Quizás no de la misma relevancia en la historia del cine que lo que el otro día comentábamos alrededor de 'Los lirios del valle' ('Lilies of the Field', Ralph Nelson, 1963), la entrada de hoy del especial de Jerry Goldsmith es de suma importancia en la trayectoria del compositor puesto que supuso la traslación a la gran pantalla de una relación profesional que ya había dado sus primeros frutos en la pequeña y que permitiría al músico en años venideros alcanzar algunas de las cotas más altas de cuantas llegó a sumar a lo largo de su trayectoria, consolidando por el camino la relación profesional más amplia que el maestro mantuvo con ningún realizador.
Asimismo, en lo que a Franklin J.Schaffner se refiere, la puesta en largo de un realizador que llevaba ya casi tres lustros forjándose en la televisión tuvo la fortuna de contar como uno de sus dos mejores valores al trabajo de un Goldsmith que, a partir de aquí, pondría sonidos a cuatro de las cinco mejores películas que el cineasta rodó en los treinta y seis años que separan a 'Rosas perdidas' ('The Stripper', 1963) de 'Bienvenido a casa' ('Welcome Home', 1989) su última y olvidable producción, filmada mientras el director combatía el cáncer de pulmón que le arrebataría la vida dos meses antes de que aquélla llegara a las pantallas estadounidenses.
'Rosas perdidas', livin' la vida loca
Por más que lo avalaran sus muchos años de trayectoria televisiva, lo cierto es que en los noventa y cinco minutos de 'Rosas perdidas' —el título en español, que nada tiene que ver con el inglés, está extraído del de la obra de teatro que adapta el filme— cuesta rastrear al director que, sólo dos años más tarde nos dejará boquiabiertos con esa espléndida aventura medieval que fue 'El señor de la guerra' ('The War Lord', 1965), cinta que, dicho sea de paso, contó con una de las dos mejores bandas sonoras compuestas por Jerome Moross junto a 'Horizontes de grandeza' ('The Big Country', William Wyler, 1958).
Pero no perdamos el norte. Decía que cuesta rastrear aquí a Franklin J. Schaffner por cuanto, salvo en apuntes sueltos y muy reducidos instantes, lo que el cineasta pone en juego en el terreno visual es por momentos de una torpeza algo sorprendente considerando, como decía, que no era precisamente un novato en esto de ponerse tras las cámaras: saltos bruscos en la narración, cambios de plano poco inspirados o encuadres desafortunados son quizás los tres errores más reiterados en los que incurre el realizador a lo largo del metraje. Unos errores que quedan mitigados, aunque sólo sea en parte, por la espléndida labor del reparto encabezado por Joanne Woodward.
Pizpireta e insegura, la fémina a la que aquí daba vida la esposísima de Paul Newman llena de vida y luz cada plano de los muchos que le dedica esta historia a una actriz de poca monta con nula suerte en la vida que, tras ser abandonada por su novio y agente, intenta rehacer su vida con sus viejos vecinos, despertando pasiones en el hijo de aquéllos, ahora todo un hombre con el rostro de Richard Beymer recién salido del Tony de 'West Side Story' (id, Jerome Robbins, Robert Wise, 1961). La atracción que surge entre ambos, los recelos de la madre de él y la reaparición del déspota que controla la existencia de Lila cierran una función que guarda pocas sorpresas en su avance.
Es, como digo, por la gracia de Woodward —genial tanto en la vertiente más ligera de su personaje como en la más dramática—, de Beymer y del resto de protagonistas que 'Rosas perdidas' termina interesando y superando las limitaciones provenientes de la dirección y el guión. De acuerdo, comparado con los otros filmes de Schaffner que todavía tendremos que revisar por aquí podría afirmarse sin temor a errar que 'Rosas perdidas' es completamente prescindible, pero ello nos privaría de ver a una actriz en estado de gracia y de escuchar el preciso y ajustado score de Jerry Goldsmith junto a las imágenes para las que fue pensado.
'Rosas perdidas', la música
Variado y de indudable sonoridad yanqui —algo que ya se encarga de establecer el juguetón tema con el que se abre el filme y la espléndida edición en CD que el desaparecido FSM publicaba en 2001— el trabajo del compositor para 'Rosas perdidas' debe mucho a lo que previamente, y al mismo tiempo que en este filme, Goldsmith venía desarrollando para la televisión. Algo normal si tenemos en cuenta que sólo en 1963 el maestro llegaría a componer cinco bandas sonoras para sendas producciones cinematográficas amén de dos espacios televisivos.
Todo un récord que habla de la incuestionable capacidad de Goldsmith para cubrir el terreno que se le pusiera por delante y que aquí oscila con esmero entre las dos vertientes de la cinta —dramática y ligera, nunca cómica de pleno— para ofrecer un trabajo menor, sí, pero no tanto como para resultar de ardua escucha aislada como sí lo serán algunas de las partituras a las que tendremos que atender en el futuro de este especial. Hasta que eso ocurra, dejarse llevar por la melancolía que desprenden las notas de 'Rosas perdidas' es un ejercicio, quizás no imprescindible, pero sí muy recomendable.
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