Lo ideal sería ir a ver una película como ‘La invitación’ (The Invitation, 2022) sin saber nada de ella, pero parte de la campaña de la película fue venderla como una versión de un clásico literario modernizado, que en cierta forma es. Pero dado que la estrategia de marketing es proponerla como una nueva película de terror parece que no acaban de tener claro cómo presentar esta especie de perversión del cine de romance gótico tradicional.
No sería de extrañar que los fans del nuevo cine de terror de A24 o platos más fuertes salieran espantados de lo que ofrece la película de Jessica M. Thompson, que pese a sus críticas tibias logró hacerse con un número uno en la taquilla americana (en un fin de semana especialmente flojo). Y esto es porque, en realidad, la película tiene más que ver con las novelas bodice ripped, las fantasías de romance entre chicas pobres y aristócratas o series que mezclan el petardeo de Instagram con la comedia romántica estirada.
Criadas y señoros
Sin embargo, ‘La invitación’ comienza con un escenario clásico de cine de terror, un relámpago ilumina una mansión gótica y una mujer entre la luz de las velas se prepara para lanzarse de un segundo piso. Hay sombras susurrantes y algo espeluznante, pero no lo vemos. El guion de Blair Butler no evita los tropos de terror conocidos, pero el peso de los mismos variará indistintamente entre el misterio y los momentos juguetones de chicas siendo bitchy entre ellas y una americana en un ambiente británico de clase alta.
Evie, interpretada con convicción por la divina Nathalie Emmanuel, es una artista de Nueva York de luto por la muerte de su madre que descubre, gracias a una prueba de ADN, que tiene una familia de aristócratas en Inglaterra y su primo Oliver Alexander (Hugh Skinner) la invita a una boda al otro lado del océano. Siguiendo un poco descaradamente la trama de ‘Déjame Salir’ (Get Out, 2017) de Jordan Peele, no hace caso a las advertencias de su amiga Grace (Courtney Taylor) de no confiar en los blancos ricos, pero el deseo de Evie por tener una conexión familiar convence y acaba en una lujosa mansión en la campiña inglesa.
Es la misma mansión, claro, del prólogo de la película, Evie capta cosas raras, pero está entre deslumbrada e indignada por los ricos snobs y su trato a las sirvientas. Pero pronto empieza a coquetear con el amable anfitrión de la fiesta (Thomas Doherty), Walter DeVille. Y es este juego de seducción el que ocupa el mayor tramo de la película, como en cualquier romance entre plebeyos y burgueses, hay malentendidos, bailes de ensueño, elementos eróticos y la idea del poder y lujo como vía de escape para una chica llena de sueños pero sin recursos.
Todo el despliegue gótico desatado
Mientras tanto, vemos algunas escenas de sustos tontorrones y otras cosas extrañas les pasan a las criadas cuyo jefe (Sean Pertwee) envía a cuartos oscuros que esconden un peligro oculto. Los alcaudones chocan con las ventanas de la habitación de Evie y los terrenos de la propiedad están perpetuamente brumosos. Sin embargo, aunque hay algunos momentos reseñables, el terror no es la parte que más interesa a su directora, que prefiere delectarse en el misterio de la familia Alexander y la evolución del romance de Evie, un personaje sorprendentemente bien escrito dentro del conjunto.
Es una chica lista, consciente la fantasía que está viviendo, se encarga de verbalizar los clichés que el espectador va notando y tiene una conexión especial con el servicio, dado que ella misma pertenece al sector de la hostelería. Es entretenido seguir su viaje, aunque las sorpresas que le esperan sean predecibles —lo ideal es no ver ni el tráiler—, con que lo que queda es un tenso juego del gato y el ratón durante los tres días de una boda caótica, aunque la mayoría de elementos más sangrientos pasen fuera de cámara, dejando claro que el público al que va dirigido ‘La invitación’ no va por las vísceras, sino las pullitas entre invitados.
Todo apunta a esas novelas góticas, con portadas de señoras en camisón y candelabro frente a ominosas mansiones con niebla en la oscuridad y el diseño de producción de Felicity Abbott lo refleja con puertas de hierro forjado, techos abovedados de piedra, que la fotografía Autumn Eakin baña en azules y oscuros. Una puerta de la biblioteca envuelta en sombras, llaves escondidas para cámaras secretas, campanitas para las sirvientas, sótanos húmedos abandonados y una bodega llena de telarañas dan pistas de que la película prefiere recrearse en los espacios que en la verdadera acción que pasa en ellos.
Una historia perversa pero blandita
Para cuando se nos revela todo y Evie muestra la fuerza que se nos ha ido adelantando sabe a poco y es demasiado tarde. ‘La invitación’ tiene un ritmo envidiable en todo momento, pero su tercer acto es demasiado breve, y todo lo que pasa después del giro es apresurado. Se malgastan muchas oportunidades, como todo lo que el pueblo de al lado tenía que ofrecer, o el momento de desmelene final, que alterna lo camp con todo lo esperable en un filme del género que resulta ser, pero comprimido en una sucesión que parece querer pasar a otro sitio.
Lo que podría haber sido una versión gótica de gran estudio de ‘Noche de bodas’ (2019) se queda en una película para fans de ‘Bridgerton’ o ‘Downtown Abbey’ con toques de ‘Una luz en la oscuridad’ (1970) y cierta historia de ‘Museo de cera’ (1988). Prueba de ello es que la cámara siempre presta más atención a los atuendos de la diseñadora de vestuario Danielle Knox que a la violencia y los aspectos más oscuros. Es ese tipo de película y no se avergüenza de serlo, con lo que, dirigida al público adecuado, no es una mala versión de ese tipo de propuestas.
Pero si hay algo que destaque en el conjunto es la interpretación de Emmanuel, muy por encima del resto de elementos de la producción, una heroína encantadora que merece su estatus de protagonista. Ella es lo mejor de ‘La invitación’, que resulta suficientemente ligera y tontorrona para llenar una tarde de domingo lluvioso y tiene el valor añadido de que puede verse como una sátira perversa del cuento de hadas que sale rana de Meghan Markle en la familia real británica.
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