'Tú y yo', acné a los setenta y dos años

En el 60 Donostia Zinemaldia también puede ver la película de Bernardo Bertolucci ‘Io e te’ (2012), que nos habla de un chaval de catorce años, retraído y con bastante complejo de Edipo, que finge que se une a sus compañeros para la Semana Blanca y, en lugar de eso, se esconde en el sótano de su casa. Su medio hermana, una yonqui que se está desintoxicando, aparece por allí por casualidad y se queda con él durante esos días.

Bertolucci, director de ‘El último tango en París’ (‘Ultimo tango a Parigi’, 1972), ‘Novecento’ (1976), ‘El último emperador’ (‘The Last Emperor’, 1987) , ‘El cielo protector’ (‘The Sheltering Sky’, 1990) o ‘Pequeño Buda’ (‘Little Buddha’, 1993), entre otras, se había retirado del cine después de ‘Soñadores’ (‘I sognatori’, 2003), a causa de una enfermedad. Ahora, en silla de ruedas, no solo no ve problema en haber vuelto, sino que se arrepiente de no haber seguido haciendo películas durante estos casi diez años. ‘Io e te’ (“Yo y tú”) se estrena el día 25 en Italia, tras pasar por Cannes, pero aún no tiene fecha para nuestro país y quien sabe si llegarán a traerla a nuestras pantallas.

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La película que nos ocupa no va en la línea de ese Bertolucci más comercial o, si preferís, más conocido, de los títulos que he glosado más arriba. Alejado de la grandilocuencia de las superproducciones históricas, con apenas un par de escenarios y algún exterior, este Bertolucci en su vertiente más íntima, nos regala un retrato de personajes que se podría considerar sobrio, excepto por dos escarceos vanguardistas: la escena de los padres sobre la claraboya del restaurante y el cuestionable congelado final. Diálogos extensos de dos personajes por turnos, van desvelando la historia con sencillez narrativa, pero profundización psicológica.

Lorenzo, interpretado por Jacopo Olmo Antinori, nos presenta un punto de vista y una mirada ante la vida que no nos cuesta nada comprender y compartir por raras que sean, por otro lado, sus decisiones. Así se consigue que ‘Io e te’ se vea con interés y con mucha empatía, en lugar de con el distanciamiento que provocan los personajes perturbados o de comportamiento inexplicable. Las contradicciones adolescentes y el engrandecimiento de la importancia de los incordios más mínimos propio de la edad, así como la confusión en temas sexuales componen un dibujo certero de una etapa vital por la que todos pasamos y de la que casi nadie sale indemne.

Olivia, Tea Falco, puede ser más irreal o estar más idealizada, pero, ya que está vista desde la perspectiva del hermano pequeño, su reflejo es el acertado, pues no es con ella con quien tenemos que estar. Lo que no impide, eso sí, que sintamos su dolor y apoyemos su recuperación. Sonia Bergamasco es esa madre tan joven y bella que hace a Lorenzo sentir deseos tabú. Su papel es escaso y su intervención queda inconclusa, salvo que queramos darle un final en nuestras mentes.

Los primeros minutos suponen un constante estupor, según vamos conociendo a Lorenzo, a su familia y su situación en casa y en el colegio. Mientras planifica su escapada y comienza a habitar el desván, se mantiene la capacidad de sorpresa. Lo mismo ocurre con la primera visita de Olivia. La fotografía detallista y casi fetichista nos impide sentir claustrofobia –recalcada por la metáfora de las hormigas– en este espacio cerrado.

Sin embargo –y a partir de aquí me veo a avisar de “spoilers”, aunque no diga nada que no se pueda presuponer–, una vez los dos hermanos se asientan entres los muebles y objetos recogidos en el trastero, la narración se asienta del mismo modo y se torna repetitiva hasta llegar a perder el interés que desaparecerá, ante todo, cuando el omnipresente fantasma del incesto se vaya alejando. El film retoma la fuerza en los minutos finales, cuando toque abandonar el encierro.

La adaptación de la última novela del escritor Niccolo Ammaniti da como resultado un rico retrato de personajes, mostrado a través de una original anécdota y que encuentra su valor en la cercanía, pero sin jugar nunca con la emotividad ni el sentimentalismo. Bernardo Bertolucci, a sus 72 años, es capaz de meterse en la piel de un adolescente de 14 y expresarnos con pelos y señales (y acné) el tsunami de sentimientos que ahoga a alguien de esa edad en ‘Io e te’.

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