Todo el mundo que me conoce bien sabe que siento cierta antipatía hacia Apple, una compañía a la que, justo es reconocerlo, debemos ciertos avances tecnológicos. Sin embargo, los delirantes precios de algunos de sus productos y la sensación de que hay que tener su último gran lanzamiento, haya novedades reseñables o no respecto a la inmediatamente anterior, para ser cool siempre me han exasperado. Es por ello que en todas las ocasiones en las que he podido hacerme con algún producto de Apple lo he descartado por una simple cuestión de principios y me da que solamente algún regalo inesperado en el futuro podría hacer que esto cambiase.
He considerado necesario hacer esa aclaración antes de proceder a hablaros de mi opinión sobre ‘Jobs’ (Joshua Michael Stern, 2013), ya que es obvio que hasta cierto punto iba a influenciar mi respuesta ante este biopic centrado en la figura de Steve Jobs, un genio tecnológico y del mundo de los negocios, pero con claras debilidades en otras facetas. Todo ello ha quedado ensombrecido por el claro oportunismo de una película que se parece tanto a los más anodinos y olvidables telefilms de sobremesa que el resto importa bien poco.
La superficialidad de ‘Jobs’
‘Jobs’ es una película que en ningún momento intenta profundizar en las motivaciones de su protagonista o hacer un retrato especialmente certero de una etapa específica de su vida, ya que el guión del debutante Matt Whiteley presenta una serie de deficiencias que acaba contaminando todo lo demás. No tengo queja alguna sobre el hecho de que lo más reciente que veamos de la vida de Steve Jobs sea el lanzamiento del primer iPod, ya que se apuesta por centrar el relato en su genialidad y las múltiples piedras que se encuentra en su camino para ascender a lo más alto, pero hubiera estado bien que no hubiese tantas lagunas en la progresión vital de su protagonista.
Uno de los grandes errores de muchas adaptaciones literarias es dar por sentado que todo el mundo está familiarizado con el contenido de la obra original, por lo que no dudan en obviar detalles esenciales para la correcta comprensión de la misma por parte del resto del público. En ‘Jobs’ sucede exactamente lo mismo, lo único que Whiteley asume que todos conocemos al dedillo la vida de Steve Jobs, por lo que prefiere sacrificar las explicaciones y los detalles aclaratorios en aras de un ritmo más fluido, una táctica con la que, eso sí, consigue que la película no se haga pesada pese a sus dos horas de duración.
No obstante, esa concesión por parte de Whiteley produce otro grave perjuicio a ‘Jobs’, ya que hay varios momentos en los que uno desconecta por completo de lo que sucede en pantalla —intrascedente la presencia de Joshua Michael Stern tras las cámaras porque parece rodada en automático—, ya sea porque su llegada hasta ese punto del relato parezca excesivamente azaroso o al hecho de que nos da un poco igual lo que esté pasando. Sólo las reapariciones de los únicos personajes con un mínimo relieve aparte del interpretado por Kutcher consiguen recobrar generar un mínimo interés y hacernos pensar que ya que hemos llegado hasta ahí, bien podemos seguir viendo lo que nos quieren contar hasta su final.
El factor Kutcher
Considero que Ashton Kutcher no es un buen actor, aunque sí que a lo largo de su carrera ha conseguido estar de lo más resultón en títulos como ‘El efecto mariposa’ (‘The Butterfly Effect’, Eric Bress y J. Mackye Gruber, 2004) o ‘El amor es lo que tiene’ (‘A Lot Like Love’, Nigel Cole, 2005) y, sobre todo, en la televisiva ‘Aquellos maravillosos 70’ (‘That ‘70s Show’, Varios directores, 1998-2006), donde estaba especialmente inspirado dando vida a un personaje que no se caracterizaba por su inteligencia. Ahora sería conveniente sumar su interpretación de ‘Jobs’ a esa reducida lista, aunque eso no quiere decir ni mucho menos que sea una actuación digna de ser recordada.
Sin necesidad de recurrir a maquillajes imposibles, Kutcher logra una transformación física con la suficiente verosimilitud como para que realmente nos creamos que estamos viendo a Steve Jobs en pantalla, pero la cosa se complica más en el plano emocional. Guste o no, Jobs tenía una personalidad peculiar y Kutcher hace lo que buenamente puede para expresarlo —se perciben sus esfuerzos en el plano gestual—, pero estamos ante un personaje que requiere una mayor dedicación por parte de quien lo interprete y también de unos personajes a su alrededor que sean más que meras marionetas o simples medios para transmitirnos ciertas facetas de su forma de ser. Sin embargo, la sensación que queda es la de haber visto a muchos actores que no son más que relleno y los que logran algo más de presencia, como Josh Gad y Dermot Mulroney, están tan desdibujados que su solvente trabajo es insuficiente para elevarlos por encima de la mediocridad con la que son tratados por el guión.
Una leyenda como Steve Jobs merecía un biopic en el que se invirtiese más tiempo, esfuerzo y dinero. Lo que tenemos aquí es un telefilm glorificado que no llega a hacerse aburrido, pero a cambio sacrifica tantísimas cosas que la importancia de lo que sucede en pantalla se convierte en algo anodino y con poco interés.
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