“Vivimos en un mundo cínico. Un mundo muy cínico. Y trabajamos en un negocio de duros competidores. Te quiero. Tú...me completas.”- Jerry Maguire (Tom Cruise)
Algunos dicen que Hollywood es y ha sido un comecocos. Es decir, una fábrica de mentiras muy bien orquestadas, y desde sus inicios. Lo cierto es que también atrajo (gracias a su reclamo económico, pero también a la pesadilla nazi en que se estaba convirtiendo Europa) a una buena cantidad de talentos de nuestro continente, que cambiaron para siempre la forma de hacer cine (no solamente directores, también productores, guionistas, intérpretes, operadores…), y que dejaron una huella imborrable en los géneros a los que hicieron sus aportaciones. Pero sí que hay bastante de esa sensación, la de que desde el otro lado del Atlántico nos han querido vender una imagen del mundo y de sí mismos completamente irreal y distorsionada, como un país idílico en el que cualquiera con buen corazón puede triunfar ante todas las adversidades. Quizá les funcionara en la posguerra y en la llamada Guerra Fría, pero ahora, cuando se ponen a ello (en este mundo en el que la información se puede encontrar si sabe donde buscarse), tienen poca o ninguna credibilidad.
Por eso sorprende que aún en 1996, época en la que el descreimiento es moneda de cambio habitual, nos quieran vender una película tan embaucadora como ‘Jerry Maguire’ (id, Cameron Crowe), pero aún asombra más el tremendo éxito que obtuvo (también en nuestro país) y que figurara como una de las cinco finalistas a mejor película del año en los cada vez más desprestigiados premios Oscar. No ganó, porque tenía enfrente obras de la talla de ‘Fargo’ (id, Joel y Ethan Coen), ‘Rompiendo las olas’ (‘Breaking the Waves’, Lars Von Trier), ‘Secretos y mentiras’ (‘Secrets & Lies’, Mike Leigh) o ‘El paciente inglés’ (‘The English Patient’, Anthony Minghella), y habría sido escandaloso, hasta para el más ingenuo, que hubiera triunfado, pero a punto estuvo de hacerlo, pues era la preferida de los más conservadores de la academia. No es que ‘Jerry Maguire’ sea una película infame. No lo es en absoluto. Pero habría sido un crimen de lesa humanidad que impusiera su mirada ultraconservadora al adagio trágico de Minghella.
A menudo se me reprocha que saque a relucir la dignidad, la nobleza o la compasión (o la falta de todo ello) de una película, como si fueran cuestiones mesurables o importantes estéticamente, y lo son porque forman parte de la puesta en escena. Pero me fascinan títulos como la vilipendiada ‘El triunfo de la voluntad’ (‘Triumph des Willens’, Leni Riefenstahl, 1935) o la trasgresora ‘El fantasma de la libertad’ (‘Le fantôme de la liberté’, Luis Buñuel, 1974). Simplemente tiene que ver con la coherencia de un artista consigo mismo, y con su forma de percibir el mundo, le pese a quien le pese. Creo que el californiano Cameron Crowe es un guionista muy hábil, y un realizador consumado. Pero precisamente estas habilidades le confieren mayor poder de embaucar y tergiversar su propio material. Este cineasta tiene la costumbre de contarnos una historia con la apariencia de rompedora, de radical, una peripecia en la que sus criaturas luchan y vencen al sistema. Pero al final se cuela, no se sabe cómo, un tufo carca y hasta retrógrado que tira de espaldas. Así ocurría en la estupenda (hasta sus quince minutos finales) ‘Casi famosos’ (‘Almost Famous’, 2000), y así ocurre en ‘Jerry Maguire’.
