Era una historia de suspense intelectual, y ningún escalón en su lógica podía ser eliminado sin afectar al todo. La audiencia tenía que ser educada durante el transcurso del filme, y el proceso educativo tenía que ser parte esencial del fluir de la historia...Aclarar un concepto tan complicado como el inconsciente era complicado. No obstante, sin un entendimiento pleno de la naturaleza del inconsciente, la historia carecería de sentido. (John Huston)
Estas afirmaciones que John Huston recogía acerca de 'Freud, pasión secreta' (id, John Huston, 1962) en su apasionante autobiografía —ese 'Libro abierto' de más que recomendada lectura a todo amante del séptimo arte— revelan, antes de que los siguientes párrafos intenten siquiera rascar sobre la superficie de tan intrincado filme, que el proceso de construir el biopic que resume cinco años fundamentales en la vida del padre del psicoanálisis en poco más de dos horas de metraje fue uno arduo y complejo en extremo.
El filósofo que pudo ser guionista
En complicarlo intervinieron agentes que se movieron en dos campos bien diferenciados: de una parte, la elaboración del guión, un proceso del que dimanan todo un rosario de anécdotas y desencuentros; de la otra, el rodaje y el difícil trato que Huston tuvo tanto con un Montgomery Clift enfermo, borracho y en un constante estado de enajenación debido al abuso de anfetaminas, como con una joven e inexperta Susannah York —un papel inicialmente pensado para Marilyn que la actriz no aceptó bajo recomendación de su psicoanalista—, una actriz a la que el cineasta se referiría años más tarde como "la personificación de la ignorante arrogancia de la juventud".
De entre los dos, resulta apasionante todo lo que concierne a la escritura del libreto por cuanto, inicialmente, Huston contó con Jean-Paul Sartre para dar condensada y certera forma a las muchas ideas que el proyecto pretendía recoger. Pero la colaboración con el literato y filósofo existencialista supuso un quebradero de cabeza asombroso para el director por cuanto, tras largas charlas orientadas a encauzar el libreto, el primer borrador entregado por Sartre "era tan ancho como mi muslo": unas quinientas páginas que se habrían traducido en más de cuatro horas de metraje. Huston lo rechazó de pleno y pidió que se recortara. La respuesta de Sartre no se hizo esperar.
"Se puede hacer una película de cuatro horas en el caso de 'Ben-Hur', pero el público de Texas no podría aguantar el mismo tiempo de complejos". Negándose en rotundo a mutilar su obra, el francés duplicó su longitud y la carga sobre el incesto, la homosexualidad, la masturbación, la prostitución y los abusos de menores que ya estaban presentes en su primer tratamiento. Consciente de que ninguna de tales cualidades hubiera pasado el estricto filtro de distribución comercial de la época, Huston discutió con Sartre de forma acalorada provocando, en última instancia, que éste se retirara del proyecto y prohibiera que su nombre apareciera en los créditos del mismo.
Para arreglar el desmesurado entuerto que la marcha de Sartre suponía para la redacción del libreto, Huston contó con Charlie Kaufman y Wolfgang Reindhart en una re-escritura que, por supuesto, terminó utilizando muchas de las ideas arrojadas por el filósofo. Entre ellas, la de mayor relevancia es la de condensar a los pacientes más relevantes de Sigmund Freud en una única persona —la Cecily interpretada por York— que sirviera de hilo conductor al progresivo desarrollo durante el metraje de los diferentes descubrimientos acerca del psicoanálisis que el vienés desarrollaría entre 1880 y 1897, entre los que se cuentan el uso de la hipnosis, la asociación libre o el complejo de Edipo.
'Freud', oscuridad, luz y oscuridad
Licencia extrema que, en esencia, habla de forma evidente de lo mucho que suele alterarse cualquier vida que termina siendo trasladada a la gran pantalla en aras de hacerla más atractiva al gran público o, como es el caso, de intentar conseguir de éste una fuerte implicación con el torturado personaje femenino en el que se vierte tanta casuística psiquiátrica; la creación del personaje de Cecily supone uno de los tres derroteros por los que discurre 'Freud', el del tratamiento de sus pacientes y cómo éstos le condujeron a la elaboración de sus fundamentales teorías.
Unido de forma íntima a él, el guión traza un sendero paralelo, el del auto-análisis que llevará a Freud al diagnóstico del complejo de Edipo que sufría desde niño. Una vereda que en conjunción con la anterior forma una dupla que se recoge mediante un arco global, la búsqueda y el avance intelectual del psicoanalista. Una búsqueda ésta que es la directa responsable de que, en esencia, a la hora de hablar de 'Freud' lo estemos haciendo, entre otras cosas, de un thriller intelectual en toda regla por mucho que su funcionamiento como tal sea limitado ya que todo aquello que se trata en él forma ya parte inexcusable del inconsciente de una buena parte de la humanidad.
