Si bien no son de los títulos en los que normalmente se pensaría al hablar de John Frankenheimer —servidor diría, así a vuelapluma, 'El hombre de Alcatraz' ('Man from Alcatraz', 1962), 'El mensajero del miedo' ('The Manchurian Candidate', 1962) o 'Ronin' (id, 1998)— la terna de producciones en las que el cineasta contó con la colaboración de Jerry Goldsmith sirven, ante todo, para poner de manifiesto el preciso ajuste con el que el compositor se aproximaba siempre a la lectura de las necesidades de la música que le tocaba componer.
Unas necesidades que, en manos del maestro, nunca pasaron por abotargar el metraje que fuera de innecesarios cortes que nada aportaran al devenir de la acción y que incurrieran en subrayar en exceso las imágenes a las que debían servir. Y, como veremos más abajo, pocos ejemplos de ello hay más elocuentes que la cinta que hoy nos ocupa, un intenso thriller de corte político que, con guión de Rod Serling, contó para su puesta en pie con el respaldo de ni más ni menos que John Fitzgerald Kennedy.
'Siete días de mayo', ejemplar
Publicada en 1962, la novela homónima que el legendario Serling —el responsable, por si alguno no lo sabe, de una de las mejores series de la historia de la televisión estadounidense, la no menos legendaria 'Dimensión desconocida' ('The Twilight Zone', 1959-1964)— adapta de forma soberbia en 'Siete días de mayo' ('Seven Days of May', 1964) sirvió a Fletcher Knebel y Charles W. Bailey II para trasladar a la ficción algunos de los acontecimientos reales que jalonaron el primer año de legislatura del presidente asesinado en Dallas.
Durante dicho periodo, y al margen del fiasco de la bahía de Cochinos, Kennedy había aceptado la renuncia a su puesto del general Edwin Walker, un anti-comunista radical que arengaba a sus tropas con su ideario político y se oponía a ciertas políticas de acercamiento de la Casa Blanca al Kremlin —unas políticas que, entre otras cosas, terminarían permitiendo evitar el desastre en el que se podía haber convertido la crisis de los misiles cubanos de octubre de 1962.
En ese clima, y llevándose la acción a 1970 —en la novela el año era 1974—, 'Siete días de mayo' narra el intento de golpe de estado que el Presidente del Estado Mayor Conjunto y algunos de los Jefes de Operaciones pretender llevar a cabo para tomar el poder del país y apartar de la silla presidencial a Jordan Lyman, un Jefe de Estado que acaba de firmar un acuerdo de desarme con la Unión Soviética en lo que sus detractores y parte de la opinión pública han querido entender como un gesto de debilidad.
Encarnado por un Frederich March soberbio, será el Director del Estado Mayor Conjunto, un no menos espectacular Kirk Douglas —también productor del filme— el que destape la maniobra con la que su superior, en la piel de un Burt Lancaster que interpreta con vehemencia y convicción, pretende poner patas arriba a la República y al sistema democrático de los Estados Unidos.
Completado un reparto asombroso con unos espléndidos Martin Balsam, Edmon O'Brien o George Macready, el único pero que podría ponérsele a la ejemplar producción que es 'Siete días de mayo' es la forzada inclusión de Ava Gardner, un personaje algo prescindible por mucho que el "animal más bello del mundo" haga de él un vehículo perfecto para lucir sus potentes dotes interpretativas y nos deje disfrutar de esa singular belleza felina que le hizo acreedora del citado calificativo.
Y si todos los actores sin excepción se dejan la piel en el transcurso de la cinta —atención al encuentro entre March y Lancaster en la escena más decisiva del metraje— otro tanto habría que afirmar acerca de Frankenheimer, que consigue medir con precisión quirúrgica dos horas de metraje que discurren de secuencia con diálogos en secuencia con diálogos sin que en ningún momento descienda el interés por parte del espectador.
La puesta en escena del cineasta, con sus teatrales primerísimos primeros planos y sus ocasionales forzadas angulaciones, redundan sobremanera en beneficio de la impresionante tensión que se va acumulando a lo largo del filme; una tensión de la que se hace íntimo partícipe al público y a la que tampoco es ajeno, como no, el escueto aunque sumamente efectivo trabajo en los pentagramas de Jerry Goldsmith.
'Siete días de mayo', la música
Sólo diecisiete minutos son los que conforman una de las bandas sonoras más breves —sino la más breve— de cuántas se vio implicado el compositor a lo largo de su fecunda trayectoria. Quince minutos que beben de la misma fuente de la que Goldsmith había ido sacando la inspiración para un buen puñado de los títulos que ya hemos repasado hasta ahora en este especial y que, compuesta sólo para piano y percusión, se ajusta de forma precisa a las pocas exigencias que plantea el filme.
Considerando que es una cinta basada en largas escenas de diálogos, Goldsmith evita puntualizar las mismas con cortes que no habrían aportado nada y se limita a musicar aquéllas en las que hay algo de acción, una decisión que trabaja en aras de consolidar el compromiso que el maestro siempre mantuvo con su profesión y que, mientras que otras composiciones suyas más largas siguen permaneciendo inéditas, conoció una edición en compacto por parte de Intrada junto al trabajo de Maurice Jarre para 'El hombre de Mackintosh' ('The Mackintosh Man', John Huston, 1973).
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