Triunfar a todos los niveles y a toda costa
‘Jerry Maguire’ intenta, desde sus primeras imágenes, convertirse en otra Gran Historia Americana, con un protagonista que es un anti-héroe, un verdadero tiburón, representante de algunas grandes estrellas del deporte, trabajando para una gran firma. Él narra con irreverencia sus propias vicisitudes en ese mundo tan despiadado de marcas, egos, sueldos millonarios, rascacielos, marketing, medios de comunicación. Jerry es el gran triunfador de ese universo de reglas propias, pues carece de escrúpulos y tiene más labia que nadie. Pero un buen día se da cuenta de que su vida está vacía, y de que no hace más que aprovecharse de otros. Tras un ataque masivo de mala conciencia decide cambiar, escribe una declaración de intenciones que le lleva a ser despedido y a replantearse su vida. Hasta aquí todo bien. Crowe presenta con precisión y mucha ironía a su anti-héroe (que sabemos que va a luchar por convertir en un héroe, a secas), conoce bien ese mundo y lo describe muy bien visualmente. Quiere contar la historia de un hombre que se enfrenta a un sistema muy fiero, pero naufraga y termina firmando una historia que es todo lo contrario.
Una vez a Maguire le echan y su realidad se convierte en una carrera para poder llegar a fin de mes, entramos en otra película completamente diferente, tan trufada de trampas, tan tendenciosa y falsa, que hay que verlo para creerlo. El pesimista y atractivo Jerry (un Tom Cruise completamente pasado de rosca, que en las secuencias más difíciles parece gritar en su interior: “¡Dadme un Oscar!”) se lleva con él a una colega que le venera (una maravillosa, guapísima, Renée Zellweger, realmente lo mejor, lo más verdadero, de la película…como si estuviera en otra historia) y que le va a ayudar a ser el “hombre que quiere ser”, porque ha visto algo bueno en él. Es la única, porque a mí Maguire me cae muy mal: cuando no es un aprovechado de los deportistas que representa, es un quejica incapaz de creer en sí mismo (y eso que yo sé lo que significa no creer en uno mismo…), o un pusilánime de un individuo tan insoportable como Rod Tidwell (un epidérmico Cuba Gooding Jr., que se llevó el Oscar al mejor secundario de manera muy injusta, frente a los grandes William H. Macy, James Woods, Armin Mueller-Stahl o Edward Norton).
Eso sí, Crowe lo cuenta todo con tanta chispa y tanto ritmo, que apenas da tiempo a reflexionar sobre lo que te estás tragando. Ahí está esa figura, como un viejo gurú, que funciona para establecer una ironía con el estado de ánimo de Jerry (un gurú que Crowe quería que fuera interpretado por un anciano Billy Wilder, al que entrevistó para el libro ‘Conversaciones con Billy Wilder’), ahí está un montaje sensacional de Joe Hutshing, o una fotografía de Janusz Kaminski (que ilumina todas las películas de Steven Spielberg) tan vistosa que llega a parecer hasta cool ese universo de taimados tramposos. Es decir, se tiene la sensación de asistir a un espectáculo casi de cuento de hadas, con Jerry en plan David contra Goliath, pero finalmente triunfando de nuevo en ese mundo (gracias a un milagro casi bíblico, una resurrección imposible) y regresando a él como uno más. En otras palabras, renegando de una cloaca…para finalmente triunfar en ella, con familia tradicional (de la que se había aprovechado), al lado de un hombre que sólo buscaba dinero (que se aprovechó de él). ¡Viva el sueño americano!
Conclusiones
Entretenida pero exageradamente tendenciosa, ‘Jerry Maguire’ vuelve a presentarnos unos Estados Unidos aparentemente despiadados pero finalmente de cuento de hadas, en los que un hombre que se arrepiente de sus actos puede conseguir el cielo. ¿Puede existir una idea más clerical, más conservadora? Al que se arrepiente, en el mundo real, no le llueve dinero del cielo y conoce a una mujer maravillosa. Algunos sabrán, los que quieran creérselo. Crowe traiciona de manera deliberada el discurso con el que comienza la película, y recibe el aplauso de algunos. Para mí, incomprensible. Cruise tiene papeles bastante mejores. Lo mismo Gooding Jr. Zellweger salva la película.