: en un mundo distópico, dieciséis años en el futuro, con Estados Unidos y Rusia inmersos en una guerra que parece no terminar nunca, el gobierno americano se ha visto forzado a convertir Nueva York en la prisión más grande de la historia, la única del país, en la que se concentra lo peor de lo peor, y que ni siquiera tiene guardias, porque está rodeada de altísimos muros vigilados por el ejército. Allí, no en otro lugar, se estrella el avión del presidente, y el criminal (que fue miembro de las fuerzas especiales) Snake Plissken es obligado a ir a rescatarle a cambio de su vida y del perdón total. Más sencillo, más apasionante y más generoso no puede ser un relato. Pero de él deduce Carpenter, con la inestimable complicidad de su operador Dean Cundey, y con un fabuloso diseño de producción de Joe Alves, una apasionante aventura de la Serie B.
El antihéroe definitivo
Por supuesto que si el alma de la historia es el amor de Carpenter por la aventura de Serie B, por el placer de que el espectador se contagie y se empape de una total suspensión de incredulidad (ahí, creo yo, radica la gran aventura), el corazón de la película es Kurt Russell (que trabajaba por segunda vez con su amigo Carpenter) o, más exactamente, su muy recordado y mil veces imitado Snake Plissken, infortunado motor de una acción, y esa es la clave, que ni quiere ni desea, pero que va a ser su realidad porque no le queda otra. A Plissken, da la sensación (tanto en esta como en la segunda parte), nada le gustaría más que le dejaran en paz, simplemente. Y como son incapaces de hacerlo, entre otras cosas porque parece el único de salir con vida de una misión suicida, va a esforzarse porque lo lamenten. En la subversiva figura de Plissken, en su pérdida total de fe en el ser humano, en su pose de tipo duro amargado con una chispa de compasión, reside gran parte de la naturaleza artística de Carpenter, de su irreductible personalidad creativa. Y Kurt Russell entra en ese rol como un guante, transformándose completamente y dando un recital de interpretación física.
Personalmente, me asombra la prontitud conque ésta película se hace creíble. La convicción y la sencillez que Carpenter imprime a todos los detalles son dignas de admiración. ¿Cómo es capaz de construir un futuro tan denso y verosímil, encuadrando ambientes que hemos podido ver parecidos en otras películas, pero a los que él, con su mirada, convierte en claustrofóbicos, agobiantes, apocalípticos? ¿Cómo lo hace si parece que no hace nada? Otros directores se entregan a un corta y pega aburridísimo porque no tienen oficio, pero Carpenter confía totalmente en el cine. Su envidiable pulso narrativo no decae en una sola secuencia ni concede un solo respiro al espectador, y los noventa y nueve minutos de la película se pasan tan rápido que uno lo lamenta. En esos casi cien minutos sentiremos la ciudad de Nueva York (en realidad sólo una parte se filmó allí) como nunca la habíamos sentido: convertida en una ciudad sin ley, casi en un reino medieval, el rodaje nocturno fue muy exigente y dejó a sus máximos responsables exhaustos por el esfuerzo. No en vano es uno de los trabajos más completos del operador Cundey y un ejemplo de planificación visual.
Tanto director como director de fotografía regresaron a su habitualmente magistral empleo del scope (su querido aspect ratio 2.35:1, que puede apreciarse por las capturas que ilustran este artículo) y una iluminación mínima que ahora, con la reciente edición en blu-ray de la película, se ve mejor que nunca en su magnífico acabado. No es de extrañar la enorme influencia (sobre todo visual) que este título ha tenido en toda suerte de cómics y videojuegos, porque en su rico universo se dan la mano, sin el menor problema, la sci-fi con el western, lo grotesco con lo barroco, lo tecnológico con lo bárbaro. Pero también en la literatura, con grandes autores de sci-fi nombrándola como referencia inexcusable, y en el cine de acción, que lamentablemente en pocas ocasiones ha estado a la altura conceptual y temática de esta, más preocupado por engatusar a la audiencia que por proponerle un futuro aterrador y un personaje central poco amigo de creer en el crecimiento del ser humano. Pero es que esta película goza de algunos momentos de acción magníficos, pese a su aparente simplicidad. Toda ella es un bloque de acción ininterrumpida, con sus picos y sus valles.
Una puesta en escena, por lo demás, tremendamente musical, casi sinfónica. No es casualidad que Carpenter, al alimón con Alan Howarth (uno de los más grandes diseñadores de sonido de las últimas décadas) sea el compositor de la partitura musical de la película. Una música minimalista, que se basa sobre todo en sonidos electrónicos, de los que se vale el cineasta para convertir la siniestra Nueva York en algo todavía más amenazante, de desesperanza apocalíptica. Y no sería justo dejar de nombrar a los secundarios Lee Van Cleef (en guiño personal de Carpenter a Leone en particular y al amado western en general), Donald Pleasence (que repetía con Carpenter y seguía tan sólido como siempre), los grandes Harry Dean Stanton e Isaac Hayes, y sobre todo el legendario Ernest Borgnine, que borda su papel de taxista encantador (y que, por cierto, aún vive con noventa y cuatro años). Pero no hay un solo actor que esté fuera de sitio y que no de lo mejor de sí mismo, como casi todos los colaboradores de esta obra maestra.
Conclusión
Una de las obras mayores de Carpenter, que permanece tan joven, o más, que hace ahora justo treinta años, y que pertenece, por derecho propio, a lo más grande de la sci-fi y la acción de las últimas décadas. El maestro se superaba a sí mismo y daba muestras de una pronta plenitud, que todavía se prolongaría un tiempo más, como iremos viendo.
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