Prosigue el especial dedicado a las cintas con bandas sonoras compuestas por Jerry Goldsmith que hace ya tiempo que tiene ocupado a mi compañero Sergio Benítez, quien en esta ocasión ha querido cederme las riendas para hablaros de 'Plan diabólico' ('Seconds'). ¿El motivo? Se trata de mi película favorita y, obviamente, tenía muchísimas ganas de poder hablaros de esta obra maestra dirigida por John Frankenheimer.
Más abajo encontraréis todo lo que he podido hacer para explicaros sus increíbles virtudes - sin olvidarme de que pueda leerse también por aquellos que aún no la hayan visto-, pero también hay espacio al final para que mi compañero Sergio haga su habitual repaso a la aportación de la música de Goldsmith a 'Plan diabólico'. Espero que disfrutéis con este dos por uno antes de que este especial recupere su formato habitual.
La búsqueda de la "felicidad"
Tercera entrega de la trilogía no oficial sobre la paranoia de Frankenheimer, ‘Plan diabólico’ se desvía del componente político de las estupendas ‘El mensajero del miedo’ (‘The Manchurian Candidate’) y ‘Siete días de mayo’ (‘Seven Days in May’) para incidir en la poco tratada figura del héroe triste y solitario, ese que no tiene ningún objetivo real en su viaje más que su búsqueda de una felicidad que se antoja imposible.
Para ello, Frankenheimer se vale de una novela de David Ely adaptada para la ocasión por Lewis John Carlino, debutante por aquel entonces en el cine, pero que ya había participado en un par de ficciones televisivas. Curioso resulta entonces que hasta cierto punto podamos ver en ‘Plan diabólico’ a un primo lejano de ‘The Twilight Zone’, la excelente antología televisiva creada por Rod Serling que en su tercera temporada ya contaba con un episodio que trataba temas similares.
Sin embargo, los paralelismos no van más allá de la existencia de una tecnología para cambiar de cuerpo con la esperanza de empezar una nueva vida. De hecho, en el episodio ‘Vida nueva, sociedad anónima’ (‘The Trade-Ins’) era una pareja de ancianos la que quería hacerlo para seguir juntos muchos años más, pero en ‘Plan diabólico’ no dudan en marcar ese aura trágico que rodea a la cinta en todo momento, tomándoselo con calma para que el protagonista se decida a dar el salto.
Durante esa primera media hora, el pesimismo es la nota dominante de la interpretación de John Randolph, un hombre que ha conseguido todo lo que le han dicho que necesitaba, pero sin llegar a conocer nunca la felicidad. La rutina le constriñe y cree carecer de motivos para ver el futuro con cierto optimismo. Esto es algo que Frankenheimer no duda en recalcar desde la puesta en escena, en especial a través de un magistral manejo de la cámara.
Ya en los primeros compases percibimos el agobio de Arthur a través del uso de la cámara encajada en el cuerpo de Randolph, recurso que varias décadas después sería muy alabado en la ‘Réquiem por un sueño’ (‘Requiem for a Dream’). Además, ese recurso tan expresivo también sirve para terminar de fijar el tono intranquilo, retorcido -algo que tendrá mucha presencia en la puesta en escena- y casi turbio que ya nos había transmitido los magníficos títulos de crédito elaborados por Saul Bass.
Algo turbio en el ambiente
Frankenheimer no duda en seguir marcando la situación de Arthur a través de todos los medios que tiene a su disposición, desde la muy expresiva iluminación en blanco y negro de James Wong Howe hasta en la propia composición de los planos, muy agobiantes en ciertos momentos por la forma en la que inciden en la opresión del protagonista situando a dos personajes en los mismos.
Absolutamente todo está al servicio de entender su decisión de cambiar de cuerpo, pero sin que ello suponga traicionar esa sensación de que algo no encaja. Ahí ayuda que se nos cuente tan poco de la misteriosa compañía, pero también el modo en el que deja entrever su jerarquía -esa sala repleta de gente esperando que reaparecerá más adelante- y sus muy poco limpios métodos enmascarados por una cordialidad que sabemos falsa -iluminadora la secuencia onírica-.
Es un cóctel curioso entre las ganas de cambio y las sombras asociadas al mismo que también se traslada a los muchos géneros por los que va pasando ‘Plan diabólico’, desde el drama introspectivo hasta el thriller vibrante, pasando incluso por el cine de terror -clave en esto último la música de Goldsmith- y, obviamente, la ciencia-ficción. Muchas cosas podrían haber salido mal y desequilibrado la balanza, pero Frankenheimer demuestra saber exactamente lo que quiere sacar de esta historia y tiene el talento para llevarlo a cabo.
Una transformación magistral y afortunada
Conviene hacer un pequeño inciso, ya que la diosa fortuna sonrió a Frankenheimer cuando no pudo conseguir su deseo de que Laurence Olivier interpretase al protagonista tanto antes como después del cambio, ya que así se percibe como más real la transformación al saltar de John Randolph a Rock Hudson, y encima es algo que se consigue sin que el espectador deje de ver que es la misma persona por lo bien trabajados que tiene Hudson los gestos de Randolph.
De hecho, la propia presencia de Hudson puede verse también como unas ganas de cambio por su parte equivalentes a las del protagonista -y, curiosamente, Randolph también debería estar deseando renacer tras el veto al que había sido objeto en Hollywood durante varios años- y eso es algo que se percibe en una interpretación extraordinaria que suma otra gran virtud a la película una vez hace su primera aparición.
