‘Jimmy’s Hall’ (id, Ken Loach, 2014) ha supuesto para muchos un retorno de su director a sus orígenes y el tipo de películas que le hicieron famoso y le dotaron de cierto prestigio. Películas en la década de los noventa como ‘Lloviendo piedras’ (‘Raining Stones’, 1993) y ‘Ladybird, ladybird’ (id, 1994), entre otras muchas, que metían el dedo en la llaga sin ofrecer concesiones al espectador. Durante mucho tiempo fue considerado uno de los directores más pesimistas/realistas de su generación, narrando sin tapujos una realidad social que muchos verán como maniqueísta, revelando cierto sector como un ente incapaz de apreciar el arte.
Curiosamente en algunas de sus últimas películas Loach cambió por completo no su discurso, sino su tono. ‘Buscando a Eric’ (‘Looking for Eric’, 2009) y ‘La parte de los ángeles’ (‘The Angels' Share’, 2012) son probablemente las películas más optimistas de su director, y para el que esto suscribe, incluso las mejores. Esta especie de biopic sobre el activista político Jimmy Galtron, el único irlandés deportado de Irlanda que no pudo regresar a su país, contiene elementos de los dos Loach tan diferentes que parecen sus primeras y últimas películas, y que realmente no dejan de ser el mismo. Una mezcla de intenciones tan entretenida como olvidable.
A Loach siempre le ha interesado más el mensaje de sus películas, director fetiche de aquellos a los que sólo les importa el qué sin entender que lo que realmente importa es el mecanismo para hacer funcionar ese qué, o dicho de otra manera, en arte la forma es el fondo. La contundencia con la que transmitía su mensaje, casi siempre de índole política, llegaba muchas veces para apreciar un cine comprometido, claramente posicionado, y muchas veces, hostias de verdad en la cara del espectador, al que no gustaba de satisfacer. Su puesta en escena ha ido mejorando con los años.
En ‘Jimmy’s Hall’ hay mensaje. La situación de la Irlanda de principios de los años 30 puede parecer algo lejana en el tiempo, mucho, pero basta alguna que otra secuencia del pueblo luchando por la vivienda digna para una familia desahuciada para pensar rápidamente en la situación social actual, con los ricos cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Loach narra con elegancia, e incluso se posiciona, cómo para no hacerlo, en su discurso/ataque hacia la Iglesia, una de las causantes de algunos de los más grandes males de la historia de la humanidad, por decirlo suavemente.
Posicionamiento y herencia
Basta contemplar las dos secuencias en las que Galtron —correcto y efectivo Barry Ward— se enfrenta verbalmente al párroco del lugar —un impresionante Jim Norton, capaz de llenar de matices muy interesantes un personaje abocado a la condena ideológica—; en su primer encuentro, en casa del cura, Loach realiza plano/contraplano sin complicarse demasiado; el segundo se produce en un confesionario y la cámara siempre acompaña a Galtron en su confesión/protesta silenciosa pagando con la misma moneda que paga la Iglesia desde su existencia: no dejar espacio para la réplica.
El resto se debate entre cierta corrección formal y un trabajo actoral bastante estimable, algo muy normal en las cintas de Loach, en las que sus personajes respiran absoluta verdad, de la que duele. Que el director no haya querido meter el dedo en la llaga tan profundamente como en otras ocasiones es algo que se me escapa. ¿Cansado de protestar? ¿Camino hacia la “sutileza”? En cualquier caso ‘Jimmy’s Hall’ se pasa en un suspiro, dando la sensación de no estar perdiendo el tiempo —algo que sí siente uno con gran parte del cine “moderno”—, aunque también se olvida con la misma rapidez.
Ahí queda sin embargo la sencillez de un tema que parece ya pan nuestro de cada día, algo familiar, algo con lo que hay que vivir, y eso es realmente terrible. Quizá Loach lo ha narrado así precisamente por eso, dejando de paso la responsabilidad del futuro en manos de los jóvenes comprometidos y atrevidos, capaces de enfrentarse al orden establecido, el cual no ha hecho nada más que ahogar sin piedad al hombre de a pie. Podemos.
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