El cine y la realidad. La realidad y el cine. Dos entes complementarios, a veces antagonistas. En ocasiones, pocas, se cruzan. Y entonces aparecen casos como el de las películas 'Cómo ser John Malkovich' o 'Adaptation. El ladrón de orquídeas', ambas de Spike Jonze, en los que la ficción proveniente del séptimo arte y el realismo del día a día se unen y se hacen indistinguibles dentro de un todo que percibimos por la pantalla y nos llega directamente al cerebro.
Lo que nunca habría podido pensar (ni soñar) es que el astro belga Jean Claude Van Damme se metería en un "fregado" metafísico que no sólo supone un ramalazo de honestidad de esta gran figura del videoclub, sino un cambio de registro que nadie esperaba y que todo el mundo agradece. Incluso los que nunca han prestado atención a Van Damme, ni han entendido la fascinación de otros por el cine de serie B ultraviolento, surrealista y hasta chauvinista que pregonan el susodicho, Steven Seagal o en otro tiempo Chuck Norris.
Van Damme tuvo unos comienzos duros. Sufrió y luchó para hacerse un hueco en el cine y participar en películas que apostaran mínimamente por el argumento, lográndolo en 'Blanco Humano' (infravalorado film de John Woo) y 'Timecop'. Su declive ha sido más que evidente en el último lustro. Así que 'JCVD', una de las mejores películas de este año, se presenta como un repaso a la historia de su vida, trascendiendo la propia experiencia de este rey europeo de las artes marciales para presentar una reflexión metafísica y alegórica sobre el peso de la fama, la idolatría y el sistema panem et circenses, que pone como chivo expiatorio a un individuo que sabe dar patadas, olvidándonos que tras los músculos y el ceño permanentemente fruncido se esconde una persona. Y es que Van Damme vuelve a Bélgica sin un duro, consciente de que allí es poco menos que un dios. No tiene un proyecto entre manos, porque Steven Seagal le ha quitado un papel para volver a lucirse en el cine cutre que va directo al DVD. Ha perdido la custodia de su hija pequeña, porque ésta quiere empezar de cero sin un padre del que sus compañeros de clase se burlan. No quedan ni los despojos de aquel coronel Guile que arrasaba en taquilla. Y sin quererlo, se involucra en el atraco a una oficina de correos que le sirve para darse cuenta de su propio papel en el mundo: el de una estrella cinematográfica que sólo sirve para atraer la atención de los transeúntes, que pueden hacerse fotos con él; le apoyan incondicionalmente sin conocerle de nada; todos saben quién es Van Damme, y a la vez no lo saben.
Ahí es cuando aparece el verdadero eje temático de esta película (porque lo del atraco es sólo un mero pretexto para ofrecer continuidad argumental): el enfrentamiento, duro y despiadado, entre el Van Damme cinematográfico y el Van Damme de carne y hueso. Y claro, gana el cinematográfico, el que arregla todo con una patada a la altura de la cara de su adversario, el que enseña su bíceps directamente a la cámara, el que siempre sale vencedor y nunca pierde, le disparan dos veces al pecho y sólo tiene algún achaque. El que todos, como espectadores, conocemos. Es, en definitiva, un camino ascético de Van Damme, que no sabe como reinventar su vida porque sencillamente no puede.
Hay tres escenas que justifican sobradamente todos los "boquetes" narrativos que podemos encontrar en 'JCVD'. La primera es una exhibición que, a modo de circo, ofrece Van Damme a los atracadores. Al final no es más que eso. Una patada para entretener a su público. La degeneración se hace obvia cuando vemos que su dominio del kárate, si antes estaba en manos de millones de personas por medio de las salas de cine y el VHS, ahora son dos palurdos que le aplauden como freaks. La segunda es el impresionante diálogo que Van Damme tiene con nosotros/Dios/la cámara, resumiendo en cinco minutos lo que fue, lo que hizo, lo que es ahora, lo que ha aportado al mundo. Y ahí nos damos cuenta de que Van Damme sabe actuar. Y quizás jamás ha podido demostrarlo antes, porque los productores, directores y nosotros mismos, los espectadores, no hemos querido verlo. Van Damme llora, se enfada de verdad (pero consigo mismo), se enternece, se conmueve. La tercera y última, para mí la más impactante, es una puesta en escena sobre qué haría el Van Damme del cine y qué termina pasando con el Van Damme real ante una misma situación. La dureza de la circunstancia estremece hasta el que vea este film con pasotismo.
'JCVD' es pura inteligencia, una imponente tesis sobre el cine, la fama y el sueño americano. El cine y el mundo real no sólo se estrechan la mano, sino que se dan un abrazo en una breve manifestación de realidad-ficción. La película acaba como acabaría algo en nuestro mundo. Aquí no hay alfombras rojas, ni limusinas de color rosa ni las palmeras características de Beverly Hills. Es un acercamiento a otro título similar, 'El último gran héroe', donde Arnold Schwarzenneger también ironizaba sobre su trayectoria fílmica. Pero 'JCVD' es más rico, más lúdico y más acertado. Quizá el tono sepia y el exceso de iluminación es un ejercicio caprichoso del hasta ahora desconocido director Mabrouk El Mechri, pero eso no desmerece su gran trabajo como realizador y también como guionista. Supongo que es tontería decir que es la mejor interpretación de Van Damme, y con seguridad su mejor película. Es además una obra que, sin ser magistral, por su tono directo y por su simpatía se convierte en una propuesta emblemática.
En Blogdecine:
- 'JCVD', un cóctel mal agitado, por Beatriz Maldivia
- Tráilers y pósters sobre 'JCVD'.
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