Un lento barrido de cámara recorre de forma sucinta un típico paraje típico del oeste americano y nos muestra las botas de cowboy del protagonista al tiempo que unos breves apuntes de guitarra de la partitura compuesta por Jerry Goldsmith imprimen la inmediata idea en el espectador de estar frente a un western en toda regla. De repente, cuando hemos llegado a la altura del rostro de Kirk Douglas, el inequívoco sonido de la propulsión de unos aviones militares irrumpe para arrancarnos de raíz dicha impresión y colocarnos en la actualidad en la que se rodó la cinta, a principios de los años sesenta.
Tan chocante comienzo no es sino el primero de los muchos valores que sitúan a 'Los valientes andan solos' ('Lonely Are the Brave', David Miller, 1962) como, probablemente, el mejor —y más atípico— western en el que Jerry Goldsmith se verá implicado a lo largo de su trayectoria profesional, un filme del género que divide su atención entre el homenaje consciente hacia muchas de las constantes que lo hicieron grande al tiempo que se erige de forma inconsciente en un claro prefigurador de lo que, dos décadas más tarde, veremos en la primera entrega de las aventuras de John Rambo...de nuevo con música de Goldsmith.
'Los valientes andan solos', a contracorriente
De suma relevancia en lo que comporta a la forma en la que se establece como precedente de 'Acorralado' ('First Blood', Ted Kotcheff, 1982) —y, por ende, de todo el cine de héroes solitarios forjados en el fuego de la guerra y que viven alejados de la sociedad—, es no obstante en el tratamiento que se hace del western donde reside el mayor interés de 'Los valientes andan solos'. Y aquí hay que apuntar tanto a la soberbia labor que efectúa Dalton Trumbo adaptando la novela de Edward Abbey, como al trabajo que realiza David Miller combinando elementos extraídos de la iconografía del género con otros que encajan en el cine de acción más genérico.
Trumbo, que sólo dos años antes había comenzado a quitarse de encima la pesada losa de la caza de brujas de McCarthy que lo había llevado a la cárcel en 1950 gracias a su intervención en 'Éxodo' ('Exodus', Otto Preminger, 1960) y 'Espartaco' ('Spartacus', Stanley Kubrick, 1960), era elegido de forma expresa por Kirk Douglas —que producía la cinta a través de su compañía— para trasladar a la gran pantalla la fuerte idiosincrasia del peculiar personaje que le iba tocar interpretar: un vaquero que se niega a aceptar las reglas de la sociedad moderna, que carece de identificación de ningún tipo y que sólo quiere vivir en libertad y cabalgar a lomos de su caballo.
Al ser trasladado desde finales del s.XIX y principios del XX a medio siglo más tarde, dicho discurso, tan propio de muchos de los "héroes" más característicos del western, juega constantemente a desubicar al espectador y a sorprenderlo con la actitud de hombre fronterizo fuera de su tiempo con la que Douglas encarna de forma soberbia a Jack Burns, el vaquero que irá a la cárcel para intentar liberar a su mejor amigo, que se escapará de ésta tras no poder convencerlo de que le acompañe y que iniciará una caza en las montañas de la zona de Albuquerque mientras trata de ganar su libertad cruzando la frontera hacia México.
Con casi todo el peso de la cinta descansando sobre él, no podemos desdeñar no obstante las brillantes intervenciones de George Kennedy, Gena Rowlands —de la que volveremos a hablar la semana que viene— o un espectacular Walter Matthau en la piel del flemático sheriff que tendrá que dar caza a Burns. Haciendo descansar sobre él y su ayudante la limitada pero efectiva carga de humor de la cinta, el guión de Trumbo discurre fluido y sin fisuras en manos de la soberbia y sobria labor de David Miller tras el objetivo, que no necesita de grandes alardes para conseguir una respuesta constante por parte del espectador.
Miller, un cineasta que comenzó su trayectoria como director de cortos educativos y que tocó muy diversos géneros durante las cuatro décadas en las que se mantuvo en activo, rinde aquí como decía constante pleitesía al ideario del western a través de puntuales momentos que evocan con claridad, bien los patrones que movían el género, bien instantes del mismo de esos que han pasado a la historia del cine. De entre ellos me quedo con el plano en el que Douglas se aleja a caballo, un fotograma que evoca a tantos y tantos títulos y que a mí me trajo a la memoria al magistral cierre de 'Centauros del desierto' ('The Searchers', John Ford, 1956).
Sumando a dicha instántanea otros muchas que refuerzan la construcción desde un punto de vista diferente de este western contemporáneo —ahí está, por ejemplo, la identificación de la carretera con ese río que el protagonista debe cruzar dos veces—, y unida la suma efectividad de todos ellos a la precisión con la que se rueda un prolongado segundo acto cargado de tensión, no cabe duda, al margen de la grandeza que encierran las imágenes, que 'Los valientes andan solos' no estaría considerada como uno de los mejores títulos que nos legó el género de no haber contado con una partitura a la altura de las circunstancias.
'Los valientes andan solos', la música
La madurez que Jerry Goldsmith demuestra a la hora de abordar la composición de 'Los valientes andan solos' es de una entidad tal que sorprende, y mucho, que éste fuera el tercer encargo para la gran pantalla que recibía el compositor. Un encargo que le llegaba, aunque no se conocían en persona, por la recomendación directa que el legendario Alfred Newman hacía al director del departamento musical de la Universal tras haber escuchado una de las partituras que el joven músico había compuesto para una de las series de televisión en las que estaba implicado. Y no era para menos.
Decía al comienzo de la entrada que las primeras notas de guitarra que siguen a la fanfarria con la que arranca el score nos sitúan directamente en el far west, y a tal afirmación habría que añadirle que TODA la hora de música que acompaña a las andanzas de Kirk Douglas —por cierto, que éste filme es el favorito de cuántos el actor llegó a interpretar— y que quedó recogida en una espléndida edición de Varese Club en 2009, tiene un inequívoco sabor a lo que los grandes del género desarrollaron en la época de esplendor del mismo.
Evocando pues a los Steiner, Tiomkin y Newman, y caracterizando la música con la fortaleza inequívoca de su personalidad —es incuestionable que lo que escuchamos es 100% Goldsmith y no un remedo de sonoridades pasadas— el score de 'Los valientes andan solos' se apoya en un motivo central que es interpretado de forma indistinta por guitarra, metales o cuerdas, que había sido configurado en los pentagramas de 'Black Patch' (id, Allen H. Miner, 1957) y que aquí se arropa de toda la potencia que el maestro era capaz de desplegar cuando se acercaba al género.
La música que Goldsmith compone aquí es la de los grandes espacios, la de la épica del género, pero también la de su ámbito más íntimo o, por supuesto, su vertiente más potente y virulenta. En éste último apartado encontramos una de las mejores piezas de la banda sonora, la que acompaña a la pelea en el bar entre el protagonista y el manco, un tema que escuchado de forma aislada parece estar dibujando un enfrentamiento que supera con creces la escala de uno contra uno que subraya en la realidad, y que sirve como muestra asombrosa del magistral talento que derrochaba el compositor en este excelso trabajo.
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