Resulta lógico ver en esa empresa una especie de equivalente al diablo de la leyenda de Fausto y en ‘Plan diabólico’ una relectura de la historia, algo que sobrevolará en todo momento por la película. La cuestión es: ¿Qué pasa cuando lo tienes todo y aun así no eres feliz? Eso motiva al protagonista a iniciar una nueva vida, pero es que tampoco hay garantías de que así vayas a conseguirlo o que incluso puedas echar de menos eso que no llegaba a llenarte.
Esa lucha interior del protagonista es el eje de ‘Plan diabólico’ desde entonces, permitiéndose Frankenheimer ciertas licencias a la hora de reflejar la llegada de una felicidad seguramente efímera y que depende de todo tipo de excesos, desde visuales -no me cabe duda de que muchos se quejarán por la escena de la orgía, y puedo entenderlo, pero creo que ahí da en el clavo de lo que busca- hasta de actitud de los personajes -esa afición repentina a la bebida-.
’Plan diabólico’, obra maestra
Algunos seguramente querrían que se incidiera más en esa transformación psicológica del protagonista, pero es que la clave está en la imposibilidad de llegar a ella más allá de momentos efímeros y que esos excesos también acaban siendo el camino de vuelta al pasado, a ese héroe triste -ojo de nuevo a la composición de los planos cuando, por así decirlo para evitar caer en spoilers, se levanta el pastel- que simplemente no sabe o no puede ser feliz.
Ese objetivo inalcanzable con el que es sencillísimo sentirse identificado es uno de los grandes ejes de la función, pero tampoco conviene dejar de lado la misteriosa compañía que permite ese cambio y en la que nunca se cae en el error de querer enfrentarlos. Eso ya se intentó en ‘Eternal’, un bochornoso remake encubierto de la cinta que nos ocupa, y el resultado fue catastrófico.
Aquí lo que le interesa a Frankenheimer es que esa empresa es mucho más que un simple medio y el guion de Carlino sabe darnos la cantidad exacta de información y el momento adecuado en el que ha de hacerlo para que en todo momento tenga presencia esa intranquilidad latente que domina ‘Plan diabólico’. Primero con detalles quizá inocuos para luego ir resaltando otros aspectos que refuerzan el conjunto de forma impecable.
A partir de ahí, la película toma un rumbo claro manteniendo las constantes tanto temáticas como formales exhibidas hasta entonces y sin miedo de elevar la apuesta siempre que la ocasión lo requiera. ¿El resultado? Una obra maestra repleta de ideas que invitan a la reflexión mucho más allá de su visionado y que encuentra su guinda con un desenlace contundente e incluso bello a su manera que supone un cierre perfecto e inmejorable. Aún estoy por ver un final mejor.
Mucho me temo que seguramente me deje algunos detalles en el tintero -hay tanto que decir de sus últimos 20-30 minutos…-, ya que ‘Plan diabólico’ no es por nada mi película favorita, pero sí que creo que ya he indagado lo suficiente en ella sin necesidad de desvelaros más de la cuenta, y yo aquí lo que busco no es sentar cátedra ni realizar un análisis minucioso hasta el extremo, sino dejaros claro lo mucho que adoro esta película y los motivos de ello para que, si no lo habéis hecho ya, os animéis a verla.
En definitiva, ‘Plan diabólico’ es una película imprescindible, pero también incómoda y que te va a dejar con mal cuerpo por los temas que trata, pero sobre todo por la forma de hacerlo. La maestría de Frankenheimer tras las cámaras, la maravillosa sincronía de todos los apartados técnicos con el mensaje del guion y su inspiradísimo reparto, donde brilla con luz propia un Rock Hudson antológico, son sus principales atributos, pero no los únicos. Grandeza cinematográfica. (por Mikel Zorrilla)
'Plan diabólico', la música
Segunda colaboración de Jerry Goldsmith con John Frankenheimer tras 'Siete días de mayo' —para la tercera habrá que esperar hasta principios de los años ochenta—, es 'Plan diábolico' un ejemplo más, si bien quizás no muy brillante desde una escucha aislada que se hace muy dura, de ese ajuste a las necesidades de la cinta de turno del que tantas veces hemos hablado ya en el breve espacio de tiempo que llevamos recorriendo la trayectoria del compositor.
Sin necesidad de adentrarnos en exceso en un metraje en el que la presencia de la labor de Goldsmith se reduce a momentos muy puntuales —no llegando el monto total de acompañamiento musical a la media hora de composición— sirvan como ejemplo de la extraordinaria forma en la que el maestro interpretaba lo que se le ponía por delante los títulos de crédito iniciales.
Preciso adelanto del perturbador talante del que hace gala el filme en no pocos instantes —se me viene a la cabeza la escena de la "orgía" vinícola—, el motivo compuesto por el artista para esa sucesión de primerísimos primeros planos deformados de partes de un rostro introduce al espectador mediante disonantes cuerdas y un atonal uso del órgano en el particular microcosmos que encierran los 100 minutos de duración de la producción.
Con tan solo una escueta suite de ocho minutos recopilada en un álbum de 1994 de Silva Records llamado 'Fantastic Voyage', habrá que esperar hasta 2009 para que La-La Land edite la banda sonora en su totalidad en un compacto que también incluye la alegre y desenfadada partitura de Goldsmith para 'El genio del amor' ('I.Q', Fred Schepisi, 1994); una elección bastante extraña que contrasta sobremanera con el duro score de 'Plan diábolico'. (por Sergio Benítez)
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