Ello no quita, ni mucho menos, para que resulte tremendamente atractiva la extrema sutileza con la que Huston y su pareja de guionistas van tratando todo el avance del conjunto a base de pequeños y fundamentales apuntes orientados a la construcción última del ideario con el que Freud revolucionó el estudio de la mente humana. Una construcción que planteaba el claro problema de base de la facilidad con la que podía ser tratada —y había sido tratada hasta la saciedad— en palabras y la dificultad de encontrar el equivalente en imágenes que pudiera cautivar al respetable y supiera trasladarle de forma sencilla conceptos que se quedaban lejos de serlo.
En aras de conseguirlo —y a fe mía que lo hace— Huston juega desde el ámbito puramente cinematográfico con recursos que aluden de forma directa a ese plano inconsciente del entendimiento del espectador que no puede razonarse y que, en esencia, demuestra más allá de cualquier duda razonable la maestría tras el objetivo del legendario cineasta. Dichos recursos pasan por la asociación de ideas visuales; por la persistencia en traducir en imágenes el concepto freudiano de la sublimación mediante, por ejemplo, constantes trasvases de protagonismo entre Freud y el resto de personajes; y en un plano menos conceptual en un uso asombroso y elocuente de la luz.
Obra y gracia de Douglas Slocombe —el que, veinte años más tarde, será responsable de la fotografía de la trilogía de Indiana Jones— los juegos de luz en 'Freud' apuntan de forma constante a lo largo del metraje a las dos vías entrelazadas por las que Huston conduce la historia, aquellas que referíamos más arriba sobre el tratamiento de los pacientes y su auto-análisis que, en manos del director de fotografía, reciben personalidades iniciales muy diferenciadas —luz y claridad extremas para Cecily, sombras y fuertes contrastes para el mundo de Freud— para, asumiendo también el proceso de sublimación, realizar intercambios entre ambos llegado el momento.
El insistente proceso de permuta que el discurso de luces imprime al filme —que, como digo, no es más que el reflejo de la voluntad de Huston de tratar al mismo como un compendio en imágenes de las ideas del psicoanálisis— consigue crear una fuerte sensación de desasosiego en el espectador conforme Freud va avanzando en sus pesquisas acerca de aquello que el inconsciente encierra. Una sensación que descansa sobremanera en la asombrosa interpretación de Montgomery Clift y en esa mirada turbada que tanto llega a transmitir y que, por supuesto, termina impregnando a lo que Jerry Goldsmith llevará a cabo en sus pentagramas.
'Freud', la música del inconsciente
Primera nominación al Oscar que recibirá el maestro a lo largo de su carrera, la atonal y dodecafónica partitura que Goldsmith compone para 'Freud' comulga de forma íntima con las imágenes y con las ideas de Huston para con el filme, transmitiendo el compositor a la perfección desde el preciso recorrido musical que se hace en la cinta el diálogo que ésta plantea entre sus dos vertientes y cómo ambas quedan recogidas en ese plano superior que es la búsqueda intelectual del psicoanalista vienés.
Para ello, el músico establece dos pautas que se van separando y uniendo en un constante juego de intercambios: de una parte, las atonalidades carentes de melodía que siguen de cerca al personaje encarnado por Clift y que descansan sobremanera en desgarros de la sección de cuerda y en inquietantes acordes de un clavicordio; de la otra, la nana asociada a Cecily que aparece por primera vez interpretada en las connotaciones infantiles del xilófono y que conforme avance el filme, irá haciéndose más permeable a otras orquestaciones llamadas, por supuesto, a maridar ambas vertientes del score.
Tremendamente influyente en la música de cine, la banda sonora de 'Freud', que de nuevo encontramos en su mejor edición de manos de Varese Club, pone de manifiesto la pasión de Goldsmith por la música dodecafónica —su única composición al margen del séptimo arte fue una cantata enmarcada de lleno en dicho estilo compositivo— y, aún más, la extrema inteligencia con la que el compositor sabía adherirse a través de sus partituras a sus treinta y tres años a aquellos filmes que se hacían descansar en sus prodigiosos pentagramas. Una adhesión que aquí adquiere notas de maestría superlativa y que sirve a un filme tan complejo como arrebatadoramente fascinante.
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